Capítulo 11 El Campo De Los Iliados

A las primeras claridades de la aurora cincuenta guerreros armados de fusiles de caños largos, pistolas y “cangiares” y montados de cuatro en fondo, se alinearon delante de la casa ocupada por el “beg”. Casi todos eran bajos de estatura, membrudos, de anchas espaldas, barbas hirsutas y rojizas, piel oscura, nariz arqueada y ojos rapaces. Muchos eran sartos, pero la mayor parte pertenecía a la tribu de los sagrissiabs, pastores y bandidos a un tiempo, considerados como los mejores jinetes de la estepa turana. Giah Agha, sus dos sobrinos y Tabriz, los pasaron rápidamente en revista y el primero opinó:

— Creo, Hossein, que con estos hombres podrás llegar sin inconvenientes a Kitab. Trata de evitar a los rusos y de no dejarte atrapar dentro de los muros de la ciudad, a menos que…

— Continúa, padre.

— … Djura Bey te devuelva o te haga devolver a Talmá, en cuyo caso quedas en libertad para ayudarle a combatir a los odiados moscovitas.

— Está bien, padre.

— Y ahora, a caballo, hijo mío, y no olvides que me quedo esperando con angustia tu regreso. -Le puso la mano sobre la cabeza y añadió-: Tienes mi bendición: Allah la ha concedido a mis manos.

El pequeño ejército partió al trote, despedido por los augurios de la población que se había reunido en las terrazas y enderezó hacia el oriente. Diez minutos después galopaba en procura del Amu-Darja, el río que sirve de frontera a las tribus turcomanas llamadas independientes. En la vasta etapa, donde existen campos inmensos en cuyo subsuelo no falta el agua y con la construcción de pozos artesianos podrían fertilizarse, son raros los lugares habitados y la comitiva no hallaba a su paso ánima viviente. Hossein y Tabriz iban delante y Abei, que no se sentía muy cómodo

al lado del primo, con la excusa de vigilar alguna posible deserción, se había colocado a la cola. El novio de la bella Talmá, a quien dominaba una tétrica desesperación, parecía haber envejecido en las últimas veinticuatro horas.

— ¡Mi pobre señor -le dijo el gigante- se diría que desesperas de tu destino!

— Separado de mi amada, mi buen Tabriz, me parece estar rodeado de tinieblas eternas.

— No eres razonable, señor. A tu edad no se desfallece jamás. Talmá te ama, dentro de

cuatro días estaremos en Kitab y tu tío es un “beg” demasiado notable para que Djura Bey se niegue a hacerte justicia.

— ¿Y si hubiese sido él quien la mandó robar?

— Entonces el asunto sería distinto. Pero no creo que haya tenido humor para ocuparse de Talmá si es verdad que los rusos marchan contra él.

— ¡Si yo supiese quién ha sido el miserable que me la ha raptado…!

— Lo descubriremos, no lo dudes, patrón. Sagadsca conoce a todos los bandoleros de la estepa y nos dará informaciones precisas sobre la dirección que llevan los “águilas”. Su gente está recogiendo la cosecha de rosas en las riberas del Amu y sabremos si pasaron por allí. No te desanimes y trataremos de ganar terreno.

Sin necesidad de ser espoleados, los caballos matenían un andar bastante rápido y podían seguirlo sin pausa durante mucho tiempo. Al mediodía se -les dio un descanso de dos horas en un lugar sombreado por enormes plátanos después de lo cual reanudaron la marcha tan frescos como cuando la habían iniciado. Tabriz conocía bien la comarca por haber vivido en ella muchos años y se orientaba perfectamente guiándose por la posición del sol. En lontananza empezaban a dibujarse algunos. grupos de tiendas alrededor de las cuales pacían camellos y carneros en buen número. Una que otra mezquita agrietada apuntaba al cielo su blanco minarete indicando que algunos siglos antes había existido allí un centro de población. Tal vez fuese aquella la tierra santa de losmagos de Zoroastro y del Zendavesta, pues correspondía a la que los persas colonizaran en la antigüedad. Hacia el crepúsculo el gigante indicó a Hossein un conjunto de tiendas cónicas, de color oscuro, levantadas alrededor de un oasis de granados, membrillos de gran tamaño y ciruelos altísimos.

— El campo del emir de los filiados -le advirtió.

— ¿El amigo de mi tío de quien tanto me has hablado?

— El mismo. En un tiempo combatieron juntos contra los bukaros y los beluchistanes. Si los “águilas” pasaron por sus tierras, ten la seguridad que nos lo dirá.

— A lo mejor ya ni se acordará del nombre de Giah Agha -terció Abei que en ese momento se les había reunido-. En la estepa se olvidan fácilmente a los amigos.

— Al contrario, señor -replicó Tabriz un poco picado-; se recuerdan más que en otros lugares, porque a menudo se los necesita para afrontar a los depredadores o a los soldados de los emires.

— Verás que si nos recibe nos tratará como a gente sospechosa. Tienen otros problemas de que ocuparse para que den importancia a nuestros asuntos.

— Será como tú dices, señor. Yo cumpliré las instrucciones del “beg”.

— Mi tío cree demasiado en las amistades -ironizó el contradictor…

Tabriz lo miró con cierta extrañeza y arrugó la frente; Hossein, sumergido en su tristeza parecía no haber oído nada del diálogo.

— Tu tío, señor -repuso el servidor amoscado- ha sabido siempre elegir sus amigos y yo, que tengo más edad que tú, entiendo algo de eso.

Entretanto, en el campo de los. filiados se había producido visible efervescencia. La columna armada que se aproximaba los había puesto en estado de alarma, creyendo se tratase de una de las tantas partidas de ladrones que se proponía asaltarlos. Recogían precipitadamente su ganado en los recintos cerrados y se parapetaban con sus caballos detrás de los gruesos troncos de plátanos. Los filiados son nómades que cambian de lugar según las estaciones y abandonan en primavera las cadenas montañosas que atraviesan la parte meridional de la Bukara y se desparraman en la estepa turana, en las proximidades de estanques o cursos de agua. Los hombres, más parecidos a los tártaros que a los turcomanos, son de alta estatura y aspecto varonil; las mujeres son consideradas como las más graciosas de la llanura. El coloso, que conocía su índole desconfiada, hizo detener la tropa y avanzó solo con Hossein, los arcabuces apuntando al suelo. Cuando estuvo a cierta distancia gritó:

— Digan al emir de los filiados que los sobrinos del “beg” Giah Agha solicitan hospitalidad. Sagadsca no se negará a acordarla.

Hubo un cambio de opiniones entre los nómades y luego un viejo de barba blanca al que le faltaba un ojo, avanzó , al encuentro de los recién llegados.

— Los sobrinos de mi amigo pueden entrar en mi campo y gozar de mi hospitalidad.

El séquito se instaló bajo los árboles mientras Tabriz y los dos jóvenes eran conducidos a una vasta tienda en la que rodearon al jefe de la tribu seis muchachas.

— ¿Eres tú Sagadsca? -le preguntó entonces el coloso.

— Sí, soy el amigo de Giah Agha; que sus sobrinos se sienten a mi lado.

— Gracias por tu hospitalidad -le expresó Hossein-. Hemos venido a tu campamento porque necesitamos de tus consejos e informaciones.

— Después de la cena obtendrás todo lo que deseas. Déjame cumplir antes con mis deberes y no te preocupes por tu gente: tendrá víveres y tiendas para repararse.

Sobre un tapete persa se tendió un mantel y se colocaron platos de plata, lujo que sólo un jefe de tribu podía permitirse.

— Han llegado ustedes a buen tiempo -dijo éste- hoy festejo el duodécimo aniversario de mi última hija.

Dos pastores trajeron varias fuentes cargadas de alimentos que exhalaban un olor apetitoso y las depositaron delante de los huéspedes. Es sabido que el mayor placer de los habitantes de la estepa cuando disponen de medios, es comer bien, y este hábito asume proporciones exageradas si se festeja algún acontecimiento. Su cocina no es tan ordinaria como podría creerse tratándose de gente irrequieta, pues preparan el carnero, asado entero o guisado en manteca, mechado o condimentado con almendras, dátiles, pasas de uva, bayas, rosas pimienta y otras especias y en trozos con arroz hervido que llaman “pilat”, así como en pasteles con salsas sabrosísimas. Esa noche los cocineros de Sagadsca habían realizado verdaderos prodigios y presentado variados manjares y vasos llenos de granadas dulces, membrillos perfumados y sandías con pulpa de muchos colores. Al servirse el café se trajeron cuatro hermosos narguiles de aromatizado líquido y tabaco fuerte y una vez encendidos, dijo el anfitrión a Hossein que había tocado apenas los alimentos:

— Ahora te escucho. Leo en tus ojos una gran pena incompatible con tu juventud y te interrogo: ¿qué desgracia puede

haber golpeado a los sobrinos de mi viejo amigo Giah Agha?

— Me han raptado la novia en la ceremonia del desposorio -le informó Hossein.

— ¿Quién? -exclamó el viejo asombrado.

— Los “águilas de la estepa” -completó Tabriz- y hemos venido a preguntarte si tus hombres los han visto. -¡Mirsa Rabat! -gritó el jefe filiado golpeando las manos. Y cuando un joven pastor estuvo en su presencia le ordenó:

— Relata a mis huéspedes el encuentro que has tenido esta mañana.

— Vi a numerosos jinetes que parecían quirguizos -informó el muchacho -a cuya cabeza iba un individuo de formas robustas que llevaba a una mujer en sus brazos…

— ¡Talmá! -lo interrumpió Hossein.

El pastor lo miró sorprendido y a una señal de su jefe prosiguió:

— La mujer llevaba traje de bodas y en la cabeza una tiara de metal.

— ¡Era ella -gritó Hossein, mientras Tabriz lanzaba un rugido y Abei se mordía los labios-. Mi prometida! -Cálmate, señor y sigamos escuchando a este muchacho -le pidió el servidor-. ¿Qué rumbo llevaba la banda?

— El de levante, en dirección al río.

— ¿Se agitaba la joven? … ¿Estaba viva? …

— La vi levantar un brazo y amenazar al hombre.

— ¿A qué hora fue eso?

— Alrededor del mediodía; iban al pequeño trote y sus caballos debían estar muy rendidos porque algunos quedaban a menudo rezagados.

— ¿Eran muchos?

— Lo menos ciento cincuenta.

— ¿Cómo pueden haber sido tantos .. ? -se extrañó Hos sein-. ¡Los raptores no eran más de una docena…!

— Se les habrán reunido los que tirotearon la aldea sarta-indujo el gigante.

— ¡No será su número lo que nos impida seguirlos! -bramó Hossein.

— ¿Sabes adónde se dirigen? -inquirió Sagadsca.

— A Kitab.

— ¿Qué irán a hacer allí? Quizás no sepan que los rusos salieron de Samarkanda con cañones y culebrinas para combatir a Djura y al “beg” de Schaar.

— ¿Luego es cierta la expedición?

— Sí: la manda el coronel Miklalowsky y se compone de infantería y algunas “sotnie” de cosacos. Tiene orden de dominar a los revoltosos y poner Kitab y Schaar bajo la autoridad del emir de Bukara. No se habla más que de eso en la estepa oriental y las informaciones que tengo las considero exactas.

— No tenemos tiempo que perder, señor -dijo Tabriz a Hossein.

— Si quieren entrar a la ciudad, deben hacerlo antes de que la asedien los rusos -advirtió el filiado-. ¿Se hallan cansados vuestros caballos?

— Galopan desde la madrugada.

— Tengo trescientos en mi campo; elijan los mejores y partan en seguida. ¿Saben por cuenta de quién fue raptada la joven?

— Sospechamos que de Djura bey -dijo Hossein.

— ¡Uhm! -hizo Sagadsca-. Tiene demasiadas preocupaciones para pensar en cosas de harén. Debe ser algún otro. De todos modos, no les será difícil dar con la muchacha, pues tanto Kitab como Schaar son ciudades pequeñas. Voy a darles un consejo; acudan directamente a Djura y díganle en mi nombre que si sus cosas anduvieran mal, siempre encontrará un refugio en la tribu de los filiados. Crucen al Amu-Darja por el vado de Ispás: allí encontrarán gente mía que seguramente podrá proporcionarles otros informes. Y ahora, amigos, vamos a escoger la caballada.

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