I


Aún persiste el viejo espíritu militante ordenancista, sólo que hoy es la vida de nuestro pueblo vida de guerrero en cuartel ó la de Don Quijote retirado con el ama y la sobrina y con la vieja biblioteca tapiada por encantamiento del sabio Frestón. De cuando en cuando nos da un arrechucho é impulsos de hacer otra salida. En coyunturas tales, se toca la trompa épica, se habla teatralmente de vengar la afrenta haciendo una que sea sonada, y pasada la calentura, queda todo ello en agua de borrajas. No falta en tales ocasiones pastor de Cristo que recomiende á los ministros que le están sometidos, que llenen « con verdadero espíritu sacerdotal los deberes de su altísimo ministerio, alentando al soldado en las guerrillas »; ni comandante general que arrase viviendas y aduares por haber tomado armas los adultos de ellos. Seguirnos creyendo en nuestra valentia porque si, en las energías epilépticas improvisadas, y seguimos colgando al famoso general « No importa » no pocos méritos de lord Wellington.
A este espíritu sigue acompañando, bien que algo atenuado, aquel horror al trabajo que engendra trabajos sin cuento.
Sigue rindiéndose culto á la voluntad desnuda y apreciando á las personas por la voluntariedad del arranque. Los unos adoran al tozudo y llaman constancia á la petrificación; los otros plañen la penuria de caracteres, entendiendo por tales hombres de una pieza. Nos gobierna, ya la voluntariedad del arranque, ya el abandono fatalista.
Con la admiración y estima á la voluntad desnuda y á los actos de energía anárquica, perpetúase el férreo peso de la ley social externa, del bien parecer y de las mentiras convencionales, á que se doblegan, por mucho que so encabriten, los individuos que sin aquélla sienten falta de tierra en que asentar el pie. Nada, en este respecto, tan estúpido como la disciplina ordenancista de los partidos políticos. Tienen éstos sus « ilustres jefes», sus santones, que tienen que oficiar de pontifical en las ocasiones solemnes, sea ó no de su gusto el hacerlo, que descomulgan y confirman y expiden encíclicas y bulas; hay en ellos cismas de que resultan ortodoxias y heterodoxias; celebran concilios.
A la sobra de individualismo egoísta y excluyente acompaña falta de personalidad; la insubordinación íntima va de par con la disciplina externa; se cumple, pero no se obedece.
En esta sociedad, compuesta de camarillas que se aborrecen sin conocerse, es desconsolador el atomismo salvaje de que no se sabe salir si no es para organizarse férrea y disciplinariamente con comités, comisiones, subcomisiones, programas cuadriculados y otras zarandajas. Y como en nuestras viejas edades, acompaña á este atomismo fe en lo de arriba, en la ley externa, en el gobierno, á quien se toma ya por Dios, ya por el Demonio, las dos personas de la divinidad en que aquí cree nuestro maniqueísmo intraoficial.
Resalta y se releva más la penuria de libertad interior junto á la gran libertad exterior de que creemos disfrutar porque nadie nos la niega. Extiéndese y se dilata por toda nuestra actual sociedad española una enorme monotonía, que se resuelve en atonía, la uniformidad mate de una losa de plomo de ingente ramplonería.

Share on Twitter Share on Facebook