-¿Qué tal te pareció mi prima? -le preguntaba Joaquín a Abel al día siguiente de habérsela presentado y propuesto a ella, a Helena , lo del retrato, que acogió alborozada de satisfacción.
-Hombre, ¿quieres la verdad?
-La verdad siempre, Abel; si nos dijéramos siempre la verdad, toda la verdad, esto sería el paraíso.
-Sí, y si se la dijera cada cual a sí mismo...
-¡Bueno, pues la verdad!
-La verdad es que tu prima y futura novia, acaso esposa, Helena , me parece una pava real... es decir, un pavo real hembra... Ya me entiendes...
-Sí, te entiendo.
- Como no sé expresarme bien más que con el pincel...
-Y vas a pintar la pava real, o el pavo real hembra, haciendo la rueda acaso, con su cola llena de ojos, su cabecita...
-¡Para modelo, excelente! ¡Excelente, chico ! ¡Qué ojos! ¡Qué boca! Esa boca carnosa ya la vez fruncida..., esos ojos que no miran... ¡Qué cuello! ¡Y sobre todo qué color de tez! Si no te incomodas...
-¿Incomodarme yo?
-Te diré que tiene un color como de india brava, o mejor, de fiera indómita. Hay algo, en el mejor sentido, de pantera en ella. Y todo ello fríamente.
-¡Y tan fríamente!
-Nada, chico , que espero hacerte un retrato estupendo.
-¿A mí? ¿Será a ella?
-No, el retrato será para ti, aunque de ella.
-¡No, eso no, el retrato será para ella!
-Bien, para los dos. Quién sabe... Acaso con él os una.
-Vamos, sí, que de retratista pasas a...
-A lo que quieras, Joaquín, a celestino, con tal de que dejes de sufrir así. Me duele verte de esa manera.
Empezaron las sesiones de pintura, reuniéndose los tres. Helena se posaba en su asiento solemne y fría, henchida de desdén, como una diosa llevada por el destino. «¿Puedo hablar?», preguntó el primer día, y Abel le contestó: «Sí, puede usted hablar y moverse; para mí es mejor que hable y se mueva, porque así vive la fisonomía... Esto no es fotografía, y además no la quiero hecha estatua...» Y ella hablaba, hablaba, pero moviéndose poco y estudiando la postura. ¿Qué hablaba? Ellos no lo sabían. Porque uno y otro no hacían sino devorarla con los ojos; la veían, no la oían hablar.
Y ella hablaba, hablaba, por creer de buena educación no estarse callada, y hablaba zahiriendo a Joaquín cuanto podía.
-¿Qué tal vas de clientela, primito? -le preguntaba.
-¿Tanto te importa eso?
-¡Pues no ha de importarme, hombre, pues no ha de importarme...! Figurate...
-No, no me figuro.
-lnteresándote tú tanto como por mí te interesas, no cumplo con menos que con interesarme yo por ti. Y, además, quién sabe...
-¿Quién sabe, qué
-Bueno, dejen eso -interrumpió Abel-; no hacen sino regañar.
-Es lo natural -decía Helena- entre parientes... Y además, dicen que así se empieza.
-¿Se empieza, qué? -preguntó Joaquín.
-Eso tú lo sabrás, primo, que tú has empezado.
-¡Lo que vaya hacer es acabar!
-Hay varios modos de acabar, primo.
-Y varios de empezar.
-Sin duda. ¿Qué, me descompongo con este floreteo, Abel?
-No, no, todo lo contrario. Este floreteo, como le llama, le da más expresión a la mirada y al gesto. Pero...
A los dos días tuteábanse ya Abel y Helena; lo había querido así Joaquín, que al tercer día faltó a una sesión.
-A ver, a ver cómo va eso -dijo Helena levantándose para ir a ver el retrato.
-¿Qué te parece?
-Yo no entiendo, y además no soy quien mejor puede saber si se me parece o no.
-¿Qué? ¿No tienes espejo? ¿No te has mirado a él?
-Sí, pero...
-¿Pero qué...?
-Qué sé yo...
-¿No te encuentras bastante guapa en este espejo?
-No seas adulón.
-Bien, se lo preguntaremos a Joaquín.
-No me hables de él, por favor. ¡Qué pelma! -
-Pues de él he de hablarte.
~Entonces me marcho...
-No, y oye. Está muy mal lo que estás haciendo con ese chico .
-¡Ah! ¿Pero ahora vienes a abogar por él? ¿Es esto del retrato un achaque?
-Mira, Helena, no está bien que estés así, jugando con tu primo. Él es algo, vamos, algo...
-¡Sí, insoportable!
-No, él es reconcentrado, altivo por dentro, terco, lleno de sí mismo, pero es bueno, honrado a carta cabal, inteligente, le espera un brillante porvenir en su carrera, te quiere con delirio...
-¿Y si a pesar de todo eso no le quiero yo?
-Pues debes entonces desengañarle.
-¡Y poco que le he desengañado! Estoy harta de decirle que me parece un buen chico , pero que por eso, porque me parece un buen chico , un excelente primo -y no quiero hacer un chiste-, por eso no le quiero para novio con lo que luego viene.
-Pues él dice...
-Si él te ha dicho otra cosa, no te ha dicho la verdad, Abel. ¿Es que voy a despedirle y prohibirle que me hable siendo como es mi primo? ¡Primo! qué gracia!
-No te burles así.
-Si es que no puedo...
-Y él sospecha más, y es que se empeña en creer que puesto que no quieres quererle a él, estás en secreto enamorada de otro...
-¿Eso te ha dicho?
-Sí, eso me ha dicho.
Helena se mordió los labios, se ruborizó y calló un momento.
-Sí, eso me ha dicho -repitió Abel, descansando la diestra sobre el tiento que apoyaba en el lienzo, y mirando fijamente a Helena , como queriendo adivinar el sentido de algún rasgo de su cara. -Pues si se empeña... -¿Qué...?
-Que acabará por conseguir que me enamore de algún otro... Aquella tarde no pintó ya más Abel. Y salieron novios.