Fábula I. El Gato y las Aves.

Charlatanes se ven por todos lados

En plazas y en estrados,

Que ofrecen sus servicios (¡cosa rara!)

Á todo el mundo por su linda cara.

Éste, químico y médico excelente,

Cura á todo doliente,

Pero gratis: no se hable de dinero.

El otro petimetre caballero

Canta, toca, dibuja, borda, danza,

Y ofrece la enseñanza

Gratis por afición á cierta gente.

Veremos en la fábula siguiente

Si puede haber en esto algún engaño:

La prudente cautela no hace daño.

Dejando los desvanes y rincones

El señor Mirrimiz, Gato de maña,

Se salió de la villa á la campaña.

En paraje sombrío

Á la orilla de un río

De sauces coronado,

En unas matas se quedó agachado.

El Gatazo callaba como un muerto

Escuchando el concierto

De dos mil avecillas,

Que en las ramas cantaban maravillas.

Pero callaba en vano,

Mientras no se acercaban á su mano

Los músicos volantes, pues quería

Mirrimiz arreglar la sinfonía.

Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,

Sacando la cabeza: ¡Bravo, bravo!

La turba calla: cada cual procura

Alejarse ó meterse en la espesura;

Mas él les persuadió con buenos modos,

Y al fin logró que le escuchasen todos.

—No soy Gato montés ó campesino;

Soy honrado vecino

De la cercana villa;

Fuí Gato de un maestro de capilla;

La música aprendí y aun, si me empeño,

Veréis como os la enseño;

Pero gratis y en menos de una hora.

¡Qué cosa tan sonora

Será el oír un coro de cantores,

Verbigracia, calandrias, ruiseñores!

Con estas y otras cosas diferentes,

Algunas de las aves inocentes

Con manso vuelo á Mirrimiz llegaron:

Todos en torno de él se colocaron;

Entonces con más gracia

Y más diestro que el Músico de Tracia,

Echando su compás hacia el más gordo,

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