II

Es grande Segismundo, precursor del Quijote, y hay eterna grandeza en Pedro Crespo y aun en Don Lope de Almeida, porque todos ellos, y con ellos su creador, eran algo más que mentes nacidas para comprender el mundo. Eran voluntades con los vicios y la bondad íntima de la energía que desborda. La inteligencia misma es forma de voluntad.
Todo espíritu que pase por enérgica abstracción desde recortadas sensaciones á conceptos categóricos, sofocando el nimbo de las representaciones, ó es juguete de los motivos del ambiente, ó reacciona sobre ellos con voluntariedad de arranque en resoluciones bruscas y tenaces, ó ya esclavo ó ya tirano de lo que le rodea. Los personajes de nuestro teatro y aun los de nuestra historia se forman más de fuera dentro que á la inversa, más por cristalización que por despliegue orgánico, produciéndose ex abrupto no raras veces. En Lope los hay que cambian de repente, sobre todo al final do sus comedias, sin causa justificada. « Los sentimientos más opuestos brotan en su pecho, sin ofrecer las gradaciones que entre nosotros », dice de los españoles el alemán Schack. Cuando no son de una pieza, se mueven guerra dividiéndose en dos ó ya son sistema de contradicciones como el egoísta generoso, el Don Domingo de Don Blas, de Alarcón.
Obedecen nuestros héroes castizos á la ley externa, tanto más opresiva cuanto menos intimada en ellos, abundando en conflictos entro dos deberes, entro dos imperativos categóricos sin nimbo en que concordarse. A la presión exterior oponen, cual tensión interna, una voluntad muy desnuda, que es lo que Schopenhauer gustaba en los castellanos, por él tan citados y alabados. Acá vino también Merimée á buscar impresiones fuertes y caracteres simples, bravíos y enteros.
A la disociación mental entro el mundo de los sentidos y el de la inteligencia correspondo una dualidad de resoluciones bruscas y tenaces y de indolente matar al tiempo, dualidad que engendra, al reflejarse en la monte, fatalismo y librearbitrismo, creencias gemelas y que se completan, nunca la doctrina del determinismo de la espontaneidad. Se resignan á la ley ó la rechazan, la sufren ó la combaten, no identifican su querer con ella. Si vencidos, fatalistas; librearbitristas cuando vencedores. La doctrina es la teoría de la propia conducta, no su gula.
En las disputas teológicas que provocaron el calvinismo primero, y el jansenismo más tarde, teólogos españoles fueren los principales heraldos del libre albedrío. ¡Frases vigorosas el « no me dala real gana » y el « no importa »! Y aún las hay más enérgicas y castizas, que vienen como anillo al dedo á la doctrina schopenhaueriana de que la voluntad es lo genérico, así como la inteligencia lo individuante en el hombre, que el foco, Brennpunkt, de aquella son los órganos genitales. Todo español sabe de dónde le salen las voliciones enérgicas.

« Y teniendo yo más alma, ¿tengo menos libertad? »

grita Segismundo. Tener más alma es tener más voluntad entera, más masa de acción, más intensa; no mayor inteligencia ni más complejo espíritu.
Y junto á esta voluntariedad simplicista de esta enérgica casta de conquistadores, fe en la suerte: Da ventura á tu hijo y échalo en el mar. Fe en la estrella, buena si se triunfa, si se sucumbe mala. Es el vislumbre de sentirse arrebatado de algo íntimo, más hondo que la conciencia.
La monotonía de caracteres del castizo teatro castellano paréceme ser reflejo de un rasgo real. Caracteres los de esta casta, de individualidad bien perfilada y de complejidad escasa, más bien unos que armónicos, formados los individuos por presión exterior en masa pétrea, personas que se plantan frente al mundo, y le arman batalla sin huir del peligro, que en la ocasión se moverán guerra á sí mismos sin destruirse, y que si se dejan morir es matando, como Sansón con todos los filisteos (7).
Eran almas estas tenaces é incambiables, castillos interiores de diamante de una pieza, duro y cortante. Genio y figura hasta la sepultura; lo que entra con el capillo sale con la mortaja; lo que en la leche se mama, en la mortaja se derrama.
Al plantarse en sociedad cada una de estas almas frente á las otras, prodújose un verdadero anarquismo igualitario, y á la par anhelo por dar á la comunidad la firme unidad de cada miembro, un verdadero anarquismo absolutista, un mundo de átomos indivisibles é impenetrables en lucha dentro de una férrea caja, lucha de presión externa con interna tensión.
Fué una sociedad guerrera (8), y en la guerra misma algo de anárquico, guerrillas y partidarios.
En tales sociedades y con tales individuos prolóngase un sentido de justicia primitivo, vengándose devengan sus derechos. En Pedro Crespo se une á la justicia la venganza y tenemos un rey á quien llaman unos el Cruel y el Justiciero otros. Entre nosotros buscaba Schopenhauer ejemplos del anhelo de llevar « al dominio de la experiencia la justicia eterna, la individuación » dedicando á las veces toda una vida á vengar un entuerto, y con previsión del patíbulo (9).
Pasarnos, según Rasch (Die heutige Spanien), en Alemania, ¡prepárese el lector!... á la vez que por ganosos de fama, codiciosos é indolentes, ruhmsüchtig, golddürstig, faul, por crueles y sanguinarios, grausam, blutdürstig. Cuando los extranjeros nos quieren mal y tratan de traer á cuenta nuestras flaquezas, no olvidan al inhumano duque de Alba, á su Juan de Vargas y su Consejo de sangre, los autos de fe y los quemaderos, y los desenfrenos todos de nuestro odium theologicum. Es dureza de combatiente.
El valor, valor de toro. « ¡Ve á vencer! » - dice arrogantemente el rey á Rodrigo de Vivar en Las Mocedades del Cid - y en éstas, al morir Rodrigo Arias, repite á su padre: « Padre ¿he vencido, he vencido?... yo muero, padre, ¿he vencido? »
En la vida de lucha conviene además juntar al esfuerzo astucia, aquella arma del fuerte y ésta del débil. « Apenas habla término medio entre el caballero y el pícaro » - dice el Sr. Menéndez. - Confundíanse uno en otro; en horas de insolación asoma bajo el aristócrata el chulo.
Esta voluntad se abandona indolentemente al curso de las cosas si no logra domarlo á viva fuerza, no penetra en él ni se apropia su ley; violencia ó abandono más menos sostenidos. Es poco capaz de ir adaptándose lo que le rodea por infitesimales acciones y pacienzudos tanteos, compenetrándose en las pequeñeces de la realidad, por trabajo verdadero. O se entrega á la rutina de la obligación, ó trata de desquiciar 1a cosas, padece trabajos por no trabajar.
Es proverbial nuestro castizo horror al trabajo, nuestra holgazanería y nuestra vieja idea de que « ninguna cosa baja tanto al hombre como ganar do comer en oficio mecánico », proverbial la miseria que se siguió á nuestra edad del oro, proverbiales nuestros pordioseros y mendigos y nuestros holgazanes que se echan á tomar el sol y se pasaban con la sopa de nuestros conventos.
El que se hizo hidalgo peleando moriría antes que deshonrar sus manos (10).
En ninguna parte arraigó mejor ni por más tiempo lo de de creer que el oro es la riqueza, que aquí, donde Ustáriz extremó el mercantilismo. Los pobres indios preguntaban á los aventureros de
El Dorado por qué no sembraban y cogían, y en vano propusieron los prudentes se enviaran á las Indias labradores. Francisco Pizarro, en el momento de ir á pasar su Rubicón, traza con la espada una gran raya en tierra y dice: « por aquí se va a Perú á ser ricos; por acá se va á Panamá á ser pobres; escoja el que sea buen castellano lo que más bien le estuviere.»
Y más tarde, solemne escena en Caxamalca, cuando, previa invocación al auxilio divino, se reparte con gravedad el precio del desgraciado Atahualpa, aquel reposado inca, último testigo de una civilización borrada para siempre por los conquistadores de aquel « infierno del Perú, que con multitud de quintales de oro ha empobrecido y destruido á Epaña» - decía Las Casas. Poco después el leal duque de Alba, sirviendo á su Dios y á su Rey no olvidaba el botín (11).
¡El botin!, tal era la preocupación del legendario Cid (12) y el mismo Sancho, el pacifico, el discreto, el buen Sancho,, el codicioso de la ínsula, apenas vió en el suelo al fraile de San Benito « apeándose ligeramente de su asno arremetió á él, y le comenzó á quitar los hábitos..., que aquello le tocaba á él legítimamente como despojos de la batalla que señor Don Quijote había ganado ».
El pobre con aspiraciones que no se aviene á enterrarse cogido á la mancera en la masa intrahistórica de los silenciosos, los intracastizos, ni á vivir como el licenciado Cabra « clérigo cerbatana, archi-pobre y proto-miseria » para quien la penuria era salud é ingenio, ó dice con el soldado de Los Amantes de Teruel de Tirso:

Bien haya, amén, quien inventó la guerra
Que de una vez un hombre queda rico
Aunque en mil años haya visto blanca;

ó se gana honradamente la vida con la industria de sus manos..., que « hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal », y « quien no hurta en el mundo no vive » - decía su padre al buscón D. Pablos, espejo de vagabundos.
Y aun sin llegar tal, vívase al día, con un mañana que nunca llega por delante, á ver si cae maná. Todos los años aplaudimos al castizo héroe conquistador del « ¡tan largo me lo fiáis! » y todos se aguarda por todos con ansia el día del nacimiento del Redentor, en esperanza del gordo.

El nacer pobre es delito.

Y así vive el hidalgüelo mayorazgo á cubierto del trabajo, en resignada indolencia y medida parsimonia. Mas si es segundón y ha de asegurarse el pan ¡á probar fortuna! á buscárselas, ó al convento (13).
Con frecuencia tras una vida de aventuras se tomaba iglesia.
¡Pan y toros, y mañana será otro día! Cuando hay, saquemos tripa de mal año, luego... ¡no importa!
Tal el alma castiza, belicosa é indolente, pasando del arranque la impasibilidad, sin diluir una en otro para entrar en el heroísmo sostenido y oscuro, difuso y lento, del verdadero trabajo.
Y anejo todo esto las virtudes que engendra la lucha, la generosidad de la guapeza, el rumbo de José María, amigo de sus amigos, limosnero del pobre con dinero ajeno. A bote de lanza, anárquicamente, enderezaba entuertos Don Quijote.
La misma caridad es de origen militar. Lo que decía M. Montegut (Revue des Deux Mondes, 1º Marzo, 1864) hablando de nuestros místicos, de que no conocen la caridad sino de nombre, siendo para ellos virtud más bien teológica que teologal, es aserto que admite explicación. Porque hay una caridad que por compasión fisiológica, por representación simpática, nace de las entrañas del que sufre viendo sufrir, y otra más intelectiva y categórica, que brota de la indignación que produce el ver sufrir á unos mientras otros gozan; hija de ternura aquélla, de rectitud ésta. Unas veces brota el sentimiento de justicia del de caridad y otras éste de aquél.
Cuando en Las Mocedades del Cid encuentra éste al gafo se pregunta « ¿qué me debe Dios más que á ti? » y, considerando que le plugo repartir lo suyo desigualmente en los dos, no teniendo él, Rodrigo, más virtud, sino siendo tan de carne y hueso, concluye en que

Con igualdad nos podía

tratar; y así es justo darte

de lo que quitó en tu parte

para añadir en la mía.

Y por sentido de justicia, más que por ternura, y no poco acaso por hazaña, come en el mismo plato con el gafo. Caridad típica también la de aquel arrebatado y agresivo P. Las Casas, que vuelto en sí al leer un día de Pascua el capítulo 34 del Eclesiástico, se dedica á protector de los indios y más aún á violento fiscal de sus compatriotas. Y con él su orden, la que con más brío predicaba en Europa cruzadas contra los herejes, amparaba y defendía en América los pobrecitos indios, vírgenes de herejía. Caridad de ir á salvar almas desatándolas de sus cuerpos; quien bien te quiere te hará llorar. Caridad de espada y de igualdad. La misma caridad tierna y compasiva de Francisco de Asís se trueca en ardiente y belicoso ordenancismo en el español (portugués) Antonio de Padua.
« Una limosnita por amor de Dios! » piden los mendigos; se les contesta « perdone, hermano »; y ellos, si se les da, « Dios se lo pague. »
Toda ella es caridad austera y sobria, no simpatía. A otra cosa se llama sensiblería aquí.

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