Capítulo 21

EL CASTIGO DE GARROVI

Echada al agua la chalupa mayor, Oliverio, Harry y Eduardo, bajaron a tierra munidos de armas, municiones y alimentos, y acompañados por seis marineros escogidos entre los más robustos y valerosos, resolvieron emprender la expedición, guiados por Pandú.

-Dejaremos que el perro sea el jefe de ruta -exclamó Harry.

Pandú apenas apoyó las patas sobre la arena, se volvió hacia Eduardo y mordiéndole la chaqueta, trató de arrastrarlo hacia el este.

-Te comprendo, mi buen Pandú, no temas que te seguiremos.

El perro, viendo que se dirigían a lo largo de la playa, se echó a correr delante de ellos.

Empero Harry no avanzaba más que con toda precaución y cuidadosamente, pues sabía que los habitantes de aquella isla eran todo lo contrario que amistosos. Por otra parte aquella selva estaba plagada de peligrosos tigres y serpientes venenosas.

Antes de aventurarse en las márgenes de la jungla, escucharon atentamente, y no se pusieron en camino nuevamente hasta haberse asegurado de que reinaba un silencio casi absoluto.

-Nunca se es demasiado prudente, cuando se está en un país como éste. Ahora que estamos a punto de encontrar a Alí, tratemos de que no se pierda uno de nosotros.

Empero aquellas costas parecían hallarse deshabitadas, pues no se advertía la menor señal de habitantes ni traza alguna de antiguas aldeas o campamentos.

Todo lo que se destacaba eran las bandadas de papagayos, con plumas de todos los colores imaginables, y de pavos reales silvestres. Además sobre las copas de los árboles saltaban de rama en rama los guenu, cuadrúmanos que para los hindúes son sagrados, viven en grupos, y que a menudo llegan al extremo de hacer la guerra contra los demás simios, arrojándolos del sector de bosque que ocupan para instalarse ellos.

A mediodía, tras haber recorrido una docena de kilómetros, abriéndose paso fatigosamente entre la espesura, rodeados de caña de azúcar silvestre, ébano, valeria índica y todas las especies de palmas que imaginarse pueda, los expedicionarios se detuvieron, buscando refugio contra los rayos solares bajo la copa de un gigantesco tamarindo, para gozar de un poco de reposo y reparar fuerzas.

Los tamarindos son muy comunes en la India, pero en cambio en las Andamanas se ven con muy poca frecuencia, pese a la similitud de flora entre aquellas islas y el continente.

Mientras preparaban la comida, Harry se dirigió hacia la playa, y allí vio que Pandú sacudía con el hocico un montón de conchillas, haciéndolas girar y dejándolas caer. Luego el inteligente animal ladraba con insistencia, mirando hacia Oliverio y Eduardo.

-Veamos -se dijo el viejo lobo de mar-. Pandú quiere señalar algo…

Corrió por la arena, pero de pronto se detuvo, descubriendo claramente las huellas de dos hombres, uno descalzo y el otro calzado con. botas.

-¡Señor Oliverio! ¡Señor Eduardo! -gritó excitado.

-¿Qué ocurre? -le preguntó el teniente, corriendo hacia él.

-Creo haber descubierto huellas de Alí…

-¡De mi hermano! -exclamó Eduardo.

-Sí, pero algo me extraña…

-¿Qué?

-Hay pisadas de un hombre calzado y de otro sin zapatos. El documento de Alí no hacía mención alguna a la presencia de otro marino a bordo del Djumna…

-Y en tal caso… ¿qué pruebas tenéis de que esas pisadas son de mi hermano?

-Mirad estas conchillas vacías, que Pandú continúa revolviendo con el hocico …

Deben haber sido recogidas por Alí para alimentarse…

Media hora más tarde bajo una llovizna persistente, que era el resabio de la tormenta pasada, se pusieron en marcha, entusiasmados ante la idea de encontrarse pronto con el capitán del Djumna.

Pandú les precedía constantemente, bordeando la playa y ladrando, sin cesar, como si quisiera invitarlos a apresurarse.

Los obstáculos eran cada vez mayores; la playa estaba interrumpida por rocas caídas que costaba mucho trabajo superar, profundas brechas que parecían antiguos arroyos secos y desmesuradas raíces que hacían la marcha cada vez más dificultosa.

De tanto en tanto, encontraban nuevamente las pisadas de los dos hombres que descubrieran en la playa. Siempre eran las mismas: uno iba calzado y el otro descalzo.

Lo que molestaba y no poco a los audaces expedicionarios, era no poder explicarse quién era el compañero de Alí, y ya se habían convencido que lo más probable sería que se tratase de un salvaje amistoso.

Al caer la noche uno de los hindúes que se adelantara para acompañar de cerca a Pandú, volvió agitado, gritando:

-Preparad las armas… ¡una cabaña!

Al mismo tiempo el perro se lanzó a la carrera hacia la cabaña, emitiendo sonoros ladridos.

-¿Estará ocupada por salvajes? -inquirió Oliverio.

-Me parece que está medio derruida… -observó Harry-. Empero conviene proceder con prudencia.

Avanzaron con los fusiles listos para disparar, pero pronto se dieron cuenta que aquella cabaña, construida en el margen de la floresta, estaba desierta, pues Pandú entró y salió libremente de ella.

Parecía que el perro estaba dominado por una viva emoción, porque saltaba en torno a la choza, como enloquecido, lanzando ladridos lamentables, quejándose y volviendo la cabeza hacia la selva.

-¿Qué le ocurre a este perro? -inquirió Harry-. ¿Habrá perdido las huellas?

-¡Pandú! ¡Mi buen Pandú! -gritó Eduardo.

El perro en lugar de correr hacia allí lanzó un aullido que tenía algo de lúgubre.

-Mala señal -murmuró el viejo lobo de mar-. ¿Habrá ocurrido algo trágico?

-Vamos a ver -exclamó Oliverio.

Aquella cabaña, pese al mal estado en que se encontraba, parecía haber sido construida recientemente, pues las hojas que la cubrían eran frescas. Una pared estaba caída, como si hubiera recibido algún golpe violento, y el mismo techo parecía a punto de derrumbarse.

La maleza de alrededor estaba arrancada como si se hubiese producido en los contornos alguna fuerte pelea.

-Aquí hubo lucha -exclamó Harry.

-¿Habrá estado mi hermano en esta cabaña? -inquirió Eduardo palideciendo.

-No lo sé…

Comenzaron a buscar por los alrededores, hasta que uno de los hindúes encontró una punta de flecha de hueso.

-Aquí hubo salvajes… -murmuró Harry-. Esto es grave.

-¡Mi pobre Alí! -exclamó Eduardo-. ¿Lo habrán… matado?

-Los andamaneses son malos pero difícilmente matan a los blancos… algunos viajeros han dicho que son antropófagos, pero yo no lo creo -contestó Harry-. Posiblemente lo han aprisionado sin hacerle mayor daño.

-Pero, ¿podemos estar seguros que Alí estuvo en este sitio? -dijo entonces Oliverio.

-Pandú nos ha conducido hasta aquí, y para hacerlo debe haber tenido sus motivos. ..

es un perro muy inteligente -contestó el lobo de mar.

-Pero, ¿qué le harán a mi hermano? -inquirió Eduardo.

-No lo sé -repuso Harry-, pero si lo han hecho prisionero, lo que es lo más probable, nosotros nos ocuparemos de liberarlo… ¡nueve fusiles bastan para barrer una tribu entera!

-Pandú, mi valiente animal -llamó Eduardo-. Tú nos guiarás…

El perro, en lugar de acudir, se lanzó hacia la playa y echó a correr siguiendo la línea del agua, para luego volver a introducirse en la espesura.

Todos le siguieron, pensando que había descubierto a algún salvaje emboscado.

De pronto resonaron fuertes gritos, junto con los ladridos furibundos de Pandú.

-¡Socorro! ¡Por favor!

-¡Pandú! ¡Aquí, Pandú! -ordenó Eduardo. pero el perro no obedeció. Entre la espesura resonaban los gritos desesperados y al mismo tiempo el sonido desagradable de huesos y carne desgarrados por los dientes del animal.

Harry, Oliverio y Eduardo consiguieron llegar allí.

Pandú estaba sobre un hombre que ya no se hallaba en condiciones de oponer la menor resistencia. Eduardo lo aferró por la cola, pero era inútil. El perro se apartó, y los tres pudieron ver que se trataba de Garrovi, reducido casi a un estado que lo hacía imposible de reconocer, la garganta desgarrada, el rostro y el pecho destrozados por los agudos dientes del enfurecido perro.

-¡Garrovi! -exclamó Oliverio-. ¡Pensar que todavía vivía!

-Pandú ha vengado a su amo… -agregó Harry.

-¿Y la pequeña que estaba con él? -preguntó Eduardo, mirando en derredor-. No la veo por ningún lado…

-Se habrá ahogado -contestó Harry-. Este bribón debe haber tenido la piel bastante dura para salir ileso de una tormenta semejante.

-Tanto como ileso, no… tiene una pierna destrozada…

-Ahora me explico por qué no pudo defenderse del ataque de Pandú… ¡Bah! ¡Un canalla menos en el mundo!

Regresaron a la cabaña y dieron órdenes a los hindúes para que la repararan. Luego cenaron con apetito y se tendieron a dormir, seguros de que la noche pasaría tranquilamente.

Habían pasado unas horas cuando despertaron alarmados por los ladridos del perro.

Pandú, que estaba atado a un poste de la cabaña, fue dejado en libertad, y se lanzó hacia la espesura gruñendo amenazador.

-¿Habrá hallado a la pequeña de Garrovi? -preguntóse Oliverio, que corría tras el perro seguido por los demás.

El animal recorrió ciento cincuenta metros, para detenerse bruscamente frente a un macizo vegetal, ladrando con creciente- energía.

-¡Aquí, Pandú! -gritó Eduardo, temiendo que hallara a la criatura y le saltara a la garganta.

El inteligente perro obedeció, pero luego volvió a plantarse frente al macizo, esta vez sin hacer ademán de entrar.

-,.Quién puede ocultarse allí? -se preguntó Harry, inquieto.

El lobo de mar armó resueltamente su carabina y avanzó en medio de la maleza, con el dedo en el gatillo.

Un grito ronco, salvaje, le advirtió que efectivamente alguien se ocultaba entre la vegetación, pero no una fiera, sino un hombre. Era un nativo.

-¡Caramba! -exclamó satisfecho Harry-. ¡Un negro!

El andamanés se mantenía con un arpón en la diestra, adoptando una actitud defensiva.

-¡Eh, hombrecito, deja tu arma o te pego un tiro! -exclamó el marino. El salvaje evidentemente no comprendía el idioma inglés, pues alzó el arpón y saltó hacia adelante.

Al mismo tiempo los hindúes, que pasaran a sus espaldas aprovechando la presencia de Harry, cayeron sobre él y lo desarmaron.

-Este salvaje tal vez nos podrá decir donde está prisionero Alí.. .

-¿Crees que pertenece a esa tribu?

-Sí, señor Oliverio. Lo hemos aprisionado demasiado cerca de la cabaña como para que sea una simple casua lidad.

-¿Te comprenderá?

-En estas costas se habla más dialecto bengalí de lo que se cree…

-Probad, señor Harry -dijo Eduardo-. ¡Si pudiéramos saber algo de mi hermano! …

El viejo lobo de mar comenzó a interrogar al nativo, que lo miró sin hablar, dando señales de no comprenderlo.

Entonces uno de los hindúes se adelantó.

-Dejadme hacer a mí, patrón -dijo-. Yo hablo un poco el idioma de estos salvajes …

-Traduce lo que te iré diciendo -le contestó Harry. El hindú inclinó la cabeza, asintiendo.

-No te haremos daño alguno, si estás dispuesto a contestar algunas preguntas -hizo decir al nativo-. Te dejaremos en libertad y te regalaremos un cuchillo… -Interrógame —

contestó el andamanés, cuyos ojos brillaron al mencionar aquella codiciada recompensa.

-¿Has visto un hombre blanco en estas costas?

-Sí.

-;.Dónde?

-Fue hecho prisionero en la cabaña de la playa…

-Cuándo?

-Hace un par de noches.

-¿Por quién?

-Por mi tribu.

-¿Lo mataron?

-No, porque escapó.

-,.Dónde se encuentra ahora?

-Asediado en medio de un pantano.

-¿Lejos de aquí?

-No lo sé.

-¿Puedes decirnos en cuál?

-No, porque en nuestros bosques hay muchos.

-¿Está solo el hombre blanco?

-No. Hay un hombre de piel oscura con él, y además una chiquilla.

-¿Una chiquilla? ¿Quién será? -exclamó Harry, mirando a Oliverio.

-Tal vez la niña de Garrovi -agregó Eduardo.

-¿Y el hindú que le acompaña? ¿Será algún tripulante del Djumna? -exclamó Oliverio a su vez.

Tras intentar una vez más que el andamanés les guiara hasta el pantano, viendo que se obstinaba en negarse, le regalaron el cuchillo prometido y se internaron en la selva, contando con la sagacidad de Pandú.

Caminaron toda la noche, deteniéndose agotados a las diez de la mañana. Pandú continuaba buscando las huellas del amo, sin resultado aparente.

Comenzaban ya a temer que la expedición estuviera condenada al fracaso, cuando los aullidos desesperados del perro les hicieron saltar ágilmente sobre sus pies con las armas listas.

-Nos atacan -inquirió el viejo Harry.

-No, pero parece que alguien está combatiendo en medio de la selva -contestó uno de los marineros-. He oído disparos …

-Pero los naturales no poseen armas de fuego… -exclamó el lobo de mar.

Una nueva detonación, llevada por el viento, llegó hasta ellos.

-.¡Alí! -murmuró Eduardo-. ¡Alguien ataca a mi hermano!

-¡Adelante! -ordenó entonces el oficial-. ¡Vamos a rescatarlo!

Los nueve hombres se precipitaron bajo los árboles, escuchando de tanto en tanto los disparos que les servían de guía.

Habían recorrido ochocientos pasos cuando Harry, que a pesar de su edad marchaba al frente, ordenó.

-¡Alto! ¡Al suelo todo el mundo!

Los ocho hombres que le seguían se dejaron caer armando precipitadamente los fusiles.

Doscientos pasos más adelante una banda de hombres se agitaban junto a la orilla de un pantano, aullando y gritando furiosamente

-¿Los salvajes? -preguntó Oliverio.

-Sí -contestó Harry.

En aquel momento, entre los árboles, se lanzó Pandú, ladrando furiosamente, y al mismo tiempo resonó un pistoletazo.

-¡Un tiro! -gritó Oliverio.

-¡Alí! -exclamó Eduardo.

-¡Fuego contra estos salvajes! -tronó Harry.

Los nueve fusiles dispararon simultáneamente, formando una sola detonación.

Los nativos, aterrorizados, echaron a correr, ocultándose en medio de la espesura.

-Alí, hermano mío… ¿dónde estás? -gritó desesperado Eduardo.

-¡Por cien mil barcos hundidos! -gritó una voz desde el pantano-. ¿Quién me llama?

-¡Alí! ¡Por fin te encuentro!

-¡Eduardo! ¡Sciapal, -Narsinga, estamos salvados. Oye, hermano, dispara contra esa balsa, que está llena de indígenas! …

No fue necesario que los expedicionarios obedecieran, pues los nativos al escuchar los disparos se habían dirigido hacia la otra orilla remando furiosamente.

-Ya puedes venir, Alí… -gritó Eduardo-. ¡Los indígenas han huido!

-Imposible, hermano. El islote está lleno de serpientes venenosas y no podemos abandonar el árbol que ocupamos…

-Amigos -dijo Oliverio-. ¡Busquemos una balsa y vayamos a rescatarlos!

-Tened cuidado, hay más de cinco docenas de víboras venenosas sueltas en el islote. ..

-gritó Alí.

-No os preocupéis, tenemos armas y las exterminaremos. .. -contestó Oliverio.

EPILOGO

Dos horas después, Alí, Sciapal, Narsinga y sus salvadores se habían reunido en la orilla del pantano. Los dos hermanos se abrazaron emocionados. El capitán del Djumna estrechó las manos de Harry y Oliverio, agradeciéndoles calurosamente las molestias, peligros y dificultades que pasaran por acudir en su ayuda.

Luego de contarse sus aventuras mutuamente, Eduardo explicó a su hermano la muerte espantosa que sufriera Garrovi el día anterior. Al oírlo la pequeña Narsinga inclinó la cabeza sobre el pecho y dos lágrimas le rodaron silenciosamente por las morenas mejillas.

Alí la tomó en sus brazos, diciéndole:

-Has perdido un mal padre, pequeña… pero encontraste uno mejor… ¡desde este momento, eres mi hija!

La criatura trató de sonreír entre sus lágrimas, y luego murmuró:

-¡Gracias!

El regreso se cumplió sin dificultad. El Presidente de la “Joven india” al enterarse que Alí Middel había adoptado a Narsinga- le permitió que conservara el bungalow y las riquezas del infame Garrovi. Pronto el bravo capitán tuvo a sus órdenes una nueva embarcación, y nombró a su fiel Sciapal segundo comandante.

Narsinga no abandonó más a su padre adoptivo y al buen Eduardo, que la consideró como una hermanita menor. Cosa extraña, cada vez que oía hablar del antiguo sannyassi, su rostro se tornaba triste, y nunca pudo llegar a olvidarlo por completo.

Tal vez se debía a que recordaba que Garrovi tras recogerla moribunda de hambre, no solamente la alimentó, sino que le prodigó un afecto y una ternura increíbles en semejante asesino, llegando a seguir una senda delictuosa que terminó por llevarlo a su horrenda muerte, tan sólo para poder darle riquezas y bienestar…

{1} Originales de Maiusur, ciudad y territorio de la Isla Meridional

{2} En inglés en el original italiano.

{3} Mestizos.

{4} Una de las ramas en que se divide el río Ganges.

{5} Cabeza de elefante.

{6} Transmigración de las almas

{7} Tigre cebado.

{8} serpiente en inglés en el original ítailano.-.

{9} Especie de flauta que loa hindúes tocan con la nariz.

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