Fábula XII. El Gato y el Cazador.

Cierto Gato en poblado descontento,

Por mejorar sin duda de destino

(Qué no sería Gato de convento)

Pasó de ciudadano á campesino.

Metióse santamente

Dentro de una covacha, mas no lejos

De un gran soto poblado de conejos.

Considere el lector piadosamente

Si este noble ermitaño

Probaría la hierba en todo el año.

Lo mejor de la caza devoraba,

Haciendo mil excesos;

Mas al fin por el rastro que dejaba

De plumas y de huesos,

Un Cazador lo advierte: le persigue,

Arma trampas y redes con tal maña,

Que al instante consigue

Atrapar la carnívora alimaña.

Llégase el Cazador al prisionero,

Quiere darle la muerte.

El animal le dice:—Caballero,

Duélase de la suerte

De un triste pobrecito,

Metido en la prisión y sin delito.

—¿Sin delito, me dices,

Cuando sé que tus uñas y tus dientes

Devoran infinitos inocentes?

—Señor, eran conejos y perdices;

Y yo no hacía más, á fe de Gato,

Que lo que ustedes hacen en el plato.

—Ea, pícaro, muere,

Que tu mala razón no satisface.

Con que sea la cosa que se fuere,

¿La podrá usted hacer, si otro la hace?