I.

AMOR ES, UN CÍRCULO ESTÉTICO Y TEOLOGAL, Y EL ARTE UNA DISCIPLINA PARA TRANSMIGRAR EN LA ESENCIA DE LAS COSAS Y POR SUS CAMINOS BUSCAR A DIOS.

 

EN LA ANTIGÜEDAD GRIEGA LOS AMADOS de los dioses nacían bajo la estrella de un destino funesto. La fatalidad, como un viento sagrado, los arrastraba ^agitando sus almas, sus vestiduras y sus cabellos. Era así la fatalidad un don celeste, porque las vidas convulsas de dolor son siempre amadas. Si los héroes de la tragedia se perpetúan en nuestro recuerdo con un gesto casi divino, es por el amoroso estremecimiento con que los miramos. En la exégesis teológica de la tragedia amor y dolor son como el símbolo de la vida humana y nunca van deshermanados. Amor sin dolor es una comprensión divina: Dolor sin amor un círculo de Satanás. Dentro del esoterismo de la tragedia, la fatalidad es gracia teologal, tiene algo de aliento de los dioses y pone en las pasiones humanas un sentido eterno. Las sombras de las fábulas antiguas, cubiertas de horror y de sangre, levantan sus brazos entre la niebla de los mitos, como espectros de nuestra conciencia que se busca ávidamente en todo grito de dolor y tiembla al reconocerse. Y este instinto obscuro que nos advierte cómo bajo el imperio de la fatalidad pueden mordernos todos los dolores, es al mismo tiempo una intuición estética. Aquel gesto violento y divino con que pasan ante nosotros los héroes de la tragedia, tanto nos sobrecoge de horror, cuanto promueve una onda amorosa, piadosa, gozosa, cordial. ¡Amable milagro salido del seno de la Esencia Bella!

Toda la doctrina estética es una enseñanza para amar el bien, y ninguna máxima encamina nuestra conciencia hacia este logro, como la fatalidad en las fábulas griegas. Amor y dolor son vientos de estrago que pasan sobre ellas: Está determinado en los astros el camino sangriento de las vidas, y la gloria de los claros linajes se les junta para mover á piedad los corazones. Aquellos reyes de resplandecientes armas, aquellas princesas convulsas de un terrible mal, nos conmueven con otra eficacia que las cuitas de un mendigo, porque siempre somos más llamados de la soberbia que de la humildad: Jamás olvidamos por entero nuestros fines mundanos, y aun en el amor nacido de la emoción estética vigila aquel gallo negro que simboliza el humano egoísmo en el Ritual Mágico de Cornelio Agrippa. Los lívidos héroes de las venganzas, los bermejos mancebos del amor, se revisten en nosotros y nos imbuyen su conciencia en voces desesperadas. Son figuras ululantes, violentas y carnales, pero de un sentido religioso tan profundo, que mueven al amor como los dioses, y este es el don sagrado de la fatalidad.

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