IX.

El quietismo estético es la significacion mas expresiva de las cosas, en un nuevo entrever.

ESTE SENTIDO ASTROLÓGICO del mundo, que parece desencarnar las almas de los cuerpos, que advierte en todas las acciones un significado sobrenatural, que conoce el gesto único de cada vida y lo llena de eternidad, de responsabilidad y de misterio, estremeció mi alma de niño como un viento nocturno. Aun recuerdo la angustia de mi vida en aquel tiempo, cuando estudiaba latín bajo la férula de un clérigo aldeano. Todos los sucesos de entonces se me aparecen en luz de anochecer y en un vaho de llovizna. Nos reuníamos en la cocina: El ama, con el gato en la falda, asaba castañas, el clérigo leía su breviario, yo suspiraba sobre mi Nebrija. Llamaban á la puerta, en el regazo del ama avizorábase el gato, y entraba una vieja que acudía á la vela después de las cruces. Era ciega, ciega desde mocina, ciega de las negras viruelas. Sabía contar cuentos, y todos tenían una evocación nocturna: Cielo estrellado, sombras de árboles, viento húmedo, luces por los caminos, martas por el filo de las tejas. Entraba con un estremecimiento de frío, llena de luna y de campo. Sus cuentos nunca sucedían en el mundo de nuestros sentidos. Tenían un paisaje translúcido. Eran relatos campesinos que convertía en mitos el alma milenaria de aquella aldeana ciega, parecían grimorios imbuidos de poder cabalístico, tan religioso era el respeto que ponía en el signo de algunas palabras. Las figuras, el ondular de los ropajes, el rumor de las pisadas, el temblor de las almas, las vidas y las muertes, todo estaba lleno de taumaturgia y de misterio. Emanaba una sensación de silencio de aquellos relatos forjados de augurios, de castigos, de mediaciones providenciales, y el paisaje que los ojos de la narradora ya no podían ver, tenían la quietud de las imágenes aprisionadas en los espejos mágicos.

Antes de cegar había sido costurera, y guardaba del campo una visión de anochecido, cuando finada la tarea iba á las cruces. La iglesia, entre cipreses, tenía un atrio verde cubierto de sepulturas. Era en medio de maizales y caminos luneros. Aquel paisaje acendrado, inmovilizado, embalsamado recuerdos, era el de sus historias. Todas las cosas estaban imbuidas de un misticismo estático: Las almas en pena, las mozas ofrecidas, los robos y las muertes se mezclaban en acciones profundas y silenciosas que más parecían vistas por las estrellas del cielo que por ojos humanos. Desaparecía la idea temporal, eran acciones contempladas por una conciencia difusa, milagrera y campesina, la conciencia de un karma. Y al modo que acontece en los sueños, la lógica espiritual de las acciones quebrantaba la lógica de los cuerpos. Aquella ciega de aldea cuando contaba sus historias parecía estar mirándolas en el fondo de su alma, algunas tenían el terror trágico de los poemas primitivos, sobre otras pasaba el vuelo inocente de los ángeles. El alma de la ciega era como un caracol marino lleno de resonancias, oía las voces de cien generaciones, estaba llena del rumor de los maizales, y los cuentos que contaba parecían nacidos á lo largo de las veredas bajo el influjo de la luna. ¡Felices los ojos que ciegan después de haber visto, porque purifican su conocimiento de geometría y de cronología! Para que nuestras creaciones bellas y mortales sean divinas pautas, penetremos religiosamente bajo ese arco de luz donde todas las cosas son cerca y lejos, rotos los lazos del lugar y de la hora.

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