II

Piden algunos ciencia y arte españoles, y este es el día en que, después de oírles despacio, no sabemos bien qué es ello... ¡se llama ciencia á tantas cosas y á tantas se llama arte! Dicen los periódicos que la ciencia dice esto ó lo otro cuando habla un hombre ¡como si la ciencia fuera un espíritu santo! Y aunque nadie si se para á pensar cree en tan grosera blasfemia, las gentes no se paran de ordinario á pensar y arraigan en la impunidad los disparates. Los más atroces, aquellos de que se apartan todos si los ven desnudos, sirven de base á razonamientos de todos, dan vida á argumentos y pseudo-razones que engendran á su vez violencias y actos de salvajismo.
A todos nos enseñan lo que es la ciencia, y lo olvidamos al tiempo mismo que lo estamos aprendiendo, en un solo acto. Olvidamos que la ciencia es algo vivo, en vías de formación siempre, con su fondo formado y eterno y su proceso de cambio.
De puro sabido se olvida que la representación del mundo no es idéntica en dos hombres, porque no son idénticos ni sus ambientes ni las formas de su espíritu, hijas de un proceso de ambientes. Pero si todas las representaciones son diferentes, todas son traducciones de un solo original, todas se reducen á unidad, que si no los hombres no se entenderían, y esa unidad fundamental de las distintas representaciones humanas es lo que hace posible el lenguaje y con éste la ciencia.
Como cada hombre, cada pueblo tiene su representación propia y en la ciencia se distingue por su preferencia á tal rama ó á tal método, pero no puede en rigor decirse que haya ciencia nacional alguna. Todo lo que se repita y vuelva á repetir el trivialísimo lugar común de que la ciencia no tiene nacionalidad, todo será poco, porque siempre se lo olvidará de puro sabido y siempre se hará ciencia para cohonestar actos de salvajismo é injusticia. ¡Cuánto no ha influido la suerte de la Alsacia y la Lorena en el cultivo de la sociología en Francia y Alemania! La obra de Malthus, ¿no tuvo como razón de ser el propinar un bálsamo á la conciencia turbada de los ricos? El proceso económico ó el político explican el proceso de sus ciencias respectivas. ¡Cuán lejos estamos de la verdadera religiosidad, de la pietas que anhelaba Lucrecio, de poder contemplarlo todo con alma serena, paccata posse omnia mente tueri!
Si hablamos de geometría alemana ó de química inglesa, decimos algo, ¡y no es poco decir algo! pero decimos más si hablarnos de filosofía germánica ó escocesa. Y decimos algo, porque la ciencia no se da nunca pura, porque la geometría y más que ella la química y muchísimo más la filosofía, llevan algo en sí de pre-científico, de sub-científico, de sobre-científico, como se quiera, de intra-científico en realidad y este algo va teñido de materia nacional. Esto en la filosofía es enorme, es el alma de esa conjunción de la ciencia con el arte, y por ello tiene tanta vida, por estar preñada de intra-filosofía. Y es que como el sonido sobre el silencio, la ciencia se asienta y vive sobre la ignorancia viva. Sobre la ignorancia viva, porque el principio de la sabiduría es saber ignorar; sobre la viva, y no sobre la muerta como quieren asentarla los que piden ciencia de proteccionismo. Y aquí tolere el lector que dejando por el pronto suspendido este oscuro cabo suelto prosiga al hilo de mis reflexiones.
La representación brota del ambiente, pero el ambiente mismo es quien le impide purificarse y elevarse. Aquí se cumple el misterio de siempre, el verdadero misterio del pecado original, la condenación de la idea al tiempo y al espacio, al cuerpo. Así vemos que el nombre, cuerpo del concepto, al que le da vida y carne, acaba por ahogarle muchas veces si no sabe redimirse. Del mismo modo la ciencia, que arrancando del conocimiento vulgar, ligado al ambiente exclusivo y nacional, empieza sirviéndose de la lengua vulgar, moriría si poco á poco no fuera redimiéndose, creando su tecnicismo según crece, haciéndose su lengua universal conforme se eleva de la concepción vulgar. A no ser por el latín, no hubiera habido filosofía escolástica en la Edad Media; al latín universal y muerto debió su cuerpo y su pecado original también.
Un conocimiento va entrando á ser científico conforme se hace más preciso y organizado, conforme va pasando de la precisión cualitativa á la cuantitativa. En un tiempo la verdadera ciencia científica era la matemática; la física ha entrado en el periodo realmente científico cuando subordinándose á la mecánica racional, se ha hecho matemática y se ha pasado de la alquimia á la química al reducir la previsión cualitativa de cambios químicos á previsión cuantitativa según peso, número y medida. Este proceso lo han descrito á las mil maravillas Whewell y Spencer. Refresque el lector sus enseñanzas, medite un rato acerca de ellas y sigamos.
A medida que la ciencia, pasando de la previsión meramente cualitativa á la cuantitava, va purificándose de la concepción vulgar, se despoja poco á poco del lenguaje vulgar, que sólo expresa cualidades, para revestirse del nacional, científico, que tiende á expresar lo cuantitativo. Los castizos nombres agua fuerte, sosa, piedra infernal, salitre, aceito de vitriolo, evocan en quien conoce esos cuerpos la imagen de un conjunto de cualidades, cuyo conocimiento es utilísimo en la vida, pero los nombres ácido nítrico, carbonato sádico, nitrato de plata, nitrato potásico, ácido sulfúrico, despiertan una idea más precisa de esos cuerpos, marcan su composición, y no ya estos nombres, las fórmulas que apenas se agarran al lenguaje vulgar por un hilillo, HNO3, NaCO3, AgNO3, KNO3, H2S0, suscitan un concepto cuantitativo de esos cuerpos. El que conoce el vinagre como C2H4O2 y el espíritu de vino como C2H5OH, sabe de estos, científicamente, más que el que sólo los conoce por el nombre vulgar y castizo. ¡Cuán preferible es la fórmula C6H4(OH)2 á este terminacho, híbrido de lengua vulgar y científica, metahidroxibencina! Ya en la distinción lingüística entre ácido sulfuroso y ácido sulfúrico iba un principio de distinción científica, pero, ¡cuanto mayor es ésta en la diferencia de fórmulas H2SO3 y H2SO4! Como el cardo corredor, asilos conceptos científicos, cuando rompen el lazo que les ataba á las raíces enterradas en el suelo en que nacieron, es cuando pueden, libres, ir á esparcir su simiente por el mundo. ¡Si todas las ciencias pudieran hacerse un álgebra universal, si pudiéramos prescindir en la economía política de esas condenadas palabras de valor, riqueza, renta, capital, etc., tan preñadas de vida, pero tan corrompidas por pecado original! Un álgebra les servirla de bautismo á la vez que extraeríamos ciencia de su fondo histórico, metafórico.
Aquí tenemos la ventaja del empleo de la lengua griega en el tecnicismo científico, que estén en griego los vocablos y que perdiendo el peso de la tradición permitan el vuelo de la idea.
¿Que esto es abogar por la fórmula y contra la idea? ¡Como si las fórmulas no tuvieran vida! ¡Como si una nube que descansa en un risco no tuviera más vida que el risco mismo! ¡Nebulosidades!... de ellas baja la lluvia fecundante, ellas llevan á que se sedimente en el valle el detritus de la roca. Cuando no se cree más que en la vida de la carne, se camina á la muerte.
¡Qué hermoso fué aquel gigantesco esfuerzo de Hegel, el último titán, para escalar el cielo! ¡Qué hermoso fué aquel trabajo hercúleo por encerrar el mundo todo en fórmalas vivas, por escribir el álgebra del universo! ¡Qué hermoso y qué fecundo! De las ruinas de aquella torre, aspiración á la ciencia absoluta, se han sacado cimientos para la ciencia positiva y sólida; de las migajas de la mesa hegeliana viven los que más la denigran. Comprendió que el mundo de la ciencia son formas enchufadas unas en otras, formas de formas y formas de estas formas en proceso inacabable, y quiso levantarnos al cenit del cielo de nuestra razón, y desde la forma suprema hacernos descender á la realidad, que iría purificándose y abriéndose á nuestros ojos, razionalizándose. Este sueño del Quijote de la filosofía ha dado alma á muchas almas, aunque le pasó lo que al barón de Münchhausen, que quería sacarse del pozo tirándose de las orejas. Tenía que hablar una lengua, lengua nacional, y el lenguaje humano es pobre para tal empresa, que era la empresa nada menos que de hacernos dioses. Fue - dicen, algunos - la revelación del satanismo (1) y luego ha venido el convertirse Nabucodonosor, que quiso ser dios, en bestia y andar hozando el suelo para extraer raíces de que a1imentarse. Esta es una atroz blasfemia en que nos detendremos más adelante.
¡Formas enchufadas unas en otras, formas de formas y formas de estas formas en proceso inacabable es el mundo de la ciencia, en que se busca lo cuantitativo de que brotan las cualidades! Pero si dentro de las formas se halla la cantidad, dentro de ésta hay una cualidad, lo intra-cuantitativo, el quid divinum. Todo tiene entrañas, todo tiene un dentro, incluso la ciencia. Las formas que vemos fuera tienen un dentro como lo tenemos nosotros y así como no sólo nos conocemos, sino que nos somos, ellas son. ¿De qué nos servirla definir el amor, si no lo sintiéramos? ¡Cómo se olvida que las cosas son, que tienen entrañas! Cuando oigo la queja de mi prójimo, que para el ojo es una forma enchufadora de otras, siento dolor en mis entrañas y á través del amor, la revelación del ser. A través del amor llegamos á las cosas con nuestro ser propio, no con la mente tan sólo, las hacemos prójimos, y de aquí brota el arte, arte que vive en todo, hasta en la ciencia, porque en el conocimiento mismo brota del ser de que es forma la mente, porque no hay luz, por fría que parezca, que no lleve chispa de calor.
Por natural instinto y por común sentido comprende todo el mundo que al decir arte castizo, arte nacional, se dice más que al decir ciencia castiza, ciencia nacional, que si cabe preguntar qué se entiende por química inglesa ó por geometría alemana, es mucho más inteligible y claro el hablar de música italiana, de pintura española, de literatura francesa. El arte parece ir más asido al ser y éste más ligado que la monte á la nacionalidad, y digo parece porque es apariencia.
El arte no puede desligarse de la lengua tanto como la ciencia ¡ojalá pudiera! Hasta la música y la pintura, que parecen ser más universales, más desligadas de todo localismo y temporalismo, lo están y no poco; su lengua no es universal, sino en cierta medida, en una medida no mayor que la de la gran literatura. El arte más algébrico, la música, es alemana ó francesa ó italiana.
En la literatura, aquí es donde la gritería es mayor, aquí es donde los proteccionistas pelean por lo castizo, aquí donde más se quiere poner vallas al campo. Dicen que nos invade la literatura francesa, que languidece y muere el teatro nacional, etc., etc. Se alzan lamentos sobre la descastación de nuestra lengua, sobre la invasión del barbarismo. Y he aquí otra palabra pecadora, corrompida. Al punto de oírla, asociamos el barbarismo al sentido corriente y vulgar de bárbaro; sin querer, inconscientemente, suponemos que hay algo de barbarie en el barbarismo, que la invasión de éstos lleva nuestra lengua á la barbarie, sin recordar - que también esto se olvida de puro sabido - que la invasión de los bárbaros fué el principio de la regeneración de la cultura europea ahogada bajo la senilidad del imperio decadente. Del mismo modo, á una invasión de atroces barbarismos debe nuestra lengua gran parte de sus progresos, v. gr., á la invasión del barbarismo krausista, que nos trajo aquel movimiento tan civilizador en España. El barbarismo será tal vez lo que preserve á nuestra lengua del salvajismo, del salvajismo á que caería en manos de los que nos quieren en la selva donde el salvaje se basta. El barbarismo produce al pronto una fiebre, como la vacuna, pero evita la viruela. Por otra parte, son barbarismos los galicismos y los germanismos actuales, y, ¿no lo eran acaso los hebraismos de Fr. Luis de León, los italianismos de Cervantes ó el sinnúmero de latinismos de nuestros clásicos? El mal no está en la invasión del barbarismo, sino en lo poco asimilativo de nuestra lengua, defecto que envanece á muchos.
El arte por fuerza ha de ser más castizo que la ciencia, pero hay un arte eterno y universal, un arte clásico, un arte sobrio en color local y temporal, un arte que sobrevivirá al olvido de los costumbristas todos. Es un arte que toma el ahora y el aquí como puntos de apoyo, cual Anteo la tierra para recobrar á su contacto fuerzas; es un arte que intensifica lo general con la sobriedad y vida de lo individual, que hace que el verbo se haga carne y habite entre nosotros. Cuando haga polvo el museo de retratos que acumulan nuestros fotógrafos, retratos que sólo los parientes interesan, que en cuanto muere el padre arranca de la pared el hijo el del abuelo para echarlo al Rastro, cuando se hagan polvo, vivirán los tipos eternos. A ese arte eterno pertenece nuestro Cervantes, que en el sublime final de su Don Quijote señala á nuestra España, á la de hoy, el camino de su regeneración en Alonso Quijano el Bueno; á ese pertenece porque de puro español llegó á una como renuncia de su españolismo, llegó al espíritu universal, al hombre que duerme dentro de todos nosotros. Y es que el hondo fruto de toda sumersión hecha con pureza de espíritu en la tradición, de todo examen de conciencia, es, cuando la gracia humana nos toca, arrancarnos á nosotros mismos, despojarnos de la carne individuante, lanzarnos de la patria chica á la humanidad.
Dejemos esto, que á ello volveremos más despacio. Volveremos á mirar el costumbrismo, el localismo y temporalismo, la invasión de las minucias fotográficas y nuestra salvación en el arte eterno. Reproduciré y comentaré aquel divino último capitulo de Don Quijote, que debe ser nuestro evangelio de regeneración nacional. No le retenga al lector de seguirme la aparente incoherencia que aquí reina, espero que al fin de la jornada vea claro el hilo, y además ¡es tan difícil y tan muerto alinear en fila lógica lo que se mueve en círculo!

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