Fábula VI. La Pava y la Hormiga.

Al salir con las yuntas

Los criados de Pedro,

El corral se dejaron

De par en par abierto.

Todos los pavipollos

Con su madre se fueron,

Aquí y allí picando

Hasta el cercano otero.

Muy contenta la Pava

Decía á sus polluelos:

—Mirad, hijos, el rastro

De un copioso hormiguero.

Ea, comed hormigas,

Y no tengáis recelo,

Que yo también las como:

Es un sabroso cebo.

Picad, queridos míos:

¡Oh qué días los nuestros,

Si no hubiese en el mundo

Malditos cocineros!

Los hombres nos devoran,

Y todos nuestros cuerpos

Humean en las mesas

De nobles y plebeyos.

Á cualquier fiestecilla

Ha de haber pavos muertos.

¡Qué pocas Navidades

Contaron mis abuelos!

¡Oh glotones humanos,

Crueles carniceros!—

Mientras tanto una Hormiga

Se puso en salvamento

Sobre un árbol vecino,

Y gritó con denuedo:

—¡Hola! ¿con que los hombres

Son crueles, perversos?

Y ¿qué seréis los Pavos?

¡Ay de mí! ya lo veo:

Á mis tristes parientes,

¿Qué digo? á todo el pueblo,

Sólo por desayuno

Os le vais engullendo.—

No respondió la Pava

Por no saber un cuento,

Que era entonces del caso

Y ahora viene á pelo.

Un gusano roía

Un grano de centeno;

Viéronle las Hormigas:

¡Qué gritos! ¡qué aspavientos!

—Aquí fué Troya (dicen):

Muere, pícaro perro.

Y ellas ¿qué hacían? Nada:

Robar todo el granero.

Hombres, Pavos, Hormigas,

Según estos ejemplos,

Cada cual en su libro

Esta moral tenemos.

La falta leve en otro

Es un pecado horrendo;

Pero el delito propio

No más que pasatiempo.