Capítulo 8

LOS MISTERIOS DE LA CABINA DE GARROVI

Una brisa cada vez más fuerte soplaba sobre el amplio golfo de Bengala. Con la puesta del sol y el brusco cambio de temperatura, las ráfagas se hacían cada vez más violentas, dirigiendo la esbelta nave hacia el meridiano 830, bajo el cual se encontraba el grupo de las Andamanas.

Anchas olas, azuladas, que cambiaban de color por algún extraño fenómeno óptico, rodaban sobre el Golfo rompiéndose contra las bordas de la embarcación.

No eran empero peligrosas para la nave de los expedicionarios. El pariah, pese a su pesada quilla de madera de sauce, no tenía ninguna dificultad en atravesarlas, rompiéndolas fácilmente con su agudo espolón, y sufriendo tan sólo un leve bamboleo que no alcanzaba a molestar a sus tripulantes.

La luz blanca del faro de Diamond-Harbour desapareció tras el horizonte, y entonces el viejo marinero tomó la barra del timón, luego de haber aconsejado a Oliverio y Eduardo que se retiraran a sus camarotes.

El lobo de mar tenía absoluta confianza en la tripulación reunida por el Presidente de la “Joven India”, pero quería aquella primera noche ocuparse personalmente de la guardia para poder juzgar las cualidades náuticas del velero.

Tras algunas horas en el puente de mando, Harry se sintió totalmente satisfecho, habiendo constatado que aquel pariah, si bien los barcos de esa categoría gozan de poca famaèn la India, se comportaba perfectamente pese a lo picado del mar.

Toda la noche, el navío afronté las fuertes olas del Golfo, superándolas fácilmente, y resistiendo los bruscos golpes de viento, que soplaba irregularmente del norte y del noroeste.

Por su parte la tripulación no defraudó la confianza depositada por el Presidente de la

“Joven India”, maniobrando con mucha habilidad, y obedeciendo dócilmente las órdenes dadas por el timonel.

Al amanecer las costas de Bengala ya no eran visibles sobre el horizonte. El pariah navegaba en pleno Golfo con todas sus velas desplegadas, cortando ágilmente las olas.

El viento era cada vez más fuerte, y as ráfagas hacían crepitar las velas y silbar los cabos; sin embargo el cielo era límpido y no se debía temer por el momento ninguna tempestad.

-Todo va bien -dijo Harry a Oliverio y Eduardo, que habían subido a cubierta-. Si este viento se mantiene, llegaremos muy pronto a las Andamanas… Tal vez antes de seis días.

-¿A qué distancia se encuentran de Bengala? -preguntó el teniente.

-Alrededor de mil kilómetros. en línea recta.

-¿Qué te parece el pariah?

-Estoy satisfecho, señor Oliverio. Resiste muy bien el mar grueso, y no baja de los seis nudos por hora. Hubiera preferido un grab, pero no puedo quejarme de esta nave. ¿Habéis visto a Garrovi?

-Al pasar frente a su calabozo me pareció oírlo roncar.

-Parece que los delitos cometidos no pesan sobre su conciencia -comentó Eduardo.

-Convendría hacerle una visita -dijo el viejo marino-. No me fío de la tranquilidad de ese bellaco. Estos hindúes son demasiados astutos… Si queréis seguirme…

-Adelante.

Descendieron la escala que llevaba a los camarotes, y estaba ya Harry por sacar del bolsillo la llave, cuando se detuvo e inclnándose hacia adelante prestó atención.

-Silencio -dijo en voz baja.

-¿Qué ocurre?

-Escuchad.

-¿Qué cosa?

-Prestad atención, señor Oliverio.

El teniente adelantó la cabeza y le pareció oír tras de la puerta un ligero murmullo de voces. Parecía que en la celda hablaban dos personas.

-¿Qué significa esto? -exclamó Oliverio en el colmo del estupor-. ¿Este camarote tiene

una sola llave, verdad?

-Así es.

-¿La tripulación está- en cubierta?

-Toda.

-¿Acaso estará rezando Garrovi?

-¿Un bribón de semejante calaña? ¡Imposible!

-¡Abre!

Hárry introdujo rápidamente la llave y la hizo girar en la cerradura, pero la puerta no se abrió.

- ¡Garrovi! -¿Qué queréis?

-¿Te has barricado, bribón?

El hindú no contestó, pero se lo oyó correr un mueble que parecía pesado, posiblemente un gran cajón, y luego la puerta se abrió.

El marino, Oliverio y Eduardo irrumpieron en la cabina, mirando en derredor, pero vieron tan sólo a Garrovi arrastrando :hasta un ángulo el gran cajón donde llevara sus efectos personales.

Aquel camarote era una pequeña habitación de dos me tros cuadrados, iluminada por un ojo de buey tan estrecho que no hubiera permitido pasar ni siquiera a un gato. El mobiliario consistía en una estera de paja, y en aquel gran cajón.

Garrovi, desde un rincón de la cabina, miraba con sorpresa al marino y sus acompañantes.

-Tú no estabas solo -dijo Harry.

-¿Qué quieres decir? -preguntó el hindú asombrado. -Hace unos segundos hablabas con alguien. -¿Con alguien? ¿Pero no ves que estoy solo?

-Te hemos oído hablar.

-Es cierto, Rezaba.

-¿Con la puerta atrancada? -preguntó Oliverio. .

-Sí, porque vosotros no tenéis derecho a asistir a las plegarias de un hindú piadoso.

Visnú se enojaría.

-A mí me pareció que dialogabas con alguien.

-Nadie puede entrar aquí, puesto que vosotros solos tenéis la llave. Además la tripulación ha sido escogida por el Presidente de la “Joven India” y entre esos hombres no hay ninguno que pertenezca a mi casta.

-El bellaco tiene razón -dijo Harry- y sin embargo hubiera jurado que hablaba con alguien.

-No hay ninguna abertura, Harry -dijo Oliverio.

-Pero estos hindúes son demasiado astutos…

-Sin embargo no son espíritus para desaparecer a voluntad.

-Es cierto, señor. Nos hemos engañado.

Luego, volviéndose hacia Garrovi, que les miraba atentamente sentado sobre su estera, le preguntó:

-¿Necesitas algo?

-Nada: dejadme tranquilo hasta que lleguemos a las Andamanas.

-Salgamos, señor Oliverio.. .

Salieron de la cabina cerrando la puerta con llave, y volvieron a cubierta. Garrovi no había dejado su sitio, curvando su cuerpo para asegurarse que los occidentales realmente volvían a cubierta.

Cuando no oyó ningún ruido su rostro bronceado y hasta aquel momento impasible, manifestó una viva ansiedad y con el dorso de la mano derecha se secó algunas gotas de sudor que le empapaban la frente.

-¡Narsinga! -llamó con un hilo de voz.

Dentro del cajón se oyó un ligero rumor, luego la tapa se alzó lentamente para dejar salir a una muchacha de piel cobriza y brillante. Se trataba en realidad de una niña de ocho a nueve años, ojos inteligentes, grandes y negros, con largos cabellos recogidos en trenzas en torno a la cabeza, que vestía un sari de percal rojo, y numerosos brazaletes en brazos y piernas.

-¿Ya se fueron, padre? -preguntó con un hilo de voz.

-Sí, mi pequeña Narsinga -respondió el hindú apoyándole la mano en la cabeza y acariciándole los cabellos.

-Soy tan chica que no me hubieran encontrado, oculta bajo tus ropas -dijo ella sonriendo y mostrando sus dientes brillantes como pequeñas perlas-. Además, ¿qué daño hubieran podido hacerme?

-Es cierto, pero, ¿quién me ayudaría entonces a escapar? ¿Y quién a recuperar las riquezas perdidas, acumuladas con tantas fatigas?

-¿Qué te importan las riquezas?

-¿Qué me importan? -repitió el hindú con voz aguda-. Personalmente nada… Pero cuando te adopté mi único pensamiento fue verte un día rica… Nunca había conocido la alegría de una familia, y por ti abandoné la inmunda secta de los sannyassis, pues deseaba hacerte feliz como a la hija de cualquier extranjero llegado de ultramar, o de uno de nuestros Rajahs.

-Eres demasiado bueno, padre y trataré de ayudarte en todo lo posible.

-Lo sé, pequeña, cuento contigo para evadirme.

-Sin embargo te prometieron perdonarte la vida y restituirte los bienes…

-¿Eso crees tú? ¿Y piensas que Alí me perdonará? Es su encuentro lo que más temo, pues estoy seguro que ese hombre tratará de matarme.

-¿Quieres un consejo de tu pequeña Narsinga?

-Habla: generalmente eres más astuta que yo.

-Trata de impedir que los extranjeros encuentren a Alí.

-¿Cómo?

-Ya encostrarás un medio.

-Si estuviera libre, podría hacerlo.

-Cuando sea de noche puedo salir a cubierta… Sabes que soy ágil como una cobra.

-No podrías hacer lo que necesito… Además no te quiero exponer a ningún peligro.

-¿No confías en mí, padre?

-Sí, pero no tendrías suficiente fuerzas y no deseo que cometas un delito.

-¿Todavía delitos? -murmuró la criatura temblando-. ¡Basta, padre, que un día te matarán!

-Es cierto -murmuró Garrovi con aire tétrico- y yo no quiero morir, no quiero dejarte sola.

-¿Entonces huirás? -Huiremos.

-¿Cuándo?

-Cuando este pariah no esté en condiciones de navegar y alcanzarnos.

-Ya he comenzado a cortar el trinquete.

-Es necesario seccionar el palo mayor. -Lo haré, padre mío.

-Y también abrir una vía de agua en la proa.

-¿Cuántos días nos quedan?

-Cinco o seis.

-Antes que el pariah llegue a las Andamanas, habré concluido, padre. Esta noche trabajaré en la base del palo mayor.

-Cuida de no hacer ruido. -Seré prudente.

-Vete a dormir, Narsinga. Necesitas reposar.

-¿Cuándo podré verte?

-Después de mediodía. Cuando dé tres golpes, sal; encontrarás tu parte de la comida.

-Hasta luego, padre.

El hindú alzó a la chica, besándola en ambas mejillas.

-Vete, hija mía -dijo con voz conmovida. Luego, agachándose, alzó las esteras de fibra de coco, Y quitando cuatro clavos que estaban flojos levantó una tabla del piso, dejando ver un oscuro orificio, de treinta centímetros de ancho por cincuenta de largo.

Con sorprendente agilidad, Narsinga se dejó resbalar por allí, desapareciendo en las tenebrosas cavidades de la bodega.

-¿Estás ahí?

-Sí.

-Duerme tranquila.

El hindú volvió a colocar la tabla, la clavó, extendió las esteras y se sentó encima, murmurando:

-¡Pobre criatura! … ¡Qué horrible prisión soporta por mí… ! Dentro de cuatro días todo habrá terminado…

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