Fábula II. La Danza pastoril.

Á la sombra que ofrece

Un gran peñón tajado,

Por cuyo pie corría

Un arroyuelo manso,

Se formaba en estío

Un delicioso prado.

Los árboles silvestres

Aquí y allí plantados,

El suelo siempre verde

De mil flores sembrado,

Más agradable hacían

El lugar solitario.

Contento en él pasaba

La siesta, recostado

Debajo de una encina,

Con el albogue, Bato.

Al son de sus tonadas

Los pastores cercanos,

Sin olvidar algunos

La guarda del ganado,

Descendían ligeros

Desde la sierra al llano.

Las honestas zagalas,

Según iban llegando,

Bailaban lindamente,

Asidas de las manos,

En torno de la encina

Donde tocaba Bato.

De las espesas ramas

Se veía colgando

Una guirnalda bella

De rosas y amaranto.

La fiesta presidía

Un mayoral anciano:

Y ya que el regocijo

Bastó para descanso,

Antes que se volviesen

Alegres al rebaño,

El viejo presidente

Con su corvo, cayado

Alcanzó la guirnalda,

Que pendía del árbol,

Y coronó con ella

Los cabellos dorados

De la gentil zagala,

Que con sencillo agrado

Supo ganar á todas

En modestia y recato.

Si la virtud premiaran

Algunos cortesanos,

Yo sé que no huiría

Desde la corte al campo.