EL RUGIDO DEL LEÓN DE SAN MARCOS

Venecia, que tantas posesiones tenia en Levante, luego de hacer temblar con su escuadra al poderío musulmán, sosteniéndose siempre en la brecha para la defensa de la cristiandad, empezó a debilitarse y a consumir sus recursos en guerras encarnizadas e inacabables.

Los rugidos del León de San Marcos no amedrentaban ya a los invasores mahometanos, que anhelaban la conquista de Europa y el aniquilamiento de las naciones cristianas.

El año 1600 fue muy especialmente trágico para los esforzados venecianos, que defendían con fiera obstinación no solo sus dominios, sino así mismo la Cruz ayudados solamente por los caballeros de Malta, siempre en pie de guerra sobre sus galeras contra el aborrecido musulmán y olvidada de las demás naciones europeas, a pesar de que todas ellas debían temer de los sectarios de la Media Luna.

Mohamed II, figura gigantesca de la historia, bien conocido para que sea preciso recordar su obra, al tomar Constantinopla e izar en esta ciudad la bandera de la Media Luna, fue el primero en preparar la decadencia de Venecia. Aniquilado el imperio de Trebizonda, abatido el poder de los Comneno y con los turcos dueños de Crimea, el sultán dirigió sus miradas ávidas hacia las colonias venecianas y conquisto Morea y Negroponto, pasando a cuchillo a sus defensores.

Envalentonado por sus victorias y suponiendo a Venecia incapaz de enfrentarse a el, con el pretexto de que el dominio de Constantinopla implicaba el derecho de soberanía sobre las restantes posesiones bizantinas, exige imperiosamente las posesiones de las Apulias, y en 1480 saquea Otranto, cometiendo increíbles crueldades.

Otro Mohamed semejante al II, el IV, coge la herencia del III, declarando la guerra a Venecia y a todos los cristianos, y si bien su imperio ya no era tan floreciente y poderoso como antaño, envía sus escuadras al Mediterráneo y luego al Adriático, pretendiendo conquistar Dalmacia donde poseían ricos y prósperos dominios los venecianos.

El León de San Marcos, aunque también exhausto a causa de las guerras anteriores, lanzó su poderoso rugido, y las galeras venecianas, bajo el mando del almirante Mocenigo, en 1656, no solamente expulsan del Adriático al enemigo, sino que, alentados por su buena fortuna, fuerzan osadamente el paso de los Dardanelos, se apoderan de Tenedo, Samotracia y Lemuro y llegan a Constantinopla, amenazando con bloquearla.

Los esfuerzos de Mohamed, en tanto que hace construir más naves, se limitan a las conquistas terrestres. Los ejércitos turcos toman Transilvania, vencen en Grosvaradina a húngaros y alemanes y se adentran victoriosamente en el mismo corazón de Rusia, en tanto que sus eternos enemigos, los venecianos, le aniquilan en Milo gran parte de su escuadra.

Con sus invencibles jenízaros amenaza Austria. Pero un general italiano, el conde de Montecúculi, general de las tropas austriacas, vence a los turcos en las proximidades de San Gotardo, en Hungría.

Mohamed, tras firmar la paz de Vasvar, se vuelve a ocupar de nuevo de los venecianos y luego de reconstruir su flota y disponer debidamente su ejercito, manda

contra Chipre cien mil hombres y trescientas galeras, a cuyo frente va Alí Bajá.

Los venecianos resisten firmemente en Nicosia pero en especial en Famagusta donde luchan por espacio de once meses con un valor que produce admiración entre los países cristianos.

Pese a los intentos de Sebastián Veniero, el anciano y gran almirante veneciano, para suministrar guerreros, pólvora, armas y provisiones a la infortunada ciudad, esta convertida ya en un cementerio, se entrega a Mustafá con la condición de que sean respetadas vidas honras y riquezas. Pero el generalísimo turco encolerizado a causa de los treinta mil hombres que perdió en el sitio, no cumple su palabra y hace degollar a los vencidos torturando sin piedad a sus jefes más notables.

Envalentonada por esta victoria, dirige Turquía su atención hacia Candía, ultima posesión veneciana. En aquel tiempo era sultán del imperio otomano Ibrahim, uno de los mas derrochadores que ocuparon el trono de los Califas, y tan anheloso de bellas esclavas para habitar su serrallo que llegaron a costarle dos mil piastras cada una, suma inmensa que produce verdadero espanto a todos los cronistas musulmanes.

La conquista de Candía fue motivada por una mujer, ya que aquel necio sultán no tuvo jamás en principio la idea de combatir contra los venecianos, que tantos trabajos ocasionaron a Mohamed II.

Un cortesano compro una hermosísima esclava y se la regaló. Se hallaba ésta a punto de ser madre, y a la par que la de ella nació otra criatura de una favorita del sultán Fue el príncipe Mohamed, de cuya lactancia se ocupo la esclava.

No se conoce por que rareza, el sultán tomó mayor cariño al hijo de la sierva –y de un príncipe georgiano, al parecer –que al suyo legitimo. Semejante injusta preferencia y el favor de que disfrutaban la bella nodriza de Mohamed y el funcionario de palacio que se la regalo a Ibrahim, no habían de tardar en suscitar graves desordenes.

Efectivamente cierto día en que paseaba por los jardines de palacio con la nodriza y el hijo de esta, apareció encolerizada la favorita, con el pequeño príncipe Mohamed en brazos, y puso a este en manos de su padre, exclamando.

–Este es tu hijo, el que tiene derecho a tu cariño y a tus caricias y no el hijo de esa perra…

Ibrahim asió a la criatura por un pie y, aproximándose a una cisterna, le tiro allí de cabeza. Merced a la rapidez con que los eunucos y guardianes actuaron pudieron sacarle con vida, mas después de aquella escena la sierva se dio cuenta de que cualquier día sería ella lanzada al Bósforo y solicitó el permiso del sultán para marchar en peregrinación a la Meca, en compañía del alto dignatario que la regaló y que tampoco se consideraba a salvo.

Si bien a disgusto, ya que había tomado un extraño afecto al hijo de la esclava, dio Ibrahim su asenso, ordenándoles el inmediato retorno y dándoles dos naves de escolta.

Los caballeros de Malta, inexorables enemigos del imperio otomano, los sorprendieron y los apresaron en alta mar. Suponiendo en un principio que era hijo del sultán y heredero del trono, trataron al hijo y también a la madre con extraordinaria deferencia, mas al advertir su error, hicieron educar a la criatura en las creencias cristianas,

destinándole al estado eclesiástico. Con el tiempo habría de ser el que la historia denomina Padre Otomano y que durante algún tiempo fue considerado como hijo de Ibrahim.

Este, al informarse de que su esclava y aquel niño a quien tanto afecto tomó habían sido apresados y conducidos a Candía, se enfureció primero y luego decidió castigar severamente a los venecianos por haber acogido a los malteses.

Una poderosa escuadra, compuesta de cuatrocientas velas y cien mil guerreros, abandonó Constantinopla el 30 de abril de 1645 y después de una afortunada travesía ancló frente a Canea, que era una de las ciudades más importantes de la isla.

Sorprendidos, los venecianos se dispusieron al instante para la defensa y se dio principio a aquella terrible contienda que debía prolongarse durante un cuarto de siglo y que costo miles de vidas a venecianos, candiotas y, en especial, a los turcos.

Los defensores de Canea, poco numerosos, hubieron de ceder ante el poderoso empuje de las tropas otomanas, y su catedral y su par de iglesias quedaron convertidas en mezquitas. A fines de junio Venecia mando sus primeros auxilios, que llegaron demasiado tarde.

Yussuf Bajá, general de las fuerzas mahometanas, combatió por espacio de un año con diversa fortuna, y desesperando de conquistar Candía, que ya se encontraba bien fortificada por los venecianos, volvió a Constantinopla en busca de tropas de refresco.

El sultán, enfurecido, le ordeno regresar para que combatiera con las tropas que le quedaban, y como el comandante supremo se negara, mandó que lo descuartizaran.

Entretanto, una escuadra veneciana se apoderó de Patrás, apresando a cincuenta mil turcos y condenándolos como galeotes para vengar de esta manera a los quinientos camaradas acuchillados por Mohamed II. Encolerizado Ibrahim, dio orden de degollar a cuantos cristianos residieran en el imperio otomano, lo que hubiera significado la muerte, sólo en Constantinopla, de doscientas mil personas, entre griegos y armenios. Por fortuna, sus ministros, por temor a tener que sostener una guerra contra todos los países cristianos, se negaron a tan espantosa matanza.

Alí Bajá, comandante en jefe de las tropas turcas a raíz de la muerte de Yussuf, conquistó por asalto Retimo y otras plazas de escasa importancia y se presentó ante Candía, capital de la isla y defendida por treinta mil venecianos y diez mil cretenses, resueltos a morir sepultados en las ruinas de la población antes que entregarse para sufrir idéntica y terrible suerte a la padecida por sus compatriotas de Famagusta.

Venecia, exhausta, especialmente en el aspecto económico, para proporcionar ayuda a su última posesión y equipar nuevas galeras sacrificó la célebre cadena de oro de cequíes que formaba parte del tesoro de la República y que constituía el orgullo de los venecianos y la envidia de otros Estados; cadena tan enorme, por lo larga y pesada, que para transportarla eran precisos cuarenta robustos mozos. Servía lo mismo para sacar de apuros a la República, como para ostentarla en las grandes solemnidades.

En semejantes circunstancias la preciosa cadena se colocaba en festones suspendida a lo largo del pórtico del palacio del Dux, del cual adornaba dos lados totalmente: el que se hallaba frente a la Rivera de los Esclavones y el de la plazoleta.

Candía la fundió y consumióla toda, con gran dolor del pueblo veneciano.

La guerra proseguía cada vez con mayor encarnizamiento.

Los turcos, acabados los trabajos preparatorios, practicaron a principios de 1648 las primeras trincheras, en tanto que sus naves luchaban con diversa fortuna, a lo largo de la costa de la isla con el objeto de mantener en constante alerta a la escuadra veneciana, que estaba bajo las órdenes de Sebastián Veniero, ya de setenta y dos años de edad, y responder a los incesantes ataques de los caballeros de Malta.

Una revuelta de jenízaros hizo que el generalísimo turco hubiera de suspender el asedio. Pero pocos meses más tarde se reanudaba con mayor tenacidad y violencia, gracias a la erección de nuevos fuertes.

Entretanto, el apático sultán Ibrahim murió asesinado por una conspiración palaciega y ocupó el trono Mohamed IV, que era todavía un niño. En principio se supuso que iba a terminar la guerra. Sin embargo, la madre del nuevo sultán, al informarse de que en un combate naval fueron muertos por los venecianos ochocientos turcos, remitió a Alí más galeras y guerreros.

Por mar la suerte sonrió a los turcos, aunque no por tierra, donde perdieron miles de vidas en la conquista de muy pocos pueblos del interior de la isla.

Candía, aunque circundada por un círculo de hierro que ya impedía a las galeras venecianas suministrarle armas, víveres y municiones, continuaba resistiendo con indomable energía. Los habitantes habían muerto casi todos de hambre y sólo restaban unos escasos millares de defensores, exhaustos por el incesante batallar, debilitados por las enfermedades y la falta de alimentos.

Dos días más tarde la galera de Haradja, escoltada de continuo por las otras cincuenta, llegaba en el crepúsculo vespertino a Candía, puerto abarrotado de navíos mahometanos.

En aquel tiempo era primer año de sitio y se combatía por ambas partes con tremenda energía, pereciendo por millares ante los fosos los turcos, tal como hemos visto explicar al bajá de Damasco.

En el momento en que Haradja alcanzaba el puerto, una densísima nube de humo cubría totalmente a Candía tornándola invisible.

Retumbaban las culebrinas turcas y también las venecianas, y estallaban las minas otomanas para abrir, tras doce meses de asedio, la primera trinchera, frente a la cual habían ya sido abatidos veinte mil turcos.

Metiub, en extremo práctico y conocedor de aquel puerto, hizo avanzar la galera de su señora por entre las que cañoneaban la ciudad para ayudar a los jenízaros, hasta abordar la del almirante. Una vez en aquel punto dijo a Haradja, con una ligera ironía:

–Te hallas en tu casa.

El bajá, conocedor ya de la llegada de su sobrina, había ordenado que se retrasara la cena y salió al instante al encuentro de la fiera castellana. Esta y su capitán treparon con la agilidad de gavieros por la escala de cuerda.

Alí Bajá contaba cincuenta años; pequeño, si bien fornido y robusto, de bronceada

piel y barba rala, era de procedencia argelina y experto naviero, a la par que el valeroso caudillo.

Viendo subir a Haradja, le ofreció cortésmente la mano y dijo:

–Tengo al hijo del León.

– ¿No lo has desollado? –inquirió con acento risueño su sobrina.

– ¿Quién ha sido capaz de presumir semejante cosa?

– Mi capitán de armas.

–En tu lugar le habría yo lanzado al mar.

–Es demasiado necesario –repuso la joven, tras haberse cerciorado de que Metiub se había marchado con la tripulación y no podía escucharla. – ¿Dónde se encuentra el chiquillo?

–En una de mis cámaras ¿Y el baja de Damasco?

–Le tengo en los subterráneos de Hussif.

–Eres tremenda, sobrina

–Digna familiar de Ali Baja

Una sonrisa de complacencia ilumino las curtidas facciones del Gran Almirante otomano.

–Lo cierto es que das mucho que hablar.

– ¡Bah!

– ¿Deseas ver a la criatura?

–Al momento ¿Cuando le recibiste de los hombres que envíe a Venecia para secuestrarle?

–Hace un par de días

– ¿Como consiguieron entrar en Venecia?

–Simularon ser epirotas

– ¿Y no tuvieron el menor obstáculo?

–No. Sin muchas complicaciones lograron sacarle del palacio que tú indicaste.

– ¿Sin necesidad de matar a nadie?

– ¡Oh! Únicamente a la nodriza o, para ser mas exacto, a la niñera, puesto que el crío ya esta destetado.

–Vamos a verle.

– ¡Que ardor! ¡Que apresuramiento!

–No poseo yo tanta sangre fría como un almirante.

–Estas en lo cierto. Vamos.

Cruzaron una parte de la popa, pasando ante Metiub que se hallaba cenando queso y pan, y, abriendo la puerta del camarote, el bajá dijo:

–Este es el camarote probablemente esta durmiendo. No lo despiertes.

Se trataba de una reducida estancia, alumbrada por una lámpara cubierta de vidrio opaco de Venecia para tornar más tenue la luz, y encima de una pequeña litera distinguió Haradja al hijo de su aborrecido enemigo tapado con una ligera colcha de seda amarilla.

La joven se acerco al instante, con tan vehemente movimiento, que por un momento el bajá temió algún acto de violencia por parte de su sobrina.

–Te advierto –anunció –que yo velo por la vida de este pequeño prisionero.

Haradja descubrió la cabeza de la criatura, que casi no aparentaba tres años y que tenía unas bellas facciones, a las que servían de marco unas oscuras y sedosas guedejas.

Su cuerpo, bien desarrollado, estaba vestido con una camisa de seda blanca, ornada de soberbias blondas.

–Muy hermoso y desarrollado esta el crío, ¿eh? –comentó el bajá, –como hijo de un héroe mahometano y una heroína cristiana. ¡Lastima que no se casara contigo!

–Calla, tío –contesto la muchacha, contemplando con odio al niño.

–No podrás afirmar que no es bello. La sangre mahometana unida a la cristiana suele producir robustos frutos. Nosotros, y ellos también, somos raza de guerreros y… Pero

¿has terminado de contemplarle ya?

Haradja soltó la cubierta, que mantenía levantada, con un brusco gesto, como si pretendiese de aquella forma despertar a la criatura. Después, cruzándose de brazos, examino a su tío y exclamo:

–Diríase que tú no sientes odio por el que llamas tu prisionero.

–Y se diría bien, puesto que no siento el más mínimo odio hacia el –repuso el almirante – ¿Tal vez no corre por sus venas sangre otomana?

–Si, pero unida a sangre cristiana.

–Es cierto. Pero admite que la sangre que tiene su madre es mejor todavía que la que corre por las quinientas mujeres del serrallo, que, excepto para el placer, no están capacitadas más que para asesinarse entre ellas o para fraguar complots y matar sultanes.

– ¡Ah, tío! ¿Acaso esa guerrera cristiana que se hacia designar con el nombre de capitán Tormenta te ha sorbido el seso? ¿Va a resultar que estas enamorado?

–Nada de todo eso, Haradja. La he admirado sencillamente cuando, a pesar de ser mujer, combatía heroicamente y derrotaba, frente a frente, a su futuro esposo. Y bien sabes que Muley era considerado como la mejor cimitarra del ejército mahometano que cercaba a Famagusta. Pero vamos a cenar, y con el estomago debidamente lleno conversaremos mejor.

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