El Casino Español —floripondios, doradas lámparas, rimbombantes moldurones— estallaba rubicundo y bronco, resonante de bravatas. La Junta Directiva clausuraba una breve sesión, sin acta, con acuerdos verbales y secretos. Por los salones, al sesgo de la farra valentona, comenzaban solapados murmullos. Pronto corrió, sin recato, el complot para salir en falange y deshacer el mitin a estacazos. La charanga gachupina resoplaba un bramido patriota: Los calvos tresillistas dejaban en el platillo las puestas: Los cerriles del dominó golpeaban con las fichas y los boliches de gaseosas: Los del billar salían a los balcones blandiendo los tacos. Algunas voces tartufas de empeñistas y abarroteros, reclamaban prudencia y una escolta de gendarmes para garantía del orden. Luces y voces ponían una palpitación chula y politiquera en aquellos salones decorados con la emulación ramplona de los despachos ministeriales en la Madre Patria: De pronto la falange gachupina acudió en tumulto a los balcones. Gritos y aplausos:
—¡Viva España!
—¡Viva el General Banderas!
—¡Viva la raza latina!
—¡Viva el General Presidente!
—¡Viva Don Pelayo!
—¡Viva el Pilar de Zaragoza!
—¡Viva Don Isaac Peral!
—¡Viva el comercio honrado!
—¡Viva el Héroe de Zamalpoa!
En la calle, una tropa de caballos acuchillaba a la plebe ensabanada y negruzca, que huía sin sacar el facón del pecho.