I

Casticisimo es en nuestras letras castizas el teatro, y en éste el de Calderón, porque si otros de nuestros dramaturgos le aventajaron en sondas cualidades, él es quien mejor encarna el espíritu local transitorio de la España castellana castiza y de su eco prolongado por los siglos posteriores, más bien que la humanidad eterna de su casta; es un « símbolo de raza (1) ». Da cuerpo á lo diferencial y exclusivo de su casta, á sus notas individuantes, por lo cual, á pesar de haber galvanizado su memoria tudescos rebuscadores de ejemplares típicos, es á quien « leernos con más fatiga » los españoles de hoy, mientras Cervantes vive eterna vida dentro y fuera de su pueblo.
Calderón, el símbolo de casta, fué á buscar carne para su pensamiento al teatro, en que se ha do presentar al inundo en compendio compacto y vivo, en sucesión de hechos significativos, vistos desde afuera, desvaneciéndose á último término, hasta perderse á las veces, el nimbo que los envuelve, el coro irrepresentable de las cosas (2).
Y de todos los teatros, el más rápido y teatral es el castellano, en que no pocas veces se corta, más bien que se desata, el nudo gordiano dramático. Lope, sobre todo, suele precipitar el desenlace, la anagnórisis.
Por toda la literatura castellana campea esa sucesión caleidoscópica, y donde más, en otra su casticísima manifestación, en los romances, donde pasan los hombres y los sucesos grabados al agua fuerte, sobre un fondo monótono, cual las precisas siluetas de lo gañanes á la caída de la tarde, sobre el bruñido cielo. El didactismo á que propende esta misma literatura suele por su parte resolverse en rosario de sentencias graves, en sarta sin cuerda á las veces.
En el teatro calderoniano se revela de bulto esa suerte de ver los hechos en bruto y yuxtapuestos por de fuera. El argumento es casi siempre de una sencillez y pobreza grandes, los episodios pegadizos y que antes estorban que ayudan á la acción principal. No se combinan, como en Shakespeare, dos ó más acciones. Una intriga enredosa á las veces, pero superficial, caleidoscópica, y sobre todo enorme monotonía en caracteres, en recursos dramáticos, en todo (3).
Por ver los hombres en perfil duro no sabe crear caracteres; no hay en sus personajes el rico proceso psicológico interno de un Hamlet ó un Macbeth, es « psicología de primer grado, como las imágenes coloreadas de Alemania son pintura elemental », dice Amiel (Journal intime, 8 janvier 1863, juzgando de refilón de nuestro teatro.
« Todas las cosas están allí apuntadas y casi ninguna llevada á cabal desarrollo », lo que se atribuye á « condiciones del ingenio español (castellano)… la rapidez y la facilidad para comprender un carácter y lo incompleto de su desarrollo ». (M. y P.) ¿Rapidez para comprender? Es que pasan el hecho ó la idea recortados, sin quebrar su cáscara y derramar sus entrañas en el espíritu del que los recibe, sin entrar á él envueltos en su nimbo y en éste desarrollarse.
El desarrollo es la única comprensión verdadera y viva, la del contenido; todo lo demás se reduce á atrapar un pobre dermato-esqueleto encasillable en el tablero de las categorías lógicas. La idea comprendida se ejecuta sola, sponte sua, como en la mente shakespeariana. En la de Calderón se petrifica. Superar en ejecución lo es en verdadera comprensión, porque la ejecución revela la continuidad y vida intimas de la idea.
Como las buriladas representaciones calderonianas no rompían su caparazón duro, fué el poeta, no viéndolas en su nimbo, á buscarles alma al reino de los conceptos obtenidos por vía de remoción excluyente, á un idealismo disociativo (4), y no al fondo del mar lleno de vida, sino á un ciclo frío y pétreo.
Este espíritu castizo no llegó, á pesar de sus intentonas, á la entrañable armonía de lo ideal y lo real, á su identidad oculta, no consiguió soldar los conceptos anegándolos en sus nimbos, ni alcanzó la inmensa sinfonía del tiempo eterno y del infinito espacio de donde brota con trabajo, cual melodía en formación y lucha, el Ideal de nuestro propio Espíritu. Para él dos mundos, un caleidoscopio de hechos y un sistema de conceptos, y sobre ellos un Motor inmoble.
Espíritu este dualista y polarizador. Don Quijote y Sancho caminan juntos, se ayudan, riñen, se quieren, pero no se funden. Los extremos se tocan sin confundirse y se busca la virtud en un pobre justo medio; no en el dentro en donde está y debe buscarse. Sáltase de los hechos tomados en bruto sin nimbo á conceptos categóricos. Cuando Quevedo no nos cuenta al buscón D. Pablos comenta á Marco Bruto, y el grave Hurtado de Mendoza narra las picardías del lazarillo del Tormes.
Calderón nos presenta la realidad « con sus contrastes de luz y de sombra, de alegrías y de tristezas », sin derretir tales contrastes en la penumbra del nimbo de la vida, « mezcla lo trágico y lo cómico », sí, los mezcla, no los combina químicamente. Y así « en nuestro teatro más que idealismo hay convencionalismo, y más que realismo la realidad histórica de un tiempo dado » y « cierta ligereza y superficialidad », la de no pasar de la superficie.
Genuinamente castizos son nuestros dramas teológicos y autos sacramentales, con sus personajes sin vida, la Fe, la Esperanza, el Aire, el Fuego, el Agua, la Encarnación,, la Trinidad, no seres vivos, sino

tumba de huesos, cubierta
con un paño de brocado.

En su idealismo se pone lo grande de Calderón, su « genio sintético y comprensivo », viendo en él grandeza de concepción y una alteza tal de ideas teológicas, intelectuales y filosóficas, que resultaba mezquina toda forma para encerrarlas, « alteza de la idea inicial de sus obras ». Mas como aun así no pueda proponérsele cual modelo de belleza, ni supo hallar « lo que es universal y eterno del corazón humano », se nos dice que « no bastan por sí solas las grandes ideas para hacer con ellas grandes dramas ».
Las grandes ideas categóricas y abstractas, no.
Distinguen al ingenio castellano « grandeza inicial y lucidez pasmosa para sorprender las ideas; poca calma, poca atención para desarrollarlas ». (M. y P.) ¡Es claro!, como las sorprende, se le escapan sin entrar en él é imponerse su atención, para desarrollar por sí, en virtud propia, su contenido. La « intuición rápida » de « proceder como por adivinación y relámpagos », es falta de comprensión viva, genética; los relámpagos deslumbran, no alumbran.
¡Genio sintético y comprensivo el que ni vislumbró la unidad de los dos mundos! ¡Armonismo un mero enlace de ellos, en que se ve la pegadura! ¡Pobres altísimas concepciones, muertas de desnudez, sin carne en que abrigarse! La mera ocurrencia de sacar á tablas conceptos abstractos delata toda la flaqueza de este ingenio, como lo empedernido de su idealismo el encontrarse resuelto (!!!) en sus obras « el enigma de la vida humana… sin luchas, sin vacilaciones, sin antinomias, sin dudas siquiera ».
No es de extrañar que se sobreponga el idealismo de Calderón al de Shakespeare, y aun que no se le vea bien en éste. El inglés pone en escena á que desarrollen su alma hombres, hombres, ideas vivas, tan profundas cuanto altas las más elevadas del castellano. El rey Lear, Hamlet, Otelo, son ideas más ricas de contenido íntimo que cualquiera de los conceptos encasillables de Calderón. ¡Un hombre!, un hombre es la más rica idea; llena de nimbos y de penumbras y de fecundos misterios.
Calderón se esforzaba por revestir huesos de carne y sacaba momias, mientras que en el proceso vivo brota el organismo todo de un óvulo fecundado, surge del protoplasma del nimbo orgánico, dibujándose un dentro y un fuera, un endodermo y un ectodermo, y formándose poco á poco en su interior, del tejido conjuntivo endurecido por sales calcáreas del ambiente el esbozo de los huesos, que son lo último que queda y persiste cuando el ser ha muerto, delatando la forma viva perdida para siempre. Huesos encerrados en lo vivo por carne palpitante, huesos que admiran los osteólogos y paleontólogos en los dramas sarmentosos de Calderón, y que en Shakespeare están vivos, con tuétano caliente; pero sustentando, ocultos por la carne, la fábrica viva toda de que surgieron, inconcientes á su autor. Para el inglés los óvulos eran cuentos, novelas, anécdotas, sucesos vivos; en nuestro teatro abundan como tales lugares teológicos ó de parecida laya (5).
Por sumirse en el fondo eterno y universal de la humanidad, que es la más honda y fecunda idea, donde se confunden los dos mundos, por cuyo ministerio brota el ideal de la, realidad, de la naturaleza el arte, Shakespeare, sabiendo de pobre historia paleontológica tan poco ó menos que Calderón, más letrado que él, penetra en el alma de la antigüedad romana por la estrecha puerta de una mala traducción de Plutarco y resucita en su Julio César la vida del foro resonante, mientras Calderón, atado á la historia de su tiempo y de su suelo, apenas se despega, de lo transitorio y local. Penetra Shakespeare en la intra-historia romana y en la del alma con Hamlet, encarnación de humanidad tan profunda como el alegórico Segismundo, más viva. Y por ser más profundas sus concepciones vivas, informulables, es por lo que alcanza la « verdad humana, absoluta, hermosa » y la « expresión única ».
Hay en nuestro castizo teatro disociación entre el idealismo y el realismo y en punto á éste los graciosos, que representan el fallo de la razón imparcial y sobria del común sentido (6). El gracioso, impertinente á menudo, « de un modo realista y prosaico, no exento de vulgaridad y aun de grosería, vuelve siempre por los fueros del sentido común ». No exento de vulgaridad y aun de grosería nuestro Sancho, es cierto, pero Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano, Sancho sincero. ¡Impertinente!, esto es, disociado, que no casa bien con el idealismo de su Quijote.
Este espíritu. disociativo, dualista, polarizador, se revela en la expresión, en el vano lujo de colores y palabras, en el énfasis, en la « inundación de mala y turbia retórica », en la manera hinchada de hipérboles, discreteos, sutilezas y metaforismo apoplético. Nuestros vicios castizos, desde Lucano y Séneca acá, el culteranismo y el conceptismo, brotan del mismo manantial. Dícese que el culteranismo y la hipérbole arrancan de brillantez de imaginación, el conceptismo de agudeza de ingenio.
¡Socorrido recurso el de la brillante ó fogosa imaginación española! Aquí entran en cuenta el sol y otros ingredientes. Y en realidad, sin embargo, imaginación seca, reproductiva más que creadora, más bien que imaginación fantasía, empleando tecnicismo escolástico. O los hechos tomados en bruto, en entero y barajados de un modo ó de otro, no desmenuzados para recombinarlos en formas no reales, ó bien conceptos abstractos. Nuestro ingenio castizo es empírico ó intelectivo más que imaginativo, traza enredos entre sucesos perfectamente verosímiles; no nacieron aquí los mundos difuminados en niebla, los mundos de hadas, gnomos, silfos, ninfas y maravillas. Pueblo fanático, pero no supersticioso, y poco propenso á mitología, al que cuadra mejor el monoteísmo semítico que el politeísmo ariano. Todo es en él claro, recortado, anti-nebuloso: sus obras de ficción muy llenas de historia, hijas de los sentidos y de la memoria, ó llenas de didactismo, hijas de la intelectiva. Sus romances por epopeyas y por baladas, y el Quijote por el Orlando.
La imaginación se apacienta en los nimbos de los hechos, nimbos que el castizo espíritu castellano repele, saltando de los sentidos la inteligencia abstractiva. Y al tomar en bruto los hechos para realizarlos, acude al desenfreno del color externo, de lo distintivo en ellos, así como cae por otra parte en el conceptismo de los universales faltos de nimbo; sensitivismo é intelectualismo, disociación siempre.
Cuando se alcanza mal á repartir en un cuadro los matices y medias tintas de tal suerte que en la unidad del conjunto aparezcan los objetos encajados, subordinados al todo, se cae en el desenfreno del colorismo chillón y de mosaico, de brillos metálicos, corriendo tras el enorme despropósito de que las figuras se salgan del cuadro, que vale tanto como desquiciarlas de su puesto y disociarlas de la realidad, acudiendo para ello procederes de efecto escenográfico, más que sean pintar en el mareo la pezuña de un caballo ó cualquier otro desatino tan desaforado. El ver las cosas destacarse á cuchillo es no percibir que es su forma en parte la del moldo que les da el fondo, y así, por no dibujar tanto hacia afuera corno hacia dentro, se busca la línea continente por serie de rectificaciones que engendran perfil confuso é incierto, desdibujada resultante de tanteos.
La poca capacidad de expresar el matiz en la unidad del nimbo ambiente lleva al desenfreno colorista y al gongorismo caleidoscópico, epilepsia de imaginación que revela pobreza real de ésta; la dificultad en ver la idea surgiendo de su nimbo y dentro de él, arrastra á la escenografía intelectualista del conceptismo; y la falta de tino para dibujar las cosas con mano segura á la par que suave, en su sitio, brotando del fondo á que se subordinan, conduce á las tranquillas oratorias dé acumular sinónimos y frases simétricas, desdibujando las ideas con rectificaciones, paráfrasis y corolarios. Y de todo ello resulta un estilo de enorme uniformidad y monotonía en su ampulosa amplitud de estepa, de gravedad sin gracia, de períodos macizos como bloques, ó ya seco, duro y recortado. Y en este estilo dos retóricas, la de la oratoria y la de la dialéctica, metaforismo de oradores, ergotismo de teólogos y leguleyescas citas.
El elemento intelectivo es lo que « ahoga y mata la expresión natural y sencilla », sofocada al peso do categorías; la expresión única brota de la idealidad de lo real concreto.

Share on Twitter Share on Facebook