26. CONCLUSIÓN

La batalla terminó con la completa derrota de las dos escuadras, que no habían podido resistir al largo y formidable ataque de las innumerables barcas de los pescadores de perlas.

Amali, después de haber llamado a sus hombres, se había dirigido rápidamente a Abaltor remolcando la galera del vencido maharajá, ansioso de llegar a la capital para asistir a la coronación de su sobrino.

Juan Baret, a su vez, acompañado de tres galeazas se había dirigido hacia la roca para informar a Mysora del feliz éxito de la guerra y conducirla, con los honores debidos a su categoría, a Yafnapatam.

Cuatro días más tarde, y en presencia de una multitud inmensa se celebraban en la pagoda de Buda la coronación de Maduri y el casamiento de su primer ministro y regente del trono con la bella Mysora.

El ex maharajá, harto avergonzado por tener que presentarse ante sus antiguos súbditos, que por tantos años había tiránicamente gobernado, había partido el día antes para su nuevo Estado, un minúsculo reino de apenas treinta mil habitantes, que Amali y Maduri le habían concedido, por intercesión de Mysora, para que no se suicidase por tanto envilecimiento y no se extinguiese completamente la dinastía.

Desde luego y creyendo que obraba en buena forma, hizo indagaciones para averiguar el paradero de altas dignidades de su imperio o herederos de éstos.

En esta tarea le ayudó Mysora porque sabía cuáles eran los propósitos que animaban al maharajá de Yafnapatam.

Tardaron algún tiempo en conseguirlo, pues en cuanto los allegados de aquellos por quienes se preguntaba, sabían, que era el príncipe destronado el que les buscaba, lo ocultaban cuidadosamente creyendo que, una vez en su diminuto reino, comenzaría de nuevo la serie de crueldades que tan aterrorizados tuvo a los cingaleses durante bastantes años;

Debemos decir, en su honor, que el ex príncipe de Yafnapatam cumplió su promesa de enmendarse, suprimiendo, uno de los primeros entre los príncipes cingaleses e indianos, la pena de muerte. Dícese también, que jamás hubo súbditos más fieles que los suyos. El diablo había acabado por meterse a fraile, y aun fraile bueno.

Reorganizó completamente su sistema de administración para lo cual sólo tuvo él que imitar las disposiciones adoptadas por el regente de su antiguo reino.

Amali, a poco de hacerse cargo de la regencia, dio pruebas de reunir grandes dotes para el alto cargo que desempeñaba.

En los ratos que el amor se lo permitía, estudiaba por sí mismo las necesidades de su pueblo, dictando disposiciones, acertadas y condonando no pocas veces los tributos a aquellos que, por azares de la vida se veían imposibilitados de ayudar a sostener las cargas del Estado.

Mysora le ayudaba en su tarea socorriendo a los necesitados, y el nombre de la princesa, que durante el reinado de su hermano era casi desconocida en el reino, estaba ahora en boca de todos los súbditos para enaltecer sus virtudes.

En cuanto a Maduri, apenas llegado a la mayor edad tomó las riendas del poder, pero conservando siempre a Amali como primer ministro, y a Juan Baret, el bravo francés, como general de su ejército.

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