Capítulo 10

LAS PRIMERAS SOSPECHAS

Si el marinero hindú no se había engañado, la situación era grave y podía tener consecuencias lamentables. La caída de aquel mástil ocasionaría también la del trinquete, pues ambos estaban unidos por los cables de maniobras corrientes, y podrían producir daños incalculables en las amuras y hasta en el cuerpo del navío.

Además, ¿cómo hubiera podido resistir el pariah la furia de las olas, sin un trozo de tela que pudiera proporcionarle un poco de estabilidad?

Mientras los marineros, alentados por el joven Eduardo que en aquel momento desplegaba una energía increíble para su edad, Harry y Oliverio descendían a la bodega, llevando una linterna para no chocar con los cajones y barriles de víveres allí acomodados.

En pocos instantes llegaron al pie del palo mayor. Estaban por inclinarse para estudiarlo, cuando les pareció distinguir una sombra que desaparecía rápidamente tras un gran cajón.

-¿Habéis visto, señor Oliverio? -preguntó el viejo marinero.

-Sí … Una sombra pasó frente a la luz de la linterna…

-¿Un fantasma? -murmuró el lobo de mar que era un poco supersticioso.

-¡Bah! Había sido la sombra de uno de nosotros.

-Es probable, pero…

Un agudo crujido que llegaba de la base del mástil le interrumpió.

-¡Por mil tempestades!

Bajando la linterna, el marino se curvó rápidamente y un grito de furor escapó de sus labios, mientras un sudor frío le perlaba la frente.

-¡Mirad! -dijo con voz ronca.

El teniente también se había inclinado El mástil, a cincuenta centímetros de su base, mostraba las trazas de

un tajo muy profundo, tan regular que parecía hecho con una pequeña sierra. Más de la mitad de la madera había sido seccionada, y cada golpe de viento lo agitaba, amena zando profundizarlo, y destrozar violentamente la parte superior.

Oliverio también palideció.

-¿Una traición? -murmuró-. ¿O una avería causada por la fuerza del viento?

-¡Ninguna avería! -gritó el marinero enfurecido. -Este mástil ha sido cortado para hacerlo caer sobre cubierta al primer soplo de viento. Mirad, señor Oliverio: aquí está el aserrín producido por la sierra.

-¿Pero quién lo ha cortado?

-Alguien que tiene interés en impedirnos que encontremos a Alí Middel.

-¿Algún marinero?

-O un cómplice de Garrovi.

-¿Sospechas de alguien?

-No.

-¿Estás seguro que cuando zarpamos el mástil estaba intacto?

-Antes de dejar Calcuta visité el barco de la punta

del mástil al fondo de la cala, y estaba perfectamente bien.

-Entonces lo han hecho durante el viaje.

-Sí.

-¿Está perdido el mástil?

-Por ahora no, pero si tardábamos un poco nos caía encima. Vamos a ver el trinquete, señor Oliverio. Con las velas caladas no corremos peligro.

Atravesando la cala se dirigieron hacia proa. Una sorda imprecación escapó de labios del viejo marino.

También el trinquete había sido atacado por la sierra del oculto enemigo.

-¡Infames! -rugió Harry-. Querían desarbolar al pariah para mandarnos á pique…

-¿Pero quién? -gritó Oliverio, con los dientes apretados-. Si descubro al culpable, Harry. te juro que lo haré ahorcar… Pero mira; ¿qué es eso que brilla junto a aquella caja?

Baja un poco la linterna.

El marinero obedeció a hizo caer la luz de la linterna sobre una pequeña sierra apoyada en un rincón. Oliverio la recogió rápidamente y vio que todavía tenía partículas de madera entre sus dientes.

-Este es el instrumento empleado por el traidor para cortar los mástiles.

El marinero la tomó, observándola atentamente.

-Es una sierra indígena. Esta forma no la tienen las europeas.

-¿Hay un carpintero a bordo?

-No.

-¿Tenemos instrumentos de carpintería?

-Sí, pero están guardados en mi cabina.

-¿Crees que esta sierra será nuestra?

-No es posible, porque mi cabina siempre está cerrada con llave y nadie puede entrar.

Seguidme, señor Oliverio. Urge reparar estos dos mástiles y hacer frente al huracán. Más tarde trataremos de descubrir a los culpables.

El mar seguía siendo grueso y las olas atacaban al pariah con rugidos aterradores, barriendo impetuosamente la cubierta.

La tripulación hindú había sujetado las velas del palo mayor y estaba tendiendo tercerolas sobre el trinquete, para evitar que -el ímpetu del viento arrasara con todo.

Eduardo, pese a su juventud, había aprendido todas las maniobras con su hermano, y habiendo asumido el mando con voz calma impartía las órdenes oportunas, mientras los timoneles se esforzaban por mantener el rumbo establecido, presentando el estribor a los golpes formidables de aquellas enormes masas de agua.

-¡Dos manos de tercerolas a las velas del trinquete! -ordenó con voz tonante Harry-.

¡Cuatro hombres de buena voluntad conmigo! -Luego, colocando el pariah a través del viento, se dirigió a su cabina, en busca de instrumentos de carpintería.

Una vez en la bodega se hizo traer dos estacas de madera robustísima y cables, y febrilmente se puso a trabajar ayudado por los cuatro hombres. Se trataba de hacer una ligadura de refuerzo al pie del mástil. Colocando las dos estacas verticalmente a la altura del corte, las ató con fuerza. Luego las consolidó con una gruesa lámina de cobre, clavando sólidamente ambas secciones, y colocando por encima una nueva ligadura, en forma tal que todo quedara formando un solo bloque.

-Supongo que ahora resistirá a las ráfagas más impetuosas -se dijo-. Afortunadamente nos dimos cuenta a tiempo.

Luego condujo a sus hombres hasta proa y aseguró el trinquete, si bien éste no corría mayor peligro porque el corte era muy poco profundo.

Concluida la segunda operación, cruzó los brazos y arrojó una mirada iracunda sobre sus hombres, diciendo con rabia sorda:

-Y ahora me diréis quién fue el miserable que arruinó los mástiles del barco. Entre nosotros hay un traidor, y quiero descubrirlo.

-Es imposible que uno de los nuestros haya hecho esto -respondió un timonel.

-No, capitán, ninguno puede haberlo hecho -confirmaron a coro los demás.

-¿Conocéis a todos vuestros compañeros?

-A todos.

-¿Y no creéis que haya uno capaz de haber cometido esta canallada?

-No, capitán. Todos son honestos marineros y devotos servidores del Presidente de la

“Joven India” -dijo el timonel.

-¿‘No sospecháis de nadie?

-No.

-Además -agregó otro-. ¿Qué interés podríamos tener en hundir el barco? Si Garrovi estuviera libre …

-¡Garrovi! -exclamó Harry-. Sí, yo siempre he desconfiado de ese fakir. Sin embargo está prisionero, y sin un cómplice no puede haber cortado nuestros mástiles.

-Sin embargo ninguno de nosotros lo ayudó -exclamó el timonel.

-Insisto que no ha salido de su cabina, y yo sólo tengo la llave: Al oír aquello los hindúes se intercambiaron miradas de supersticioso temor.

-Subamos -dijo Harry, que había advertido el cambio en la expresión de sus hombres-más tarde revelaremos este misterio.

Al llegar a cubierta, el pariah, casi sin velas, navegaba sin mayor estabilidad y las olas barrían la cubierta, aterrorizando a los tripulantes y amenazando arrastrarlos al mar.

Ya Eduardo había sido arrojado al suelo tres veces pese a haberse atado un cabo a la cintura.

-¡Orzar el timón y fuera las velas con doble cantidad de cables! -gritó Harry viendo lo grave de la situación.

La tripulación pese a los soplos impetuosos del vendaval, se apresuró a obedecer desplegando la gavia mayor y el gran papagayo, para tender luego el trinquete y el papagayo menor.

De inmediato el pariah pareció revivir Las violentas sacudidas cesaron y retomó su curso a una velocidad de nueve nudos por hora.

-¿Se mantendrán los mástiles? -preguntó Oliverio a Harry.

-Así lo espero, señor. -¿Descubriste algo?

-Por ahora nada, pero debo hacer una visita a Garrovi. Es el único que puede tener interés en arruinarnos el barco.

-¿Con qué fin? -No lo sé.

-¿Estamos todavía muy lejos de las Andamanas?

-Alrededor de trescientos kilómetros. Si nuestra velocidad no cesa las avistaremos dentro de un día y medio.

-¿Y este huracán?

-Esperemos que no empeore.

-¿Y si aumentara?

-Enfilaremos entre las Andamanas Mayor y Menor,

y buscaremos refugio en alguno de sus islotes. No temáis, señor Oliverio, que yo he afrontado huracanes más terribles que éste.

-Este mar iracundo no me preocupa, Harry.

-¡Mil tempestades!

-¿Qué ocurre?

-Me parece que el viento gira hacia el este.

-Que sople del noreste o del noroeste; ¿qué importancia tiene?

-Provocará un cambio terrible en las olas. señor… Ya no correrán como hasta ahora hacia las costas de Bengala, sino que chocarán de costado y nos harán bailar desesperadamente.

-Ya estamos habituados a estas sacudidas.

-Pero temo por nuestros mástiles, señor Oliverio. Si las sacudidas aumentan, ignoro si podrán resistir mucho tiempo. ¡Bah! Confiemos en Dios y en la resistencia de nuestro barco.

Share on Twitter Share on Facebook