Capítulo 9

EN EL GOLFO DE BENGALA

Mientras tanto, el pariah continuaba su ‘carrera hacia el sur, impulsado por el viento noroeste que seguía soplando con fuerza, acercándose rápidamente al archipiélago de las Andamanas.

El estado del mar despertaba cierta inquietud en el viejo marino. Las grandes olas, en lugar de aplacarse, se tornaban cada vez mayores a medida que el pariah se internaba en el Océano Indico.

Cada ola que seguía a la anterior era más alta, llegando con intervalos de diez o doce minutos entre sí, con las crestas cubiertas de blanca espuma, rugiendo amenazadoramente y alzando con violencia la nave, que cabeceaba inclinándose de proa a popa.

Harry continuaba consultando ansiosamente el horizonte, pero ninguna nube empañaba la limpidez del cielo.

Sin embargo aquello no lo tranquilizaba. Si bien no ignoraba- que las grandes ondas marinas se extienden hasta más de mil kilómetros del epicentro de las tempestades, especialmente cuando no encuentran en su camino obstáculos que las rompan, también sabía por experiencia propia la rapidez y violencia de los ciclones que estallan en las regiones tropicales.

Por su parte la tripulación se mostraba serena. Agrupados a proa y popa, aquellos hombres de mar conversaban riendo quedamente, contándose historias maravillosas, o masticando con toda calma hojas de betel, tan usado en toda la India y que según dicen fortifica el cerebro, si bien da un color oscuro a la saliva.

A mediodía, cuando el pariah ya se encontraba a otros ciento cincuenta kilómetros de las costas de Bengala, el viento que hasta aquel entonces se había mantenido fresco y fuerte, cesó repentinamente, inmovilizando al velero.

Por su parte las. olas cada vez se hicieron mayores, llegando desde el horizonte, como si tuvieran prisa por golpear los flancos del navío.

-¡Hum! -comentó Harry reuniéndose con Oliverio y Eduardo, que almorzaban sobre cubierta-. Esta calma no pronostica nada bueno. Si mi instinto no me engaña pronto el mar se pondrá grueso.

-¿Temes algún tifón? -preguntó Oliverio.

-Puede ser, señor.

-El pariah navega bien, Harry.

-No digo que no, pero los tifones del Océano Indico son tremendos. Imaginaos que a veces las aguas y el viento están tan furiosos que hacen retroceder al propio Ganges, destrozando todas las naves que se encuentran sobre aquea curso de agua desde Saigón hasta Calcuta. No recuerdo exactamente el año pero sé que en una oportunidad el río cubrió totalmente esta ciudad

-Y desde el sur parece que la borrasca se acerca -dijo Eduardo-. Mirad esa línea de pájaros marinos que huyen hacia el norte.

-Mala señal -comentó el viejo marino-. Si los alba

tros huyen, debe haber en el océano un gran vendaval.

-¿No podemos refugiarnos en puerto?

-No hay ninguno cerca, señor teniente. Las costas orientales de la India están casi desprovistas de refugio alguno. ¡Mirad! ¡Más bandadas de pájaros! Mala señal, se ñor Oliverio … ¡Mala señal!

-Son albatros…

-Carne fresca para nosotros -exclamó Oliverio. -Más dura que la de un viejo mulo, señor.

-Pero que nuestros marineros comerán igualmente, viejo amigo.

-¿Nuestros hindúes?

-¿Qué? ¿Acaso no les gusta la carne de aves?

-Se ve que no conocéis a los hindúes. ¿Comer carne? Jamás… Especialmente nuestros marineros que son . casi todos banianos.

-¿Qué, no comen animales los. banianos?

-No señor, ni siquiera peces.

-¿Bromeas?

-Hablo en serio. Para poder comer carne deben sacrificar a los animales en medio de una ceremonia especial; en caso contrario se nutren exclusivamente de vegetales.

-¿Y perdonan hasta a los insectos?

-Con el mayor cuidado. Figuraos que por miedo de tragarse algún mosquito, al ir por la calle llevan la boca cubierta con un tul.

-Esto es extraordinario, Harry.

-Pero muy cierto, señor Oliverio. Llevan su ternura hacia los animales hasta el punto de mirar donde pisan para no destrozar alguna hormiga, y si ven a alguno de estos animalitos, se apresuran a ofrecerle azúcar o miel.

-¿Y los pájaros?

-Los cuidan con la mayor atención… Muchas veces he ganado dinero gracias a su superstición.

-¿Cómo?

-Fingiendo disparar contra los pájaros que anidaban cerca de las cabañas de esta gente.

Apenas me veían con el fusil en la mano, los habitantes corrían, ofreciéndome rupias para que dejara en paz a esas aves.

-¡Viejo zorro! -dijo riendo Oliverio-. ¿Pero por qué demonios los banianos no matan a ningún animal?

-Porque creen seriamente que en sus cuerpos habita el alma de un hombre. Así, temen destrozar el receptáculo del espíritu de algún familiar o amigo.

-En resumidas cuentas es una variación de la creencia en la metempsicosis{6}. ¿Son sólo los banianos quienes no se alimentan con carne de animal?

-Todos los creyentes en Brahma y Visnú respetan a los seres vivientes llegando hasta el extremo de mantener hospitales para animales enfermos.

-¿Hospitales?

-En Surate hay uno destinado a cuidar a los cuadrúpedos enfermos o viejos. Os aseguro que es hermosísimo, rodeado por altos muros en medio de una vasta llanura.

-¿Y qué animales se refugian allí?

-Bueyes, caballos, perros, ovejas, pájaros… hasta insectos.

-¿Insectos?

-Sí, señor Oliverio, y para nutrirlos pagan a hombres pobres que deben dormir en camas plagadas de pulgas y demás insectos… los mantienen atados para que una vez que se han acostado no huyan antes del día siguiente.

-¿Y quién paga todo eso?

-Los banianos, brahamanes y adoradores de Visnú, que contribuyen con cinco o seis mil rupias por año. Con este dinero compran forrajes, leche, miel, granos… Imaginaos si nuestros marineros podrían ser capaces de devorar a un albatros que tal vez esconda el alma de algún pariente muerto en el mar. ¡Caramba! Una nube comienza a aparecer en el sur…. ¡Mala señal!

-Pero no hay casi viento, Harry.

-Aquí, pero temo que al sur esté soplando fuerte.

Efectivamente sobre el horizonte se estaba formando una nube oscura que lentamente aumentaba de tamaño como si quisiera ocupar toda la cúpula celeste. Su forma variaba a cada instante con extraordinaria rapidez, signo evidente de que un viento furioso la agitaba.

Las olas, que hasta aquel momento llegaran espaciadas, comenzaron a sucederse sin tregua, haciéndose cada vez más oscuras.

Ya no había ninguna duda: desde las islas de Nocibar avanzaba un huracán en dirección a las costas de Bengala.

La tripulación sacudida de su habitual calma, se había puesto a trabajar afiebradamente bajo la dirección del viejo marino. Tras subir a cubierta la chalupa que hasta aquel momento estuviera ligada a popa, la aseguraron con fuertes cables, y comenzaron a reforzar los cabos de los mástiles y el cordamen de las velas.

A las diecinueve horas, la nube ya cubría gran parte del cielo ocultando el recorrido del sol, y la calma se había roto bruscamente seguida por violentas ráfagas qué continuaban soplando del noroeste.

De tanto en tanto retumbaba siniestramente un trueno.

A las veinte la oscuridad era tan profunda que los hombres de popa no distinguían a los que estaban en proa y el mar rugía con creciente ira, estrellando sus masas de agua contra los flancos del pariah.

Harry se había puesto en el timón, y Oliverio y Eduardo estaban a su lado. Si bien los dos últimos no se hallaban habituados al furor del mar, conservaban una calma admirable, mirando serenamente los asaltos cada vez más violentos de las olas.

-¿No tienes miedo, muchacho? -preguntaba de tanto en tanto el teniente a Eduardo.

-No, señor -respondía éste invariablemente. Luego agregaba con firmeza:

-Soy hermano de un marino.

El viento entre tanto aumentaba de intensidad, sacudiendo violentamente la arboladura v silbando entre cuerdas y velas. El pariah huía hacia sudeste a nueve nudos por hora derivando violentamente, mientras que a popa dejaba una larga estela que brillaba en medio de las olas negras como alquitrán.

Alrededor de las veintidós una ráfaga más violenta que las otras golpeó la nave, haciéndola cabecear en tal forma que toda la proa se sumergió bajo las ondas. Casi al mismo instante un golpe seco, pero tan fuerte que pareció haber sido causado por la rotura de una parte del navío, llegó a los oídos de los tripulantes.

-¡Mil tempestades! -gritó Harry palideciendo-. ¿Qué ha ocurrido?

-¡Atención al palo mayor! -le contestó otra voz también a gritos.

-¡El mástil! -aulló Harry abandonando la barra a un timonel-. ¡Listos para cortar las

velas!

Luego saltó a cubierta donde se habían reunido Oliverio, Eduardo y algunos tripulantes.

De una rápida mirada trató de dominar la situación, pero la oscuridad era demasiado intensa. Aferrándose a los cables del mástil tiró furiosamente.

-El palo resiste -dijo.

-No, señor -le contestó un marinero-. Lo he visto vacilar y he oído claramente un ruido en su base.

-¡Una linterna! -rugió Harry.

-¿Hay peligro? -preguntó Oliverio.

-Ahora lo sabremos: ¡seguidme!

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