Capítulo 20

LA SALVACION DEL PARIAH

Antes que estos últimos acontecimientos tuvieran lugar, el pariah con Eduardo, Oliverio y el viejo Harry a bordo, incendiado y con las cuerdas del timón cortadas, era arrastrado por la tempestad.

La situación del desdichado velero podía considerarse desesperada.

Privado de sus velas sin el palo mayor, con el trinquete incendiado, sin timón, podía darse casi por perdido, pues el fuerte viento lo arrojaba contra los escollos meridionales de la isla.

-¡Estamos perdidos! -exclamó Harry mesándose los cabellos-. El miserable nos ha arruinado.

-Viejo amigo -dijo Oliverio que parecía conservar su sangre fría-. La costa está a menos de tres kilómetros … Trataremos de alcanzarla.

-Pero las olas destrozarán la nave contra los escollos, señor.

-Puede ser, pero salvaremos la vida.

-Por el contrario, señor, este mar enfurecido nos estrellará a todos juntos con el barco.

-Probemos.

-¡No! Todavía nos queda una esperanza.

-¿Cuál, Harry?

En lugar de contestar, el viejo marino se inclinó sobre el castillo de popa, y gritó:

-¡Cuatro hombres al trinquete! Cortadlo y arrojadlo al mar. ¡Seis hombres a popa con una vela cuadrada y varias tablas! Señor Oliverio, dadme algunos cables.

Todos se apresuraron a cumplir las órdenes del lobo de mar.

-¿Qué quieres hacer, Harry?

-Arreglar el timón destrozado por Garrovi.

-¿Cómo?

-Ya lo veréis.

Tomando las tablas las clavó en los cuatro bordes de la vela cuadrada improvisando una especie de pala de gran tamaño. Hecho esto le colocó dos cables, y la bajó a popa, colocándola en lugar del timón y ligando el extremo opuesto de los cables a la rueda.

-¿Quedan maderas a proa?

-Sí -contestó un hindú.

-Izad un pequeño palo y colocadle una vela de recambio.

Entretanto el mástil del trinquete cortado por la base, caía llameante al mar.

El incendio estaba dominado.

Harry tiró de las cuerdas que sujetaban la improvisada pala, y advirtió que con cierta dificultad conseguía dirigir la nave.

-¡La proa a tierra -dijo-, y confiemos en Dios!

A trescientos o cuatrocientos metros del pariah se veía una larga fila de escollos, que destacándose de la playa se extendía a lo largo de varios kilómetros.

Harry, comprendiendo el peligro que corrían, resolvió jugarse el todo por el todo y lanzó al pariah a través de un estrecho paso.

-¡Firmes las piernas! -gritó.

El, pariah arrastrado por la corriente se introdujo en el canal con la velocidad de un caballo enloquecido pero de pronto sufrió una violenta sacudida y se detuvo, inclinándose sobre estribor.

-¡Cuernos de bisonte! -aulló Harry incorporándose-. ¡Hemos encallado… ! ¡Maldito sea Garrovi!

La tripulación, aterrorizada, se precipitó hacia la popa gritando como si estuviese a punto de abrirse el mar a sus pies.

-¡Silencio, banda de cuervos! -aulló Harry. -¡Nos hundimos!

-¡Son vuestras cabezas las que se hunden! -tronó el viejo-. ¿No véis que la nave está inmóvil? ¡Señor Oliverio! ¡Eduardo!

-Aquí estamos -contestaron el teniente y el joven

anglo-hindú corriendo junto al lobo de mar.

-¿Estáis a salvo? Entonces no hay nada malo.

-¿Resiste el pariah? -preguntó Oliverio.

-Ha encallado tan profundamente que no se moverá por un buen rato.

El banco de arena se extendía a la largo del canal, bloqueando el paso. El navío, impulsado por el viento y la corriente, estaba profundamente varado.

-¡Qué desgracia! -exclamó Eduardo-. ¡Naufragar aquí cuando mi hermano está tan cerca!

-Lo buscaremos igual -dijo Oliverio-. Mañana bajaremos a tierra y nos pondremos en marcha.

-¿Y el pariah?

-Mientras buscamos a Alí, los carpinteros podrán repararlo -dijo Harry tranquilamente.

-Tenemos víveres para cuatro meses, armas y municiones, de modo que no hay nada que temer.

La noche transcurrió sin más peripecias, y al amanecer estaban todos de pie, resueltos a comenzar la búsqueda. La tormenta había cesado y el mar estaba tranquilo.

En ese momento, Harry creyó oír ladridos de un perro cerca de la costa.

Eduardo, que escuchó con atención,_ se mostró profundamente emocionado.

-¡Sería imposible que se trate del propio Pandú! -dijo a Oliverio-. ¡Resultaría demasiado hermoso!

-Trata de llamarlo…

El jovencito se llevó las manos a la boca, haciendo una especie de portavoz, y gritó:

-¡Pandú! ¡Pandú!

Tres ladridos, perfectamente claros, le contestaron.

-¡Es Pandú! ¡Señor Oliverio! ¡Harry! Es el perro de mi hermano.

En aquel instante un ladrido más claro, más cercano, se alzó sobre las olas. El perro se había arrojado al mar y se acercaba nadando al banco de arena.

Tres marineros entusiasmados ante la promesa de una fuerte recompensa ofrecida por el teniente se arrojaron al agua para ayudar al animal.

Instantes después Pandú estaba entre los brazos de Eduardo, que lloraba de alegría.

-¡Pandú! ¡Mi bravo Pandú! ¿Dónde está Alí?

El perro oyendo aquel nombre, escapó de sus manos, corrió por cubierta y luego dirigió la cabeza hacia la playa emitiendo tres sonoros ladridos.

-¿Está allá Alí? -preguntó Eduardo señalando hacia la playa.

El perro, que parecía haber comprendido la pregunta, ladró nuevamente moviendo la cola.

-Dios nos protege; señor Oliverio, ¡Harry! -gritó Eduardo sollozando-. ¡Alí está en esa dirección!

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