Fábula IV. El Labrador y la Providencia.

Un labrador cansado

En el ardiente estío

Debajo de una encina

Reposaba pacífico y tranquilo.

Desde su dulce estancia

Miraba agradecido

El bien con que la tierra

Premiaba sus penosos ejercicios.

Entre mil producciones,

Hijas de su cultivo,

Veía calabazas,

Melones por los suelos esparcidos.

—«¿Por qué la Providencia,

Decía entre sí mismo,

Puso á la ruin bellota

En elevado preeminente sitio?

¿Cuánto mejor sería,

Que trocando el destino,

Pendiesen de las ramas

Calabazas, melones y pepinos?»

Bien oportunamente,

Al tiempo que esto dijo,

Cayendo una bellota,

Le pegó en las narices de improviso.

—«Pardiez, prorrumpió entonces

El Labrador sencillo,

Si lo que fué bellota,

Algún gordo melón hubiera sido,

Desde luego pudiera

Tomar á buen partido,

En caso semejante

Quedar desnarigado, pero vivo.

Aquí la Providencia

Manifestarle quiso

Que supo á cada cosa

Señalar sabiamente su destino.

Á mayor bien del hombre

Todo está repartido;

Preso el pez en su concha,

Y libre por el aire el pajarillo.