Canción primera

¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti clamando, y ya eras ido.

Declaración

En esta primera canción, el alma, enamorada del Verbo, Hijo de Dios, su esposo, deseando unirse con él por clara y esencial visión, propone sus ansias de amor, querellándose a él de la ausencia, mayormente que, habiéndola él herido y llagado de su amor (por el cual ha salido de todas las cosas criadas y de sí misma), todavía haya de padecer la ausencia de su Amado, no desatándola ya de la carne mortal para poder gozarle en gloria de eternidad; y así, dice:

¿Adónde te escondiste?

Y es como si dijera: «Verbo, esposo mío, muéstrame el lugar donde estás escondido». En lo cual le pide la manifestación de su divina esencia; porque el lugar adonde está escondido el Hijo de Dios es, como dice San Juan, en el seno del Padre, que es la esencia divina, la cual es ajena de todo ojo mortal y escondida de todo humano entendimiento; que por eso Isaías, hablando con Dios, dijo: Vere tu es Deus absconditus; «Verdaderamente tú eres Dios escondido». De donde es de notar que por grandes comunicaciones y presencias, y altas y subidas noticias de Dios que un alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente Dios ni tiene que ver con él; porque todavía a la verdad le está al alma escondido, y por eso siempre le conviene al alma, sobre todas esas grandezas, tenerle por escondido y buscarle escondido, diciendo: «¿Adónde te escondiste?», porque ni la alta comunicación ni presencia sensible es cierto testimonio de su graciosa presencia, ni la sequedad y carencia de todo eso en el alma lo es de su ausencia en ella; lo cual el profeta Job dice: Si venerit ad me, non videbo eum: si abierit, non intelligam; «Si viniere a mí no le veré, y si se fuere no lo entenderé». En lo cual se da a entender, que si el alma sintiere gran comunicación o sentimiento o noticia espiritual, no por eso se ha de persuadir a que aquello que siente es poseer o ver clara y esencialmente a Dios, o que aquello sea tener más a Dios o estar más en Dios, aunque más ello sea; y que si todas esas comunicaciones sensibles y espirituales le faltaren, quedando ella en sequedad, tiniebla y desamparo, no por eso ha de pensar que le falta Dios más así que así, pues que realmente, ni por lo uno puede saber de cierto estar en su gracia, ni por lo otro estar fuera de ella, diciendo el Sabio: Nescit homo, utrum amore, an odio dignus sit; «Ninguno sabe si es digno de amor o aborrecimiento delante de Dios». «De manera que el intento principal del alma en este verso no es sólo pedir la devoción afectiva y sensible, en que no hay certeza ni claridad de la posesión del Esposo en esta vida, sino principalmente la clara presencia y visión de su esencia, en que desea estar certificada y satisfecha en la otra. Esto mismo quiso decir la Esposa en los Cantares divinos cuando, deseando unirse con la divinidad del Verbo, esposo suyo, la pidió al Padre, diciéndole: Indica mihi… ubi pascas, ubi cubes in meridie»; “Muéstrame dónde te apacientas y dónde te recuestas al medio día”. «Porque pedir le mostrase adónde se apacentaba era pedir la esencia del Verbo divino, su Hijo, porque el padre no se apacienta en otra cosa que en su Unigénito Hijo, pues es la gloria del Padre; y en pedir le mostrase el lugar donde se recostaba era pedirle lo mismo, porque el Hijo sólo es el deleite del Padre, el cual no se recuesta en otro lugar ni cabe en otra cosa que en su amado Hijo, en el cual todo él se recuesta, comunicándole toda su esencia, al mediodía, que es la eternidad, donde siempre le engendra y le tiene engendrado». Este pasto, pues, es el Verbo Esposo, donde el Padre se apacienta en infinita gloria, y es el lecho florido donde con infinito deleite de amor se recuesta escondido profundamente de todo ojo mortal y de toda criatura; y esto pide aquí el alma esposa cuando dice:

¿Adónde te escondiste?

Y para que esta sedienta alma venga a hallar a su Esposo y unirse con él por unión de amor en esta vida (según se puede), y entretenga su sed con esta gota que de él se puede gustar en esta vida, bueno será, pues lo pide a su Esposo, tomando la mano por él, le respondamos, mostrándole el lugar más cierto donde está escondido, para que allí lo halle a lo cierto con la perfección y sabor que se puede en esta vida, y así no comience a vaguear en vano tras las pisadas de las compañías. Para lo cual es de notar que el Verbo, Hijo de Dios, juntamente con el Padre y con el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma. Por tanto al alma que lo ha de hallar conviénele salir de todas las cosas, según la afición y voluntad, y entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma, siéndole todas las cosas como si no fuesen. Que por eso San Agustín, hablando en los Soliloquios con Dios, decía: «No te hallaba, Señor, defuera, porque mal te buscaba fuera; que estabas dentro». Está, pues, Dios en el alma escondido, y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo:

¿Adónde te escondiste?

Oh, pues, alma hermosísima entre todas las criaturas, que tanto deseas saber el lugar donde está tu Amado, para buscarle y unirte con él, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde él mora, y el retrete y escondrijo donde está escondido, que es cosa de grande contentamiento y alegría para ti ver que todo tu bien y esperanza esté tan cerca de ti, que esté en ti, o por mejor decir, tú no puedas estar sin él: Ecce enim regnum Dei intra vos est (dice el Esposo); «Cata que el reino de Dios está dentro de vosotros». Y su siervo San Pablo dice: Vos enim estis templum Dei; «Vosotros sois templo de Dios». Grande contento es para el alma entender que nunca Dios falta del alma, aunque esté en pecado mortal, cuanto menos de la que está en gracia. ¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le ama, ahí le desea, ahí le adora, y no le vayas a buscar fuera de ti, porque te distraerás y cansarás, y no le hallarás ni gozarás más cierto ni más presto ni más cerca que dentro de ti. Sólo hay una cosa, que aunque está dentro de ti, está escondido; pero gran cosa es saber el lugar donde está escondido, para buscarle allí a lo cierto, y esto es lo que tú también aquí, alma, pides cuando con afecto de amor dices:

¿Adónde te escondiste?

Pero todavía dices: pues está en mí el que ama mi alma, ¿cómo no lo hallo ni le siento? La causa es porque está escondido, y tú no te escondes también para hallarle y sentirle; porque el que ha de hallar una cosa escondida tan a lo escondido, y hasta lo escondido donde ella está ha de entrar, y cuando la halla, él también está escondido como ella. Como quiera, pues, que tu Esposo amado es el tesoro escondido en el campo de tu alma, por el cual el sabio mercader dio todas sus cosas, convendrá que para que tú le halles, olvidadas todas las tuyas y alejándote de todas las criaturas, te escondas en tu retrete interior del espíritu, y cerrando la puerta sobre ti, (es a saber, tu voluntad a todas las cosas), ores a tu padre en escondido; y así, quedando escondida con él, entonces le sentirás en escondido, y le amarás y gozarás en escondido, con él, es a saber, sobre todo lo que alcanza lengua y sentido. Ea, pues, alma hermosa, pues ya sabes que tu deseado Amado mora escondido en tu seno, procura estar bien con él escondida, y en tu seno le abrazarás y sentirás con afición de amor; y mira que a ese escondrijo te llama él por Isaías, diciendo: Vade… intra in cubicula tua, claude ostia tua super te, abscondere modicum ad momentum; «Anda, entra en tus retretes, cierra tus puertas sobre ti (esto es, todas tus potencias a todas las criaturas), escóndete un poco hasta un momento»; esto es, por este momento de vida temporal; porque si en esta brevedad de vida guardares, oh alma, con toda guarda tu corazón, como dice el Sabio, sin duda ninguna te dará Dios lo que él adelante dice por el mismo Isaías: Dabo tibi thesauros absconditos, et arcana secretorum; «Darete los tesoros escondidos, y descubrirete la sustancia y misterios de los secretos»; la cual sustancia de los secretos es el mismo Dios, porque Dios es la sustancia de la fe, y el concepto de ella y la fe es el secreto y el misterio; y cuando se revelare y manifestare esto que nos tiene secreto y encubierto la fe, que es lo perfecto de Dios, como dice San Pablo, entonces se descubrirán al alma la sustancia y misterios de los secretos; pero en esta vida mortal, aunque no llegará el alma tan a lo puro de ellos como en la otra, por más que se esconda, todavía si se escondiere como Moisés en la caverna de piedra, que es la verdadera imitación de la perfección de la vida del Hijo de Dios, esposo del alma, amparándola Dios con su diestra, merecerá que le muestren las espaldas de Dios, que es llegar en esta vida a tanta perfección, que se una y transforme por amor en el dicho Hijo de Dios, su esposo; de manera que se sienta tan junta con él, y tan instruida y sabia en sus misterios, que cuanto a lo que toca a conocerle en esta vida no tenga necesidad de decir:.

¿Adónde te escondiste?

Dicho queda, oh alma, el modo que te conviene tener para hallar al Esposo en tu escondrijo; pero si lo quieres volver a oír, oye una palabra llena de sustancia y verdad inaccesible, y es, búscale en fe y en amor sin querer satisfacerte de cosa, ni gustarla ni entenderla más de lo que debes saber, que esos dos son los mozos del ciego, que te guiarán por donde no sabes allá a lo escondido de Dios, porque la fe, que es el secreto que habemos dicho, son los pies con que el alma va a Dios, y el amor es la guía que la encamina, y andando ella tratando y manijando estos misterios y secretos de fe, merecerá que el amor le descubra lo que en sí encierra la fe, que es el Esposo que ella desea en esta vida por gracia espiritual y divina unión con Dios, como habemos dicho, y en la otra por gloria esencial, gozándole cara a cara, ya de ninguna manera escondido; pero entre tanto, aunque el alma llegue a esta dicha unión (que es el más alto estado a que se puede llegar en esta vida), por cuanto al alma todavía le está escondido en el seno del Padre, como habemos dicho, que es como ella le desea gozar en la otra, siempre dice:

¿Adónde te escondiste?

Muy bien haces, oh alma, en buscarle siempre escondido, porque mucho ensalzas a Dios y mucho te llegas a él, teniéndole por más alto y profundo que todo cuanto puedes alcanzar; y por tanto, no repares en parte ni en todo de lo que tus potencias pueden comprehender, quiero decir, que nunca te quieras satisfacer en lo que entiendes de Dios, sino en lo que no entendieres de él; y nunca pares en amar y deleitarte en eso que entendieres o sintieres de Dios, sino ama y deléitate en lo que no puedes entender ni sentir de él; que eso es, como habemos dicho, buscarle en fe; que pues es Dios inaccesible y escondido; como también habemos dicho, aunque más te parezca que le hallas y le sientes y le entiendes, siempre le has de tener por escondido, y le has de servir escondido en escondido. Y no seas como muchos insipientes, que piensan bajamente de Dios, entendiendo que cuando no le entienden o no le gustan o no lo sienten está Dios más lejos y más escondido; siendo más verdad lo contrario, que cuanto menos le entienden más se llegan a él; pues, como dice el profeta David: Posuit tenebras latibulum suum; «Puso por su escondrijo las tinieblas»; y así, llegando cerca de él, por fuerza has de sentir tinieblas en la flaqueza de tus ojos; bien haces, pues, en todo tiempo, a hora de prosperidad o adversidad espiritual o temporal, tener a Dios por escondido; y así, clamar a él, diciendo:

Amado, y me dejaste con gemido.

Llámale amado para más moverle e inclinarle a su ruego, porque cuando Dios es amado, con grande facilidad acude a las peticiones de su amante; y así lo dice él por San Juan, diciendo: Si manseritis in me… Quodcumque volueritis, petetis, et fiet vobis; «Si permaneciéredes en mí; todo lo que quisiéredeis pediréis, y hacerse ha». De donde entonces le puede el alma de verdad llamar amado, cuando ella está entera con él, no teniendo su corazón asido a alguna cosa fuera de él; y así, de ordinario trae su pensamiento en él. Que por falta de esto dijo Dalila a Sansón: Quomodo dicis quod amas me, cum animus tuus non sit mecum? «Que ¿cómo podía decir él que la amaba, pues su ánimo no estaba con ella?». En el cual ánimo se incluye el pensamiento y la afición. De donde algunos llaman al Esposo amado. Y no es su amado de veras, porque no tienen entero con él su corazón. Y así, su petición no es en la presencia de Dios de tanto valor; por lo cual no alcanzan luego su petición hasta que, continuando la oración, vengan a tener su ánimo más continuo con Dios y el corazón con él más entero, con afección de amor, porque de Dios no se alcanza nada si no es por amor.

En lo que dice luego: «Y me dejaste con gemido», es de notar que el ausencia del amado causa continuo gemir en el amante; porque, como fuera de él nada ama, en nada descansa ni recibe alivio; de donde, en esto se conocerá el que de veras ama a Dios, si con ninguna cosa menos que él se contenta; mas ¿qué digo, se contenta? Pues aunque todas juntas las posea no estará contento, antes cuantas más tuviere estará menos satisfecho; porque la satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas, sino en la desnudez de todas y pobreza de espíritu. Que por consistir en ésta la perfección de amor en que se posee Dios, con muy conjunta y particular gracia vive en el alma en esta vida cuando ha llegado a ella con alguna satisfacción, aunque no con hartura; pues que David, con toda su perfección, la esperaba en el cielo, diciendo: Satiabor, cum apparuerit gloria tua; «Cuando pareciere tu gloria, me hartaré». Y así, no le basta la paz y tranquilidad y satisfacción de corazón a que puede llegar el alma en esta vida, para que deje de tener dentro de sí gemido (aunque pacífico y no penoso) en la esperanza de lo que falta. Porque el gemido es anejo a la esperanza. Como el que decía el Apóstol que tenían él y los demás, aunque perfectos, diciendo: Nos ipsi primitias Spiritus habentes, et ipsi intra nos gemimus, adoptionem filiorum Dei expectantes; «Nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu dentro de nosotros mismos, gemimos, esperando la adopción de hijos de Dios». Este gemido, pues, tiene aquí el alma dentro de sí en el corazón enamorado, porque donde hiere el amor, allí está el gemido de la herida, clamando siempre con el sentimiento de la ausencia; mayormente cuando, habiendo ella gustado alguna dulce y sabrosa comunicación del Esposo, ausentándose, se quedó sola y seca de repente; que por eso dice luego:

Como el ciervo huiste.

Donde es de notar que en los Cantares compara la Esposa al Esposo al ciervo y cabra montañesa, diciendo: Similis est dilectus meus capreae, binnuloque cervorum; «Semejante es mi Amado a la cabra y al hijo de los ciervos». Y esto no es sólo por ser extraño y solitario, y huir de las compañías, como el ciervo, sino también por la presteza de esconderse y mostrarse, cual suele hacer en las visitas que hace a las devotas almas para regalarlas y animarlas, y en los desvíos y ausencias que las hace sentir después de las tales visitas, para probarlas y humillarlas y enseñarlas; por lo cual las hace sentir con mayor dolor la ausencia, según ahora da aquí a entender en lo que se sigue, diciendo:

Habiéndome herido.

Que es como si dijera: No sólo no me basta la pena y el dolor que ordinariamente padezco en tu ausencia, sino que, hiriéndome más de amor con tu flecha, y aumentando la pasión y apetito de tu vista, huyes con ligereza de ciervo y no te dejas comprehender algún tanto.

Para más declaración de este verso es de saber que, allende de otras muchas diferencias de visitas que Dios hace al alma, con que la llaga de amor, suele hacer unos escondidos toques de amor, que, a manera de saeta de fuego, hieren y traspasan el alma y la dejan toda cauterizada con fuego de amor; y éstas propiamente se llaman heridas de amor, de las cuales habla aquí el alma. Inflaman tanto éstas la voluntad en afición, que se está el alma abrasando en llamas de amor; tanto, que parece consumirse de aquella llama y la hace salir fuera de sí, y renovar toda y pasar a nueva manera de ser, así como el ave fénix, que se quema y renace de nuevo. De lo cual, hablando David, dice: Inflammatum est cor meum, et renes mei commutati sunt: et ego ad nihilum redactus sum, et nescivi; «Fue inflamado mi corazón, y las renes se mudaron, y yo me resolví en nada, y no supe». Los apetitos y afectos (que aquí entiende el Profeta por renes) todos se conmueven y mudan en divinos en aquella inflamación del corazón, y el alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino amor. Y a este tiempo es la conmutación de estas renes en grande manera de tormento y ansia por ver a Dios; tanto, que le parece al alma intolerable el rigor de que con ella usa el amor, no porque la hubo herido (porque antes tiene ella las tales heridas por salud suya), sino porque la dejó así penando en amor, y no la hirió más valerosamente, acabándola de matar para unirse y juntarse con él en vida de amor perfecto. Por tanto, encareciendo o declarando ella su dolor, dice:

Habiéndome herido.

Es a saber, dejándome así herida, muriendo con herida de amor de ti, te escondiste con tanta ligereza como ciervo. Este sentimiento acaece así tan grande porque en aquella herida de amor que hace Dios al alma levántase el afecto de la voluntad con súbita presteza a la posesión del Amado, cuyo toque sintió, y con esa misma presteza siente el ausencia y el no poder poseer aquí como desea; y así, luego juntamente siente el gemido de la tal ausencia, porque estas visitas tales no son como otras en que Dios recrea y satisface al alma, porque éstas sólo las hace más para herir que para sanar, y más para lastimar que para satisfacer, pues sirven para avivar la noticia y aumentar el apetito, y por consiguiente el dolor y ansia de ver a Dios. Éstas se llaman heridas espirituales de amor, las cuales son al alma sabrosísimas y deseables; por lo cual querría ella estar siempre muriendo mil muertes de estas lanzadas, porque la hacen salir de sí y entrar en Dios; lo cual da ella a entender en el verso siguiente, diciendo:

Salí tras ti clamando, y ya eras ido.

En las heridas de amor no puede haber medicina, sino de parte del que hirió. Y por eso esta herida alma salió con la fuerza del fuego que causa la herida tras de su Amado, que la había herido, clamando a él pasa que la sanase; es a saber, que este salir espiritualmente se entiende aquí de dos maneras para ir tras Dios: la una, saliendo de todas las cosas, lo cual se hace por aborrecimiento y desprecio de ellas; la otra, saliendo de sí misma por olvido de sí, lo cual se hace por el amor de Dios; porque, cuando éste toca al alma con las veras que se va diciendo aquí, de tal manera la levanta, que no sólo la hace salir de sí misma por el olvido de sí, pero aun de sus quicios y modos e inclinaciones naturales la saca, clamando por Dios; y así, es como si le dijera: Esposo mío, en aquel toque tuyo y herida de amor sacaste mi alma, no sólo de todas las cosas, mas también la sacaste e hiciste salir de sí (porque a la verdad, y aun de las carnes parece la saca), y levantástela a ti clamando por ti, ya desasida de todo para asirse a ti.

Ya eras ido.

Como si dijera: Al tiempo que quise comprehender tu presencia no te hallé, y quedéme desasida de lo uno sin asir lo otro, penando en los aires de amor sin arrimo de ti ni de mí. Esto que aquí llama el alma salir para ir a buscar el Amado, llama la Esposa en los Cantares levantar, diciendo: Surgam, et circuibo Civitatem: per vicos, et plateas quaeram, quem diligit anima mea: quaesivi ilum, et non inveni… vulneraverunt me; «Levantaréme y buscaré al que ama mi alma, rodeando la ciudad por los arrabales y plazas; busquéle, dice, y no le hallé, y llagáronme». Levantarse el alma esposa se entiende allí (hablando espiritualmente) de lo bajo a lo alto, que es lo mismo que aquí dice el alma salir; esto es, de su modo y amor bajo al alto amor de Dios. Pero dice allí la Esposa que quedó llagada porque no le halló. Y aquí el alma también dice que está herida de amor y la dejó así; y esto es porque el enamorado vive siempre penado en la ausencia, porque él está ya entregado al que ama, esperando la paga de la entrega que ha hecho, que es la entrega del Amado a él, y todavía no se le da; y estando ya perdido a todas las cosas, y asimismo por el Amado, no ha hallado la ganancia de su pérdida, pues carece de la posesión del que ama su alma.

Esta pena y sentimiento de la ausencia de Dios suele ser tan grande a los que van llegando al estado de perfección, al tiempo de estas divinas heridas, que si no proveyese el Señor, morirían; porque, como tienen el paladar de la voluntad sano y el espíritu limpio y bien dispuesto para Dios, y en lo que está dicho se les da a gustar algo de la dulzura del amor divino, que ellos sobre todo modo apetecen, padecen sobre todo modo; porque, como por resquicios se les muestra un inmenso bien, y no se les concede, es inefable la pena y el tormento.

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