Fábula VIII. Los dos Titiriteros.

Todo el pueblo admirado

Estaba en una plaza amontonado,

Y en medio se empinaba un Titerero

Enseñando una bolsa sin dinero;

—Pase de mano en mano, les decía:

Señores, no hay engaño, está vacía.—

Se la vuelven, la sopla, y al momento

Derrama pesos duros, ¡qué portento!

Levántase un murmullo de repente,

Cuando ven por encima de la gente

Otro Titiritero á competencia.

Queda en expectación la concurrencia

Con silencio profundo;

Cesó el primero, y empezó el segundo.

Presenta de licor unas botellas:

Algunos se arrojaron hacia ellas,

Y al punto las hallaron transformadas

En sangrientas espadas.

Muestra un par de bolsillos de doblones:

Dos personas, sin duda dos ladrones,

Les echaron la garra muy ufanos,

Y se ven dos cordeles en sus manos.

Á un relator cargado de procesos

Una letra le enseña de mil pesos.

Sople usted: sopla el hombre apresurado,

Y le cierra los labios un candado.

Á un abate arrimado á su cortejo

Le presenta un espejo,

Y al mirar su retrato peregrino,

Se vió con las orejas de pollino.

Á un santero le manda

Que se acerque: le pilla la demanda,

Y allá, con sus hechizos,

La convirtió en merienda de chorizos.

Á un joven desenvuelto y rozagante

Le regala un diamante:

Éste le dió á su dama, y en el punto

Pálido se quedó como un difunto,

Item más, sin narices y sin dientes;

Allí fué la rechifla de las gentes,

La burla y la chacota.

El primer Titerero se alborota.

Dice por el segundo con denuedo:

—Ese hombre tiene un diablo en cada dedo,

Pues no encierran virtud tan peregrina

Los polvos de la madre Celestina;

Que declare su nombre.—

El concurso lo pide, y el buen hombre

Entonces, más modesto que un novicio,

Dijo: No soy el diablo, sino el vicio.