El Vate Larrañaga, con revuelo de zopilote, negro y lacio, cruzó las aceradas filas de gendarmes y penetró bajo la cúpula de lona, estremecida por las salvas de aplausos. Aún cantaba su aria de tenor el Licenciado Sánchez Ocaña. El Vatecito, enjugándose la frente, deshecho el lazo de la china, tomó asiento, a la vera de su colega Fray Mocho: Un viejales con mugre de chupatintas, picado de viruelas y gran nariz colgante, que acogió al compañero con una bocanada vinosa:
—¡Es una pieza oratoria!
—¿Tomaste vos notas?
—¡Qué va! Es torrencial.
—¡Y no acaba!
—La tomó de muy largo.