Fábula XVI. El Ciudadano Pastor.

Cierto joven leía

En versos excelentes

Las dulces pastorelas

Con el mayor deleite.

Tenía la cabeza

Llena de prados, fuentes,

Pastores y zagalas,

Zampoñas y rabeles.

Al fin, cierta mañana

Prorrumpe de esta suerte:

—¡Yo he de estar prisionero

Cercado de paredes,

Esclavo de los hombres,

Y sujeto á las leyes,

Pudiendo, entre pastores,

Grata y sencillamente

Disfrutar desde ahora

La libertad campestre!

De la ciudad al bosque

Me marcho para siempre:

Allí naturaleza

Me brinda con sus bienes;

Los árboles y ríos

Con frutas y con peces;

Los ganados y abejas

Con la miel y la leche;

Hasta las duras rocas

Habitación me ofrecen

En grutas coronadas

De pámpanos silvestres.

Desde tan bella estancia,

¡Cuántas y cuántas veces,

Al son de dulces flautas,

Y sonoros rabeles,

Oiré á los pastores,

Que discretos contienden,

Publicando en sus versos

Amores inocentes!

Como que ya diviso

Entre el ramaje verde

Á la pastora Nise,

Que al lado de una fuente,

Sentada al pie de un olmo,

Una guirnalda teje.

¿Si será para Mopso?...—

Tanto el joven enciende

Su loca fantasía,

Que ya en fin se resuelve,

Y en zagal disfrazado,

En los bosques se mete.

Á un rabadán encuentra,

Y le pregunta alegre:

Díme, ¿es de Melibeo

Ese ganado?—Miente,

Que es mío; y sobre todo,

Sea de quien se fuere.

—No respondió el buen hombre

Muy poéticamente.

El Joven temeroso

De que tal vez le diese

Con el fiero garrote

Que por cayado tiene,

Sin chistar más palabra,

Huyó bonitamente.

Marchaba pensativo,

Cuando quiso la suerte

Que cogiendo bellotas

Á la pastora viese.

—¡Oh Nise fementida!

Exclama: ¡cuántas veces,

Siendo niña, querías

Que yo te recogiese

La fruta con rocío

De mis manzanos verdes!—

Diciendo así, se acerca:

La moza se revuelve,

Y dándole un bufido

En las breñas se mete.

Sorprendido el Mancebo,

Dice: «¿Qué me sucede?

¿Son éstos los pastores

Discretos, inocentes,

Que pintan los poetas

Tan delicadamente?

Á nuevos desengaños

Ya no quiero exponerme.»

Rendido, caviloso

Á la ciudad se vuelve.

Yo siento á par del alma

Que no se detuviese

Á disfrutar un poco

De la vida campestre.

Por mi fe que las migas,

El pastoril albergue,

El rigor del verano,

Los hielos y las nieves,

Le hubieran persuadido

Mucho más vivamente,

Que es un solemne loco

Todo aquel que creyere

Hallar en la experiencia

Cuanto el hombre nos pinta por deleite.

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