VIII

Aunque el estímulo a las exportaciones y el desaliento a las importaciones son los dos grandes motores mediante los cuales el sistema mercantil asegura que puede enriquecer a cualquier país, en algunas mercancías parece seguir una estrategia opuesta: desanimar su exportación y estimular su importación. Pretende sin embargo que su objetivo en última instancia es el mismo: enriquecer al país mediante una balanza comercial favorable. Desalienta la exportación de materias primas para la industria y de instrumentos de trabajo para conceder a nuestros artesanos una ventaja y permitirles vender en los mercados extranjeros más barato que los de otras naciones; al restringir la exportación de algunas mercancías, cuyo precio no es muy elevado, aspira a ocasionar una exportación mucho mayor y más valiosa de otras mercancías. Estimula la importación de materiales para la industria para que nuestro pueblo los pueda elaborar más baratos e impide así una importación mayor y más valiosa de productos manufacturados. No he visto, al menos en nuestros registros legales, ningún estímulo a la importación, de herramientas. Una vez que la industria se desarrolla hasta un determinado nivel, la fabricación de herramientas se vuelve por sí misma el objeto de una gran cantidad de manufacturas muy importantes. El brindar un incentivo especial a la importación de esas herramientas interferiría demasiado con el interés de esas manufacturas y, por lo tanto, en lugar de ser estimulada, dicha importación ha sido a menudo prohibida. …

Nuestros empresarios laneros han tenido más éxito que nadie en persuadir a los legisladores de que la prosperidad de la nación dependía de la rentabilidad y extensión de su negocio particular. No sólo obtuvieron un monopolio contra los consumidores gracias a la prohibición absoluta de importar tejidos de lana de cualquier país extranjero, sino que además consiguieron otro monopolio contra los granjeros ovejeros y laneros gracias a una prohibición similar de exportar ovejas y lana. La severidad de muchas de las leyes que han sido promulgadas para asegurar los ingresos públicos ha sido justamente condenada porque impone duras penas sobre acciones que con anterioridad a los estatutos que las declaraban delitos habían sido desde siempre consideradas inocentes. Pues bien, me atrevo a afirmar que nuestras leyes tributarias más crueles son suaves y gentiles en comparación con las que el clamor de nuestros comerciantes y fabricantes ha arrancado a los legisladores en defensa de sus propios monopolios absurdos y opresivos. Igual que las leyes de Dracón, puede decirse que todas estas leyes están escritas con sangre.

… En lo relativo a la exportación de herramientas o instrumentos de los oficios propiamente dichos, lo normal es que esté restringida no mediante elevados aranceles sino a través de prohibiciones absolutas. …Y cuando se aplican castigos tan elevados ante la exportación de instrumentos de trabajo muertos, no puede esperarse que el instrumento vivo, es decir, el artesano, sea dejado en libertad. De ahí que por estatuto 5 de Jorge I, cap. 27, si alguien fuese culpable de incitar a algún artesano de cualquiera de las manufacturas de Gran Bretaña a emigrar al extranjero a practicar o a enseñar su oficio, debe por la primera ofensa pagar una multa no superior a cien libras y cumplir tres meses de prisión o más, hasta que pague la multa; y por la segunda ofensa debe pagar una multa a la discreción del tribunal y cumplir en prisión doce meses o más, hasta pagar la multa. …Si era probado que una persona había conseguido atraer a un artesano, o que cualquier artesano se había comprometido a emigrar al extranjero con los objetivos mencionados, ese artesano debía dar una garantía de que no marcharía allende los mares, y podía ser encarcelado hasta que la presentase.

Si un artesano parte hacia ultramar y ejerce o enseña su oficio en algún país extranjero, tras ser requerido por algún ministro o cónsul de Su Majestad en el exterior, o por cualquiera de los secretarios de Estado de Su Majestad, no regresa en seis meses al reino y se domicilia y reside continuadamente en el mismo, será declarado incapaz de recibir herencia alguna en este reino, o de ser representante o administrador de persona alguna, o de poseer en el reino tierra alguna por sucesión, donación o compra. Se le embargarán asimismo todas sus tierras y bienes muebles e inmuebles, será declarado extranjero con todas sus consecuencias y perderá la protección del rey.

Supongo que no es necesario subrayar hasta qué punto estas reglamentaciones son contrarias a la tan pregonada libertad individual, de la que tan celosos guardianes simulamos ser, y que en este caso es manifiestamente sacrificada ante los fútiles intereses de nuestros comerciantes e industriales.

La encomiable razón de todas estas regulaciones es extender nuestras propias manufacturas, pero no por su prosperidad sino por la depresión de las de todos nuestros vecinos, y mediante la liquidación, en todo lo que sea posible, de la incómoda competencia de esos rivales tan odiosos y desagradables. Nuestros patronos industriales piensan que es razonable que ellos mismos tengan el monopolio del ingenio de todos sus compatriotas, aunque al restringir en algunos oficios el número de aprendices que pueden ser empleados en cualquier momento dado, y al imponer el requisito de un extenso aprendizaje en todos los oficios, intentan limitar el conocimiento de los diversos oficios al mínimo número posible de personas, y se oponen a que ninguna de ellas se marche a instruir a extranjeros.

El consumo es el único fin y objetivo de toda producción, y el interés del productor merece ser atendido sólo en la medida en que sea necesario para promover el del consumidor. Este aforismo es tan evidente que sería absurdo molestarse en demostrarlo. Sin embargo, en el sistema mercantil el interés del consumidor es casi constantemente sacrificado frente al del productor, porque parece considerarse que la finalidad y propósito últimos de cualquier actividad y comercio es la producción y no el consumo.

En las restricciones sobre las importaciones de todas las mercancías extranjeras que pueden competir con nuestros cultivos o manufacturas es evidente que el interés del consumidor local se sacrifica ante el del productor. Es sólo para beneficiar a éste que aquél es obligado a pagar el sobreprecio a que dicho monopolio da lugar virtualmente siempre.

Las subvenciones a la exportación de algunos productos se conceden sólo para beneficiar al productor. El consumidor es forzado a pagar, primero, el impuesto necesario para sufragar el subsidio, y segundo, el gravamen todavía mayor que deriva necesariamente del aumento del precio de la mercancía en el mercado nacional.

Mediante el célebre tratado comercial con Portugal, se impide al consumidor a través de altos aranceles el comprar en un país vecino una mercancía que su propio clima no permite producir, y se lo obliga a adquirirla en un país más lejano, aunque se sabe que la mercancía del país lejano es de peor calidad que la del país más próximo. El consumidor nacional es forzado a someterse a este inconveniente para que el productor pueda exportar al país distante algunos de sus productos en términos más ventajosos que los que conseguiría en otro caso. Asimismo, el consumidor debe pagar cualquier incremento en el precio de esos productos que dicha exportación forzada suscite en el mercado local.

En el sistema de leyes que ha sido establecido para el gobierno de nuestras colonias americanas y de las Indias Occidentales el interés del consumidor ha sido sacrificado al del productor con una prodigalidad aún más extravagante que en todas nuestras otras reglamentaciones mercantiles. Se ha fundado un vasto imperio con el único propósito de crear una nación de clientes compelidos a comprar en las tiendas de nuestros distintos productores todos los bienes que puedan suministrarles. Para conseguir el pequeño incremento en el precio que este monopolio pueda asegurar a nuestros productores, los consumidores han sido gravados con todo el gasto de mantener y defender dicho imperio. Con este fin, y sólo con este fin, en las dos últimas guerras se han gastado más de doscientos millones de libras y se ha contraído una deuda nueva superior a los ciento setenta millones, por encima de lo que ya se había gastado en guerras anteriores con idéntico propósito. Sólo el interés de esta deuda resulta no simplemente mayor que el conjunto de los beneficios extraordinarios que podría pretenderse derivaron del monopolio del comercio colonial, sino también mayor al valor total de dicho comercio o el valor total de los bienes que como media han sido exportados anualmente a las colonias.

No es muy difícil señalar a quienes maquinaron todo este sistema mercantil. No fueron desde luego los consumidores, cuyos intereses han sido completamente olvidados. Fueron los productores, cuyos intereses siempre han sido cuidadosamente atendidos, y entre ellos los arquitectos principales fueron con diferencia los comerciantes y los industriales. …

Share on Twitter Share on Facebook