Capítulo 11

GARROVI Y NARSINGA

Toda la noche el pariah luchó victoriosamente contra el asalto cada vez más impetuoso de las olas que le inundaban de popa a proa, y contra la furia del viento que cambiaba de dirección constantemente, como si quisiera convertirse en un verdadero tifón.

Durante aquellas horas nadie osó abandonar la cubierta, pues había trabajo para todos.

Dos veces la vela de gavia fue arrancada por aquellas ráfagas formidables, que alcanzaban a veintiséis metros por segundo, velocidad a que llegan tan sólo en las grandes tempestades.

Afortunadamente a bordo había velas de recambio, y la gavia mayor pudo ser desplegada nuevamente pese a las impetuosas sacudidas que sufría el navío, convertido en un verdadero juguete de las iracundas olas.

Al despuntar el alba comenzaron a teñirse las nubes con los reflejos rojizos del sol, y el viento cesó casi bruscamente, concediendo al pobre navío una breve tregua.

Empero aquella calma no debía durar mucho, pues enormes masas de vapores continuaban enturbiando el aire, . acumulándose en las profundidades del cielo.

Harry que hacía dos noches no dormía, Oliverio, Eduardo y parte de la tripulación,

aprovecharon aquella tregua para descansar. El marino antes de retirarse a su camarote revisó los mástiles, quedando satisfecho.

-Tal vez resistan -dijo a Oliverio que lo había seguido a la cala. -Pero cuando lleguemos a las Andamanas será necesario buscar otro palo mayor.

-¿Y del traidor no has sabido nada?

-No, señor Oliverio, pero ya que el huracán nos deja un poco de tranquilidad, antes de ir a dormir podemos hacer una visita a Garrovi. Será una idea absurda, pero temo que este hombre sepa algo.

Advertido Eduardo para que vigilara la bodega, se dirigieron al calabozo.

El hindú estaba recostado sobre la estera, con la cabeza entre las manos, como absorto en profundos pensamientos. Viendo entrar al marino y a Oliverio, les miró con inquietud y se sentó.

-¿Qué queréis? -les preguntó-. ¿Hemos llegado a las Andamanas?

-Aún no -contestóle Harry-. Hemos venido para exigirte una explicación.

-¿Una explicación? -la voz de Garrovi temblaba.

-Vamos, quítate la máscara y cuenta todo, o te juro que no volverás vivo a Bengala.

¿Quiénes son tus cómplices?

-¿Mis cómplices? No te comprendo. -¡Hemos descubierto todo!

En el rostro del hindú se advirtió la viva angustia que le dominaba, pero haciendo un esfuerzo consiguió controlarse.

-No te comprendo…

-Y bien, te diré entonces que tus cómplices han tratado de cortar los mástiles del pa~.

-¡Es imposible! -exclamó el hindú con insospechada energía-. Debes haberte equivocado: no tengo ningún cómplice entre tus marineros.

-Tú eres el único que puede tener interés en hacer naufragar nuestro navío…

-¿Con qué fin?

-Posiblemente temes encontrarte frente a Alí Middel.

-Me habéis prometido perdonarme la vida y restituirme mis riquezas si os ayudaba a salvar al capitán del grab. ¿Por qué tendría que traicionaros?

-Si no tienes cómplices encontraste el medio de salir de tu cabina -le interrumpió Oliverio.

-¡Yo! exclamó sonriendo el hindú-. ¿Cómo? -Revisaremos tu camarote…

-Tal vez encontremos otra sierra de origen indostánico…

Al oir aquellas palabras el rostro de Garrovi volvió a alterarse.

-¿Qué sierra?

Oliverio y Harry advirtieron el temblor en la voz del faquir, y el teniente exclamó:

-¡Te has traicionado!

Garrovi hizo un esfuerzo supremo y lanzó una carcajada.

-Tratas de burlarte de mí… Puedes revisar mi cajón.

El marinero tomó entre sus robustos brazos la gran caja, y abriéndola la volcó, haciendo caer gran cantidad de prendas de vestir, babuchas, y cajitas con hojas de betel.

De un puntapié dispersó las ropas y de pronto se asombró, viendo entre ellas un sari femenino.

-¡Un vestido de mujer! exclamó.

-O mejor dicho, de niña -le corrigió Oliverio. -Seré curioso … ¿Me gustaría saber cómo han ve

nido a parar estas prendas a tu camarote? -inquirió con acento burlón Harry.

-Lo ignoro -dijo Garrovi-. Tal vez mis servidores las pusieron por equivocación.

-¿No hay ninguna herramienta? -preguntó Oliverio a Harry, que continuaba dispersando las ropas.

-No, señor.

-Examina las paredes del camarote.

-Las maderas son sólidas -dijo el lobo de mar golpeándolas- no podría explicarme cómo este hombre salió de aquí.

-Entonces no hay duda que tiene un cómplice.

-Así debe ser.

-Debemos velar atentamente, Harry.

-Uno de nosotros permanecerá siempre de guardia en la bodega. Ahora vamos a descansar, señor, pero yo me acostaré entre ambos mástiles y dormiré con un ojo abierto.

Garrovi tras de la salida de ambos hombres, permaneció largo rato inmóvil, con los ojos clavados en el suelo y una sonrisa irónica en los labios.

-Vamos -se dijo, levantándose-. Es necesario interrogar a Narsinga.

Incorporándose sin hacer ruido, prestó atención, y luego levantó las esterillas y retiró la tabla del piso, dando tres golpes.

Un instante después aparecía el rostro inteligente de la niña.

-Ven -susurró Garrovi.

Narsinga estiró los brazos y el hindú la subió, besándola en la frente.

-¿Sabes si estos hombres te vieron? -preguntale con ansiedad.

-No, padre, pues advertí a tiempo su presencia. Estaba serruchando el mástil de proa.

cuando vi al viejo bajar en compañía del teniente, y tuve apenas tiempo de deslizarme entre los cajones. Por desgracia perdí la sierra.

-Y ellos la encontraron -murmuró Garrovi con voz sorda.

-Quiere decir que no podré proseguir con mi trabajo.

—Te queda el taladro, y te resultará fácil perforar la proa.

-Pero en la sentina han puesto un guardia, padre.

-Tú eres ágil como una serpiente y podrás pasar desapercibida… Pero es necesario que trabajes velozmente, pues estamos muy cerca de las Andamanas.

-¿Pero cómo nos salvaremos, padre, si se hunde el barco?

-Cuando la tripulación se haya embarcado en la chalupa, buscaremos algún resto del naufragio que nos mantenga a flote… Tú sabes que soy un buen nadador, y podré conducirte a tierra.

-¿Adónde, padre?

-A las Andamanas.

-Pero entonces te encontrarás con Alí…

-Alí Middel debe haber desembarcado al sur de la Andamana Menor, en tanto que nosotros nos dirigiremos al norte de esa tierra.

-¿Y la tripulación?

-Se adelantará a nosotros y no correremos peligro de encontrarla. Una vez en tierra no habrá dificultades en buscar refugio en los bosques.

-¿Debo proceder de inmediato, padre?

-Antes de veinticuatro horas el pariah debe hacer agua…

-El mar está muy grueso, padre. ¿No oyes como ruge?

-Las olas no me asustan… Apresúrate. ¿El taladro es grande?

-Sí, padre -la niña hizo una pausa dudando-. Pero no creo que alcance para abrir un orificio suficientemente amplio.

-¿Trajiste contigo el paquete de pólvora?

-Sí.

-¿Tienes alambre?

-Sí.

-¿Y una cuerda embebida en alquitrán?

-Sí…

-Muy bien: cuando hayas abierto un agujero con el taladro, introducirás un cartucho reforzado con alambre, y al oir que el vigía avista las Andamanas darás fuego a la mecha. El estallido

producirá una brecha tan grande que el agua entrará a raudales.

-Comprendo.

-Ahora vete, no es prudente que te quedes aquí..

La pequeña hindú abrazó a Garrovi y con agilidad extraordinaria se dejó caer por el orificio del piso. El faquir puso en su sitio la tabla, deslizando encima las esterillas.

-Que busquen a mi cómplice -murmuró para sí mismo satisfecho-. No lo encontrarán… Narsinga es q demasiado astuta para dejarse atrapar y pronto este mal- 11

dito pariah se irá a pique.

En aquel preciso instante un trueno formidable resonó en el exterior, y al mismo tiempo se oyó sobre el puente la voz de Eduardo, gritando:

-¡Todo el mundo a cubierta!

-El huracán… -exclamó el hindú, mientras una oscura llama le iluminaba los ojos-. ¡Ya no podrán montar guardia en la bodega, y dentro de doce horas este barco se hundirá!

CAPITULO 12

LA NAVE LLAMEANTE

Garrovi no se había equivocado.

El huracán que desde hacía dos días amenazaba estallar, se había desencadenado con espantosa violencia, sacudiendo el ancho golfo desde las costas de Coromandel hasta Ceilán y Bengala.

Pese a que recién era mediodía, las masas de vapores eran tan oscuras que parecía haber anochecido. Lívidos relámpagos que tomaban reflejos sanguinolentos quebraban las tinieblas de tanto en tanto. seguidos de estallidos tan fuertes que ensordecían a los tripulantes del pariah. Parecía que por encima del mar se estuviera librando una furiosa batalla de artillería.

Harry, Oliverio, Eduardo y toda la tripulación estaban en cubierta, listos para hacer frente al huracán. Se mantenían sujetos a las bordas para mejor resistir el ataque de las olas, que de tanto en tanto barrían la cubierta.

El viejo marino aferrado a la barra del timón, con los cabellos ondulantes y la barba empapada, daba las órdenes, y su voz resonaba como una trompa cubriendo los rugidos de las olas y los silbidos del viento.

El mar empeoraba de minuto en minuto. Montañas de agua irrumpían ya no del sudoeste sino del noroeste, entrechocándose con terribles estallidos, lanzando al aire columnas de espuma más amenazadoras que antes.

Las nubes por su parte giraban como si quisieran formar un gigantesco remolino.

La tripulación, aterrorizada, era testigo de la furia de los elementos, que parecían dispuestos a arrojar la nave a los profundos abismos.

De pronto el sol desapareció totalmente. y la oscuridad se tornó tan profunda como si se hubiera tendido un velo entre el cielo y la tierra.-Enormes gotas comenzaron a caer desde las nubes, en un aguacero interminable, verdadero diluvio que parecía escapar de una gigantesca caldera, pues la lluvia en aquellas regiones es siempre cálida.

Por momentos resultaba imposible distinguir desde el puente de mando la proa del navío; tres horas ininterrumpidas duró el aguacero, y luego cesó al promediar la tarde tan rápidamente como había comenzado.

El sol reapareció por algunos instantes, rojo como un disco incandescente, y luego la oscuridad volvió a tenderse sobre el Golfo de Bengala. De tanto en tanto un rayo de luz quebraba el velo de nubes irradiando un calor tórrido.

A las dieciocho aquella momentánea claridad desapareció, pero los continuos relámpagos iluminaban con una intensidad aterradora. Aquel inmenso cono de nubes parecía haberse inflamado como reuniendo toda la electricidad dispersa en el cielo.

Truenos formidables, cortos y largos, repercutían sobre las aguas, mientras el mar como atraído por una fuerza misteriosa, se alzaba ululando espantosamente.

Harry, Oliverio y el joven Eduardo, dominados por una viva ansiedad contemplaban aquel fenómeno extraño que nunca habían visto, mientras la tripulación, dominada por un terror supersticioso, invocaba con voz lamentable a Brahama, Siva y Visnú.

-¿Qué está por ocurrir, Harry? -preguntó el te

niente que pese a su valor se había puesto pálido.

-Lo ignoro, señor -contestó el marino inseguro.

-¿Has visto alguna vez un fenómeno semejante?

-No, señor. Oliverio, pero este cono semeja una tromba marina invertida.

-¿Con el vértice hacia el cielo, en lugar de dirigirse hacia el mar?

-Sí.

-Pero el mar se alza como si lo aspiraran, Harry.

-Lo veo,

-;.Estará por sonar nuestra última hora?

-Tal vez… -el lobo de mar se interrumpió-. ¡Por mil tempestades!

-¿Qué ocurre?

-¡Mirad sobre el extremo del trinquete!

Oliverio dirigió sus miradas y vio un pequeño globo de fuego, de las dimensiones de una naranja grande, flotar por encima del mástil proyectando en derredor una luz azulada.

-¡Una centella globular! -murmuró.

-¿Estallará?

-Con toda seguridad, Harry.

-¿Y el mástil? Si lo…

No pudo concluir. El globo de fuego tras haber girado unos segundos, se posó sobre el extremo del mástil y comenzó a deslizarse por las crucetas.

Luego, repentinamente, estalló dividiéndose en gran número de fragmentos. La verga de la vela del papagayo menor fue despedazada por el golpe y cayó sobre cubierta, mientras la tela y el cordaje se incendiaban.

Un tremendo grito de espanto se alzó entre la tripu=lación, mientras un aullido de furor brotaba de los labios del viejo marino.

Las llamas, alimentadas por el viento, se habían dirigido hacia el papagayo menor, incendiándolo, mientras las chispas caían sobre las gavias del palo mayor.

-¡Arriba los gavieros! -rugió Harry-. ¡Cortad las velas!

Algunos hombres treparon a las grisetas con sus cuchillos de maniobra entre los dientes, pero el pariah se sacudía tanto que resultaba casi imposible subir. Para empeorar la situación las olas barrían la cubierta con tanta furia que amenazaban romper las amuras.

Tres hombres que intentaban subir al mástil fueron arrancados y cayeron con tal fuerza que recibieron graves heridas. Los otros dos, aterrorizados, enceguecidos por las chispas que caían desde lo alto, descendieron al puente.

-¡Mil tempestades! -aulló el viejo lobo de mar-. ¡Arriba los gavieros o el barco se va a pique!

Oliverio y Eduardo, sin pensar en el peligro que corrían, se lanzaron hacia proa, pero un golpe de mar les arrojó contra el castillo imposibilitándoles moverse.

Cuando se incorporaron las velas del palo mayor también estaban incendiadas. Llamas inmensas, que el viento sacudía, devoraban gavias, crucetas y cables, haciendo llover sobre cubierta infinidad de chispas.

Era un espectáculo terrible ver aquella pobre embarcación envuelta por la tormenta, entre las nubes sombrías, las olas inmensas que la sacudían barriéndola de proa a popa, y la arboladura incendiada, que daba en torno reflejos sanguinolentos iluminando aquella noche de horror.

Los hindúes, aterrorizados, se habían refugiado en el castillo de popa, sordos a los comandos y amenazas del viejo marino. Hasta el mismo teniente y Eduardo dudaban frente a aquella lluvia incendiada. mientras que Harry parecía haber perdido su sangre fría habitual, hasta que de pronto abandonó la barra del timón y empuñando un hacha bajó del puente de mando y gritó:

-¡Seguidme, o estamos perdidos!

Al mismo tiempo se oyó una voz que gritaba:

-¡Tierra!

-¿Donde? -inquirió Harry.

-¡Al oeste!

-¿No te engañas?

-La vi al resplandor de un relámpago.

-¡Proa al oeste! ¡Seguidme, amigos! ¡La Andamana Menor está frente a nosotros!

De un salto estuvo bajo el palo mayor, y comenzó a hacharlo furiosamente, saltando a derecha e izquierda para evitar los tizones que caían sobre él.

Oliverio, Eduardo y algunos marineros, envalentonados por su ejemplo, corrieron en su ayuda, mientras otros atacaban el mástil del trinquete que parecía una gigantesca antorcha.

Entre las olas enfurecidas, que barrían la cubierta con sus lenguas de espuma, el silbido diabólico del viento, el humo y las chispas, aquellos hombres luchaban con la energía de la desesperación, animados por la voz del viejo lobo de mar.

De tanto en tanto-alguno era arrastrado por las olas y se estrellaba contra las amuras, o era herido por los tizones que caían de lo alto, pero sus camaradas corrían a reemplazarlo.

Todos habían comprendido que si aquel incendio no era sofocado, el pariah estaba perdido, y trabajaban con ansias crecientes, hachando con furia los dos mástiles en medio de ‘a tempestad.

El navío, entretanto. corría hacia una costa que acababa de aparecer a estribor, dejando tras de sí una larga estela de chispas.

Repentinamente, el palo mayor con la base cortada, y sin cables que lo mantuvieran en equilibrio, cayo de costado precipitando tizones ardientes sobre cubierta. Harry apenas había tenido tiempo de gritar: -¡Atrás todo el mundo!

Los hindúes que estaban abatiendo el trinquete saltaron a ambos costados, evitando ser aplastados, y al mismo tiempo del interior de la nave se oyó un grito que parecía lanzado no por la garganta de un hombre sino de un niño.

-¡Por mil tempestades! -aulló Harry-. ¿Quién cayo en la bodega?

-Nadie -contestaron los hindúes desde la proa.

-¡Seguidme! -grito el viejo lobo de mar.

Con tres saltos descendió la escalera que llevaba a la sentina, y al llegar allí vio asombrado una niña hindú caída, con la frente inundada de sangre, inmóvil como si estuviera muerta. Junto a ella había un trozo de madera que evidentemente acababa de golpearla.

-¿De donde sale esta criatura? -exclamo un marinero en el colmo del estupor.

-¿Quién puede ser? -pregunto Oliverio no menos asombrado, alzándola en brazos-.

¡Trae agua, Harry! La pobrecita está herida, y tal vez gravemente.

-Pero… señor…

-Calla, Harry … Más tarde develaremos este misterio.

Luego, sin hablar más, subió a cubierta con la criatura en brazos. Al mismo tiempo del castillo de popa salía la figura de Garrovi. El hindú estaba irreconocible: tenía las facciones alteradas por una indescriptible angustia, los ojos inflamados y los pelos de la barba hirsutos como los de una fiera enfurecida.

Un grito horrible salió de su pecho, al advertir que Oliverio llevaba entre los brazos a Narsinga con la frente empapada en sangre.

-¡Garrovi! -exclamo Harry, mientras los hindúes aterrorizados por aquella imprevista aparición huían hacia proa-. ¿Tú, aquí?

El hindú no contesto.

Con un salto de tigre bajo del castillo y se abalanzo contra el teniente que había permanecido como clavado en su lugar, arrebatándole la pequeña y aullando con una voz que nada tenía de humano.

-¡Mi hija! ¡Malditos! ¡La habéis matado!

Luego, antes que Harry y Oliverio tuvieran tiempo de recuperarse de la sorpresa producida por aquellas palabras, salto nuevamente sobre el castillo de popa, recogiendo al mismo tiempo un hacha y volvió a gritar:

-¡Que el mar os trague a todos!

Con un hachazo formidable corto los cables del timón, Y luego, estrechando contra su pecho a Narsinga, se paro sobre la amura y se precipito entre las ondas con una última maldición a flor de labios. mientras el pariah, arrastrado por el huracán se alejaba hacia el sudoeste con el mástil incendiado que lanzaba sus últimas chispas hacia el cielo

Share on Twitter Share on Facebook