VI

dios es la eterna quietud, y la belleza suprema está en dios. satán es el estéril que borra eternamente sus huellas sobre el camino del tiempo.

ESTE MOMENTO EFÍMERO de nuestra vida contiene todo el pasado y todo el porvenir. Somos la eternidad, pero los sentidos nos dan una falsa ilusión de nosotros mismos y de las cosas del mundo. Velos de sombra, fuentes de error más que de conocimiento, nuestros sentidos sacan el hoy del ayer y crean la vana ilusión de todo el saber cronológico, que nos impide el goce y la visión infinita de Dios. El poeta, como el místico, ha de tener percepciones más allá del límite que marcan los sentidos, para entrever en la ficción del momento, y en el aparente rodar de las horas, la responsabilidad eterna. Acaso el don profético no sea la visión de lo venidero, sino una más perfecta visión que del momento fugaz de nuestra vida consigue el alma quebrantando sus lazos con la. carne. Este soplo de inspiración muestra la eternidad del momento y desvela el enigma de las vidas. El inspirado ha de sentir las comunicaciones del mundo invisible, para comprender el gesto en que todas las cosas se inmovilizan como en un éxtasis, y en el cual late el recuerdo de lo que fueron y el embrión de lo que han de ser. Busquemos la alusión misteriosa, y sutil, que nos estremece como un soplo y nos deja entrever, más allá del pensamiento humano, un oculto sentido. En cada día, en cada hora, en el más ligero momento, se perpetúa una alusión, eterna. Hagamos de toda nuestra vida á modo de una estrofa, donde el ritmo interior despierta las sensaciones indefinibles aniquilando el significado ideológico de las palabras.

Era yo estudiante, y un día contemplando el juego de algunos niños que danzaban como los silvanos en los frisos antiguos, peregrinó mi corazón hacia la infancia y tornó revestido de una gracia nueva. Al caminar bajo la sombra sagrada de los recuerdos, no experimenté la sensación de volver á vivir en los años lejanos, sino algo más inefable, pues comprendía que nada dé mi psiquis era abolido. Hasta entonces nunca había descubierto aquella intuición de eternidad que se me mostraba de pronto al evocar la infancia y darle actualidad en otro círculo del Tiempo. Toda la Vida pasada era como el verso lejano que revive su evocación musical al encontrar otro verso que le guarda consonancia, y sin perder el primer significado entra á completar un significado más profundo. ¡Aun en el juego bizantino de las rimas, se cumplen las leyes del Universo! Con los ojos vueltos al pasado, yo lograba romper el enigma del Tiempo. Encarnados en imágenes, veía yuxtaponerse los instantes, desgranarse los hechos de mi vida y volver uno por uno. Percibía cada momento en sí mismo como actual, sin olvidar la suma. Vivía, intensamente la hora anterior, y á la par conocía la venidera, estaba ya morando dentro de su círculo. A lo largo de los caminos por donde una vez había pasado, se hacía tangible el rastro de mi imagen viva. ¡Era el fantasma, la sombra eterna que sólo los ojos del iniciado pueden ver, y que yo vi en aquella ocasión terrible siendo estudiante en Santiago de Compostela! ¡Desde aquel día cuántos años se pasaron mirando atrás con el afán y el miedo de volver á ver mi sombra inmóvil sobre el camino andado! ¡Cuántos años hasta hoy en que el alma sabe desprenderse de la carne, y contemplar las imágenes lejanas, eternas en la luz lejana de una estrella!

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