Fábula III. El Asno sesudo.

Cierto Burro pacía

En la fresca y hermosa pradería

Con tanta paz, como si aquella tierra

No fuese entonces teatro de la guerra.

Su dueño, que con miedo le guardaba,

De centinela en la ribera estaba:

Divisa al enemigo en la llanura;

Baja, y al buen Borrico le conjura

Que huya precipitado.

El asno muy sesudo y reposado

Empieza á andar á paso perezoso.

Impaciente su dueño y temeroso

Con el marcial ruido

De bélicas trompetas al oído,

Le exhorta con fervor á la carrera.

—¡Yo correr! dijo el Asno, ¡bueno fuera!

Que llegue en hora buena Marte fiero:

Me rindo, y él me lleva prisionero.

Servir aquí ó allí ¿no es todo uno?

¿Me pondrán dos albardas? no, ninguno.

Pues nada pierdo, nada me acobarda,

Siempre seré un esclavo con albarda.

No estuvo más en sí, ni más entero

Que el buen Pollino, Amiclas el barquero,

Cuando en su humilde choza le despierta

César con sus soldados á la puerta,

Para que á la Calabria los guiase.

¿Se podría encontrar quién no temblase,

Entre los poderosos,

De insultos militares horrorosos

De la guerra enemiga?

No hay sino la pobreza que consiga

Esta grande exención; de aquí proviene:

Nada teme perder quien nada tiene.