XXXVIII

 

Pasó un año en que Joaquín cayó en una honda melancolía. Abandonó sus Memorias, evitaba ver a todo el mundo, incluso a sus hijos. La muerte de Abel había parecido el natural desenlace de su dolencia, conocida por su hija, pero un espeso bochorno misterioso pesaba sobre la casa. Helena encontró que el traje de luto la favorecía mucho y empezó a vender los cuadros que de su marido le quedaban. Parecía tener cierta aversión al nieto. Al cual le había nacido ya una hermanita.

Postróle, al fin, a Joaquín una oscura enfermedad en el lecho. Y sintiéndose morir, llamó un día a sus hijos, a su mujer, a Helena.

-Os dijo la verdad el niño -empezó diciendo-, yo le maté.

-No digas esas cosas, padre -suplicó Abel, su yerno. -No es hora de interrupciones ni de embustes. Yo le maté. O como si yo le hubiera matado, pues murió en mis manos...

-Eso es otra cosa.

-Se me murió teniéndole yo en mis manos, cogido del cuello. Aquello fue como un sueño. Toda mi vida ha sido un sueño. Por eso ha sido como una de esas pesadillas dolorosas que nos caen encima poco antes de despertar, al alba, entre el sueño y la vela. No he vivido ni dormido..., ¡ojalá!, ni despierto. No me acuerdo ya de mis padres, no quiero acordarme de ellos y confío en que ya muertos me hayan olvidado. ¿Me olvidará también Dios? Sería lo mejor, acaso, el eterno olvido. ¡Olvidadme, hijos míos!

-¡Nunca! -exclamó Abel, yendo a besarle la mano.

-¡Déjala! Estuvo en el cuello de tu padre al morir este. ¡Déjala! Pero no me dejéis. Rogad por mí.

-¡Padre, padre! -suplicó la hija.

-¿Por qué he sido tan envidioso, tan malo? ¿Qué hice para ser así? ¿Qué leche mamé? ¿Era un bebedizo de odio? ¿Ha sido un bebedizo de sangre? ¿Por qué nací en tierra de odios? En tierra en que el precepto parece ser: «Odia a tu prójimo como a ti mismo.» Porque he vivido odiándome; porque aquí todos vivimos odiándonos. Pero... traed al niño.

-¡Padre!

-¡Traed al niño! Y cuando el niño llegó le hizo acercarse.

-¿Me perdonas? -le preguntó.

-No hay de qué -dijo Abel.

-Di que sí, arrímate al abuelo -le dijo su madre.

-¡Sí! -susurró el niño.

-Di claro, hijo mío, di si me perdonas.

-Sí.

-Así, sólo de ti, sólo de ti, que no tienes todavía uso de razón, de ti, que eres inocente, necesito perdón. Y no olvides a tu abuelo Abel, al que te hacía los dibujos. ¿Le olvidarás?

-¡No!

-No, no le olvides, hijo mío, no le olvides. Y tú, Helena...

Helena, la vista en el suelo, callaba.

-Y tú, Helena...

-Yo, Joaquín, te tengo hace tiempo perdonado.

-No te pedía eso. Sólo quiero verte junto a Antonia. Antonia...

La pobre mujer, henchidos de lágrimas los ojos, se echó sobre la cabeza de su marido, y como queriendo protegerla.

-Tú has sido aquí la víctima. No pudiste curarme, no pudiste hacerme bueno...

-Pero si lo has sido, Joaquín... ¡Has sufrido tanto!...

-Sí, la tisis del alma. Y no pudiste hacerme bueno porque no te he querido.

-¡No digas eso!

-Sí lo digo, lo tengo que decir, y lo digo aquí, delante de todos. No te he querido. Si te hubiera querido me habría curado. No te he querido. Y ahora me duele no haberte querido. Si pudiéramos volver a empezar...

-¡Joaquín! ¡Joaquín! -clamaba desde el destrozado corazón la pobre mujer-. No digas esas cosas. Ten piedad de mí, ten piedad de tus hijos, de tu nieto que te oye, y que, aunque parece no entenderte, acaso mañana...

-Por eso lo digo, por piedad. No, no te he querido; no he querido quererte. ¡Si volviésemos a empezar! Ahora, ahora es cuando,..

No le dejó acabar su mujer, tapándole la moribunda boca con su boca y como si quisiera recoger en el propio su último aliento.

-Esto te salva, Joaquín.

-¿Salvarme? ¿Y a qué llamas salvarse?

-Aún puedes vivir unos años, si lo quieres.

-¿Para qué? ¿Para llegar a viejo? ¿A la verdadera vejez? ¡No, a la vejez, no! La vejez egoísta no es más que una infancia en que hay conciencia de la muerte. El viejo es un niño que sabe que ha de morir. No, no quiero llegar a viejo. Reñiría con los nietos por celos, les odiaría... ¡No, no..., basta de odio! Pude quererte, debí quererte, que habría sido mi salvación, y no te quise.

Calló. No quiso o no pudo proseguir. Besó a los suyos. Horas después rendía su último cansado suspiro.

¡QUEDA ESCRITO!

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