IX

Los sistemas agrícolas de economía política no exigirán una explicación tan amplia como la que he juzgado necesario dedicar al sistema mercantil o comercial.

El sistema que presenta al producto de la tierra como la única fuente de ingreso y riqueza para cualquier país no ha sido adoptado que yo sepa por nación alguna, y en la actualidad sólo reside en las especulaciones de un puñado de hombres en Francia, muy eruditos e inteligentes. Está claro que no vale la pena examinar con prolijo detalle los errores de un sistema no ha hecho ni probablemente hará nunca daño en ninguna parte del mundo. Trataré sin embargo de exponer de la forma más clara que pueda las líneas generales de este ingeniosísimo sistema.

El Sr. Colbert, ministro de Luis XIV, fue un hombre honrado, muy trabajador y minuciosamente informado, de gran experiencia y agudeza en el examen de las cuentas públicas, y en suma con capacidades en todo sentido adecuadas para implantar método y orden en la recaudación y gasto de los ingresos públicos. Por desgracia, este ministro abrazó todos los prejuicios del sistema mercantil, por naturaleza y esencia un sistema de restricción y regulación, y que por ello tenía que resultar atractivo para un hombre laborioso y emprendedor, acostumbrado a manejar los distintos departamentos de la administración pública y a establecer los controles y comprobaciones necesarios para situar a cada uno en su correspondiente esfera. Intentó regular la industria y el comercio de un gran país según el mismo modelo de las secciones de una oficina pública; y en vez de permitir que cada persona persiguiera su propio interés a su manera —según la norma liberal de igualdad, libertad y justicia— otorgó a determinadas ramas de la actividad unos privilegios extraordinarios y sometió a otras a notables restricciones. No sólo estaba dispuesto, como otros ministros europeos, a estimular más la actividad de las ciudades que la del campo, sino que para sostener a la actividad urbana estaba dispuesto a deprimir y hundir a la rural. Con objeto de abaratar los alimentos para los habitantes de las ciudades, e incentivar así la industria y el comercio exterior, prohibió totalmente la exportación de cereales, y así excluyó a los habitantes del campo de todo mercado exterior para la parte de lejos más importante de su producción. Esta prohibición, junto con las limitaciones impuestas por las antiguas leyes provinciales de Francia sobre el transporte de cereales entre provincias, y los arbitrarios y degradantes tributos cobrados a los agricultores en casi todas las provincias, desanimó y deprimió a la agricultura del país hasta un nivel muy por debajo del que naturalmente habría alcanzado dado su suelo tan fértil y su clima tan bonancible. Esta situación de desaliento y penuria existía más o menos en todo el país, y numerosas investigaciones fueron llevadas a cabo acerca de sus posibles causas. Una de esas causas resultó ser la preferencia otorgada por las instituciones del Sr. Colbert a la actividad de las ciudades sobre la del campo.

Según reza el proverbio, cuando la vara se tuerce demasiado hacia un lado, para enderezarla es menester torcerla también demasiado hacia el otro. Los filósofos franceses que han propuesto el sistema que presenta a la agricultura como la única fuente de ingreso y riqueza de cualquier país parecen haber adoptado ese aforismo proverbial, y así como en el esquema del Sr. Colbert la actividad urbana era indudablemente sobrevalorada con relación a la rural, en su sistema resulta subvalorada de forma igualmente indudable.

Dividen a las diversas personas que se supone contribuyen al producto anual de la tierra y el trabajo del país en tres clases. La primera es la clase de los propietarios de las tierras. La segunda es la clase de los cultivadores, granjeros y trabajadores del campo, a quienes honran con el apelativo peculiar de clase productiva. La tercera es la clase de los artesanos, industriales y comerciantes, a quienes procuran degradar mediante el humillante calificativo de clase estéril o improductiva.

La clase de los propietarios contribuye al producto anual a través del gasto que ocasionalmente realizan en la mejora de la tierra, edificios, drenajes, cercas y otros adelantos … mediante los cuales los cultivadores pueden con un mismo capital recoger un producto mayor y consecuentemente pagar una renta mayor. Esta renta incrementada puede ser considerada como el interés o beneficio correspondiente al propietario por el gasto o capital que invierte en la mejora de su tierra. Dicho desembolso recibe en este sistema el nombre de gastos territoriales (dépenses foncieres).

Los cultivadores o granjeros contribuyen al producto anual mediante lo que en este sistema se denomina gastos originales y anuales (dépenses primitives et dépenses annuelles) realizados en el cultivo de la tierra. Los gastos originales consisten en instrumentos de labranza, ganado, semillas y en la manutención de la familia del granjero, sus sirvientes y su ganado, durante al menos la mayor parte del primer año de su arrendamiento o hasta que obtenga algún rendimiento de su tierra. Los gastos anuales consisten en semillas, en reparar el desgaste de los instrumentos de labranza y en la manutención anual de los sirvientes y el ganado del granjero, y también de su familia, en la medida en que cualquier parte de ella pueda ser considerada como servidores empleados en el cultivo. La parte del producto de la tierra que le queda después de pagar la renta debe ser suficiente para, primero, reponerle en un plazo razonable, inferior al plazo de su arrendamiento, todos sus gastos originales junto con los beneficios ordinarios del capital; y segundo, reembolsarle anualmente todos sus gastos anuales, también junto con los beneficios corrientes del capital. Estos dos gastos son dos capitales que el granjero invierte en el cultivo, y si no le son regularmente repuestos, con un beneficio razonable, no puede desarrollar su negocio a la par con los demás; si atiende a su propio interés, deberá abandonarlo tan pronto pueda y dedicarse a otra cosa. La parte del producto de la tierra que es de esta forma necesaria para permitirle al granjero continuar con su actividad debe ser considerada como un fondo sagrado para el cultivo, y si el terrateniente lo viola, necesariamente reduce el producto de su propia tierra, y en pocos años no sólo impide que el granjero pague esa renta arrancada a la fuerza sino incluso que pague la renta razonable que en otro caso habría podido obtener de su tierra. La renta que en justicia corresponde al terrateniente no es más que el producto neto que queda después de pagar completamente todos los gastos necesarios que hay que desembolsar previamente para obtener el producto bruto, o total. Debido a que el trabajo de los cultivadores, por encima y después de pagar totalmente esos gastos necesarios, rinde un producto neto de ese tipo, dicha clase es específicamente distinguida en este sistema con el honroso apelativo de clase productiva. Sus gastos originales y anuales son por la_ misma razón llamados gastos productivos puesto que dan lugar a la reproducción anual del producto neto, por encima de la reposición de su propio valor. …

Los gastos territoriales del propietario, junto con los gastos originales y anuales del granjero, son los únicos tres gastos que en este sistema son considerados productivos. Todos los demás gastos de todas las demás personas, incluso aquellos que la opinión generalizada de las personas califica como sumamente productivos, son en este modelo presentados como absolutamente estériles e improductivos.

Los artesanos e industriales en particular … son una clase improductiva. Se dice que su trabajo repone sólo el capital que los sostiene, junto con los beneficios normales. …

El capital comercial es tan estéril e improductivo como el capital industrial. Sólo mantiene la existencia de su propio valor, sin producir valor nuevo alguno.

… El trabajo de los artesanos y manufactureros nunca añade nada al valor del producto total anual de la tierra. Añade evidentemente mucho al valor de algunas de sus partes. Pero el consumo de otras partes que ocasiona en el ínterin es precisamente igual al valor que incorpora en aquéllas, con lo que el valor de la cantidad total no aumenta en lo más mínimo. …

Los artesanos, industriales y comerciantes pueden aumentar el ingreso de la sociedad sólo a través de la frugalidad o, como se expresa en este sistema, la privación, es decir, privándose de una parte de los fondos destinados para su propia subsistencia. Ellos reproducen anualmente sólo esos fondos. Por lo tanto, si no ahorran anualmente una parte, si no se privan anualmente del disfrute de una parte, el ingreso y riqueza de la sociedad nunca podrá aumentar nada gracias a su trabajo. Los granjeros y trabajadores del campo, por el contrario, pueden disfrutar plenamente de los fondos destinados a su propia subsistencia, y sin embargo al mismo tiempo incrementar el ingreso y la riqueza de su sociedad. Por encima de lo que se destina a su propia subsistencia, su trabajo proporciona anualmente un producto neto, suyo aumento necesariamente eleva el ingreso y la riqueza de la sociedad. En consecuencia, naciones como Francia e Inglaterra, pobladas en gran medida por terratenientes y cultivadores, pueden enriquecerse contrabajo y placer. Pero naciones como Holanda y Hamburgo, habitadas fundamentalmente por comerciantes, artesanos e industriales, sólo pueden enriquecerse mediante la frugalidad y la privación. …

La clase improductiva … es mantenida y empleada totalmente a expensas de las dos otras clases, los propietarios y los cultivadores. Le suministran tanto los materiales para su trabajo como el fondo para su subsistencia… En última instancia los propietarios y cultivadores pagan tanto los salarios de todos los trabajadores de la clase improductiva como los beneficios de todos sus empleadores. Estos trabajadores y sus patronos son propiamente servidores de los propietarios y cultivadores, aunque servidores que trabajan fuera de casa, al revés que los sirvientes domésticos. Sin embargo, unos y otros son igualmente mantenidos a expensas de los mismos amos. El trabajo de ambos es igualmente improductivo. …

Pero la clase improductiva no sólo es útil sino muy útil para las otras dos. …Nunca será el interés de los propietarios y cultivadores el restringir o desalentar en ningún aspecto el trabajo de los comerciantes, artesanos e industriales. Cuanta más libertad disfrute esta clase improductiva, mayor será la competencia de los diversos oficios que la componen, y más baratos los suministros de las otras dos clases, tanto en lo que se refiere a bienes extranjeros como a los productos manufacturados en su propio país.

Nunca será el interés de la clase improductiva el oprimir a las otras dos. El producto excedente de la tierra … es lo que mantiene y emplea a la clase improductiva. Cuanto más grande sea dicho excedente, mayor será la manutención y el empleo de esa clase. El establecimiento de la justicia, la libertad y la igualdad más perfectas es el muy sencillo secreto que asegura eficazmente la máxima prosperidad para las tres clases.

Los mercaderes, artesanos y manufactureros de esos estados comerciales que como Holanda y Hamburgo consisten básicamente en esa clase improductiva son análogamente mantenidos y empleados a expensas de los propietarios y cultivadores de la tierra. La única diferencia estriba en que esos propietarios y cultivadores se hallan en su mayor parte situados a una distancia sumamente inconveniente de dichos comerciantes, artífices y manufactureros a quienes suministran las materias primas para su labor y el fondo para su subsistencia; son habitantes de otros países y súbditos de otros estados.

Esos estados comerciales no sólo son útiles sino muy útiles para los habitantes de los otros países. En cierta medida llenan un vacío muy importante y ocupan el lugar de los mercaderes, artífices e industriales que los habitantes de esos países deberían encontrar localmente pero no pueden hacerlo debido a alguna deficiencia en sus políticas.

Nunca puede ser el interés de las naciones terratenientes, si puedo llamarlas así, el desalentar o arruinar la actividad de los estados comerciales, imponiendo altos aranceles a su comercio o sobre las mercancías que suministran. Esos aranceles, al encarecer dichas mercancías, sólo sirven para reducir el valor real del producto excedente de su propia tierra con el cual, o lo que es lo mismo: con el precio del cual esas mercancías son compradas. Tales aranceles sólo servirían para desanimar el incremento de dicho producto excedente, y consiguientemente de la roturación y cultivo de su propia tierra. Por el contrario, el expediente más eficaz para elevar el valor de ese producto excedente, para incentivar su incremento, y por ello la mejora y cultivo de su propia tierra, sería permitir la más perfecta libertad de comercio con todas esas naciones comerciales.

Tal perfecta libertad de comercio sería incluso la mejor manera de abastecerlos, a su debido tiempo, con todos los artesanos, industriales y comerciantes que necesitan localmente, y para llenar de la mejor y más ventajosa manera ese muy importante vacío que su falta comporta. …

Cuando una nación terrateniente, por el contrario, oprime mediante altos aranceles o prohibiciones el comercio de naciones extranjeras, necesariamente perjudica sus propios intereses por dos vías distintas. Primero, al aumentar el precio de todos los bienes extranjeros y toda suerte de manufacturas, necesariamente reduce el valor real del producto excedente de su propia tierra. … Segundo, al conceder una especie de monopolio del mercado nacional a sus propios mercaderes, artesanos y manufactureros, eleva la tasa de beneficio comercial e industrial relativamente al beneficio agrícola, lo que o bien desvía de la agricultura una parte del capital que antes era invertido en ella, o impide que acuda a ella una parte del que habría acudido en otro caso. …La agricultura se vuelve menos rentable y el comercio y la industria más rentables de lo que serían en otra circunstancia, y el interés de toda persona la llevará en todo lo que pueda a desviar su capital y su trabajo desde el primer empleo hacia los segundos.

Pero aunque una nación terrateniente sea capaz mediante esa política opresiva de crear artesanos, comerciantes e industriales propios antes de lo que sucedería con el comercio libre —algo que resulta en cualquier caso bastante dudoso— lo haría, por así decirlo, prematuramente, antes del momento más adecuado. Al estimular con excesiva rapidez una actividad, deprimiría otra actividad más valiosa. …

La forma en que según este sistema el producto anual total de la tierra se distribuye entre las tres clases mencionadas, y la forma en que el trabajo de la clase improductiva meramente repone el valor de su propio consumo sin incrementar en nada el valor de ese total, es expresada por el Sr. Quesnay, el muy ingenioso y profundo autor de este sistema, mediante unas fórmulas aritméticas. La primera de estas formulaciones, que él destaca de forma especial con el nombre de Cuadro Económico, representa la manera en que él supone que tiene lugar esa distribución en un estado de la más perfecta libertad y por tanto de la máxima prosperidad. … En fórmulas ulteriores presenta el modo en que supone que esa distribución se lleva a cabo en diversos contextos de restricción y regulación.

… Cada usurpación, cada violación de la distribución natural que establecería la libertad más perfecta debe según este sistema necesariamente degradar en cierta medida, año a año, el valor y suma total del producto anual, y debe inevitablemente ocasionar una depresión paulatina de la riqueza e ingreso reales de la sociedad.

Algunos teóricos de la medicina han concebido que la salud de cuerpo humano sólo puede ser preservada mediante un régimen preciso de dieta y ejercicio, y que la más mínima violación del mismo forzosamente desencadena una cierta enfermedad o perturbación proporcional al grado de la violación. Sin embargo, la experiencia muestra que el cuerpo humano puede conservar, al menos en apariencia, el más perfecto estado de salud bajo una amplia variedad de regímenes diferentes, incluso bajo algunos generalmente considerados como lejos de ser perfectamente saludables. Parece que el cuerpo humano sano contiene un principio desconocido de preservación, capaz de prevenir o de corregir en muchos aspectos las consecuencias perniciosas de un régimen muy deficiente. El Sr. Quesnay, él mismo un médico muy estudioso, parece haber abrigado una noción similar con respecto al cuerpo político, y haber conjeturado que podría desarrollarse y prosperar sólo bajo un régimen especial, el régimen preciso de la libertad y justicia perfectas. No parece haber percibido que en el cuerpo político el esfuerzo natural que toda persona realiza continuamente para mejorar su propia condición es un principio de preservación capaz de prevenir y corregir en muchos aspectos las consecuencias dañinas de una economía política en cierto grado sesgada y opresiva. Una economía política de esa clase puede sin duda retrasar más o menos el desarrollo natural de una nación hacia la riqueza y la prosperidad, pero no lo puede detener, y menos aún hacerlo retroceder. Si ninguna nación pudiese desarrollarse salvo con el disfrute de una libertad y una justicia perfectas, entonces en el mundo ninguna nación podría haberse desarrollado jamás. Sin embargo, la sabiduría de la naturaleza ha hecho amplia provisión en el cuerpo político para remediar muchos de los efectos perjudiciales derivados de la insensatez e injusticia de los seres humanos, de la misma forma que lo ha hecho en el cuerpo natural para remediar los de su pereza e intemperancia.

El error capital de este sistema, de todos modos, parece estribar en presentar a la clase de los artesanos, industriales y comerciantes como absolutamente estériles e improductivos. …

Primero, se admite que esta clase reproduce anualmente el valor de su consumo anual, y al menos mantiene la existencia del capital que la mantiene y emplea. Esto sólo basta para refutar la denominación de estéril o improductiva. No llamamos estéril ni improductivo a un matrimonio que tiene sólo un hijo y una hija, que reemplazan al padre y a la madre, aunque no incrementan el número de la especie humana. …

Segundo, no es correcto identificar a los artífices, manufactureros y mercaderes con los sirvientes domésticos.

El trabajo de éstos no conserva la existencia del fondo que los mantiene y emplea. …

Tercero, desde cualquier punto de vista es inadecuado afirmar que el trabajo de los artesanos, industriales y comerciantes no expande el ingreso real de la sociedad. Aunque supongamos, por ejemplo, como parece hacer este sistema, que el valor del consumo diario, mensual y anual de esta clase fuese exactamente igual a su producción diaria, mensual y anual, no se derivaría de ello que su trabajo nada añade al ingreso real, al valor real del producto anual de la tierra y el trabajo de la sociedad. Un artesano que en los primeros seis meses después de la cosecha ejecuta un trabajo por valor de diez libras, aunque en el mismo período consuma un valor de diez libras en cereales otros bienes, en realidad añade el valor de diez libras al producto anual de la tierra y el trabajo de la sociedad. Mientras consumía un ingreso de medio año de diez libras en cereales y otras cosas necesarias, ha producido un valor equivalente capaz de comprar, para él o para otra persona, un ingreso de medio año equivalente. El valor, entonces, de lo que ha sido consumido y producido durante esos seis meses no es igual a diez libras sino a veinte. …

Cuarto, los granjeros y trabajadores del campo no pueden aumentar sin frugalidad el ingreso real, el producto anual de la tierra y el trabajo de su sociedad; exactamente igual que los artesanos, industriales y comerciantes. …

Quinto y último, aunque el ingreso de los habitantes de cualquier país consista sólo en la cantidad de artículos de subsistencia que su trabajo puede procurarles, como este sistema supone, incluso bajo este criterio el ingreso de un país comerciante e industrial deberá ser siempre, si las demás condiciones no cambian, muy superior que el que tendría sin comercio ni industria. Mediante el comercio y las manufacturas se puede importar en un país una cantidad de bienes de subsistencia mayor que la que podría proporcionar su propia tierra. …Los habitantes de una ciudad, aunque a menudo no poseen tierra alguna, pueden conseguir a través de su trabajo una cantidad del producto de las tierras de otras personas para abastecerse no sólo de las materias primas para sus actividades sino también del fondo para su subsistencia. Y lo que una ciudad es con respecto a los campos vecinos, un país o estado independiente es con respecto a otros. …

Pero con todas sus imperfecciones, este sistema es probablemente la aproximación más cercana a la verdad dentro de lo que ha sido publicado sobre economía política.

… Al sostener que el trabajo de la tierra es el único productivo sus ideas son demasiado limitadas y estrechas; pero al afirmar que la riqueza de las naciones no consiste en las riquezas del dinero que no se pueden consumir sino en los bienes de consumo que se reproducen anualmente gracias al trabajo de la sociedad; y al declarar que la perfecta libertad es el único método eficaz para hacer que esa reproducción anual resulte la máxima posible, su doctrina es en todo respecto tan acertada como es generosa y liberal. Sus seguidores son numerosos, y como los hombres son aficionados a las paradojas, y a aparentar que entienden lo que sobrepasa la comprensión de la gente corriente, es posible que la paradoja que defiende con relación a la naturaleza improductiva de la industria haya contribuido bastante a expandir el número de sus admiradores. Durante los últimos años han llegado a ser una escuela de mucho relieve, distinguida en la república de las letras de Francia con el nombre de Los Economistas. Sus obras han rendido un evidente servicio a su país, no sólo por atraer la discusión pública sobre cuestiones que nunca habían sido bien estudiadas con anterioridad, sino por influir en alguna medida sobre la administración pública en favor de la agricultura. Como consecuencia de sus estudios, la agricultura francesa ha sido liberada de bastantes obstáculos que padecía. …Ya ha sido observado que la rama principal y más importante del comercio de cualquier nación es la que se entabla entre los habitantes de la ciudad y los del campo. Los habitantes de la ciudad obtienen del campo la producción primaria que constituye tanto las materias primas para su trabajo como el fondo para su subsistencia; y pagan por: esa producción primaria enviando al campo una cierta fracción de la misma ya manufacturada y preparada para su uso inmediato. El comercio que se desarrolla entre estos dos conjuntos de personas consiste en última instancia en una cierta cantidad de producción primaria intercambiada por una cierta cantidad de producción manufacturada. En consecuencia, cuanto más cara sea ésta última, más barata será aquélla; todo lo que tienda en cualquier país a elevar el precio de la producción manufacturada tiende a disminuir el de la producción primaria de la tierra, y a desalentar por ello a la agricultura. …

Por lo tanto, todos aquellos sistemas que prefieren a la agricultura sobre los demás sectores y que para promoverla imponen restricciones a la industria y al comercio exterior, actúan en contra de su propio objetivo, e indirectamente desalientan la actividad que pretenden fomentar. Son en tal sentido quizás hasta más incoherentes incluso que el sistema mercantil. Dicho sistema, al incentivar a la industria y el comercio exterior más que a la agricultura, desvía una cierta porción del capital de la sociedad desde el apoyo de una actividad más ventajosa hacia el apoyo de una menos ventajosa. Pero de todas formas y en última instancia fomenta la actividad que pretende estimular. Esos sistemas agrícolas, por el contrario, realmente y en última instancia desalientan su actividad favorita.

Es así como todo sistema que procure a través de incentivos extraordinarios dirigir hacia un sector especial una cuota del capital de la sociedad mayor de la que naturalmente fluiría hacia él, o a través de restricciones extraordinarias retirar de un sector especial una sección del capital que en otro caso se invertiría en él, resulta en realidad subversivo para el propósito principal que desea promover. En lugar de acelerar retrasa el desarrollo de la sociedad hacia la riqueza y grandeza verdaderas, y en lugar de aumentar disminuye el valor real del producto anual de su tierra y su trabajo.

Al quedar en consecuencia descalificados todos los sistemas de preferencia o restricción, el sencillo y obvio sistema de la libertad natural se impone por sus propios méritos. Toda persona, en tanto no viole las leyes de la justicia, queda en perfecta libertad para perseguir su propio interés a su manera y para conducir a su trabajo y su capital hacia la competencia con toda otra persona o clase de personas. El soberano queda absolutamente exento de un deber tal que al intentar cumplirlo se expondría a innumerables confusiones, y para cuyo correcto cumplimiento ninguna sabiduría o conocimiento humano podrá jamás ser suficiente: el deber de vigilar la actividad de los individuos y dirigirla hacia las labores que más convienen al interés de la sociedad. Según el sistema de la libertad natural, el soberano sólo tiene tres deberes que cumplir, tres deberes de sobresaliente importancia pero que están al alcance y comprensión de una inteligencia corriente. Primero, el deber de proteger a la sociedad de la violencia e invasión de otras sociedades independientes. Segundo, el deber de proteger, en cuanto sea posible, a cada miembro de la sociedad frente a la injusticia y opresión de cualquier otro miembro de la misma, o el deber de establecer una exacta administración de la justicia. Y tercero, el deber de edificar y mantener ciertas obras públicas y ciertas instituciones públicas que jamás será del interés de ningún individuo o pequeño número de individuos el edificar y mantener, puesto que el beneficio nunca podría reponer el coste que representarían para una persona o un reducido número de personas, aunque frecuentemente lo reponen con creces para una gran sociedad.

El adecuado cumplimiento de esos deberes del soberano necesariamente supone un gasto, y este gasto a su vez necesariamente requiere un ingreso. En consecuencia, en el libro siguiente procuro explicar: primero, cuáles son los gastos indispensables del soberano o del estado, cuáles de estos gastos deben ser sufragados por la contribución general de toda la sociedad y cuáles deben serlo por sólo una parte, o por algunos miembros de la sociedad; segundo, cuáles son los diversos métodos a través de los cuales puede hacerse que toda la sociedad contribuya a sufragar los gastos imputables a toda la sociedad y cuáles son las principales ventajas e inconvenientes de dichos métodos; y tercero, cuáles son las razones y causas que han inducido a casi todos los estados modernos a hipotecar una parte de este ingreso, o a contraer deudas, y cuáles han sido los efectos de esas deudas sobre la riqueza real, sobre el producto anual de la tierra y el trabajo de la sociedad. El siguiente libro, por tanto, estará dividido naturalmente en tres capítulos.

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