Fábula IV. La Moda.

Después de haber corrido

Cierto danzante Mono

Por cantones y plazas

De ciudad en ciudad el mundo todo,

Logró (dice la historia,

Aunque no cuenta el cómo)

Volverse libremente

Á los campos del África orgulloso.

Los Monos al viajero

Reciben con más gozo

Que á Pedro, el czar, los rusos,

Que los griegos á Ulises generoso.

De leyes, de costumbres

Ni él habló, ni algún otro

Le preguntó palabra;

Pero de trajes y de modas todos.

En cierta jerigonza,

Con extranjero tono,

Les hizo un gran detalle

De lo más remarcable á los curiosos.

«Empecemos, decían,

Aunque sea por poco.»

Hiciéronse zapatos

Con cáscaras de nueces por lo pronto.

Toda la raza mona

Andaba con sus choclos,

Y el no traerlos era

Faltar á la decencia y al decoro.

Un leopardo hambriento

Trepa para los Monos;

Ellos huir intentan

Á salvarse en los árboles del soto.

Las chinelas lo estorban,

Y de muy fácil modo

Aquí y allí mataba,

Haciendo á su placer dos mil destrozos.

En Tetuán desde entonces

Manda el senado docto,

Que cualquier uso ó moda

De países cercanos ó remotos,

Antes que llegue el caso

De adoptarse en el propio,

Haya de examinarse

En junta de políticos á fondo.

Con tan justo decreto,

Y el suceso horroroso

¿Dejaron tales modas?

Primero dejarían de ser Monos.

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