Tirano Banderas, con olisca de rata fisgona, abandonó la rueda de lisonjeros compadres y atravesó el claustro: Al Inspector de Policía, Coronel-Licenciado López de Salamanca, acabado de llegar, hizo seña con la mano, para que le siguiese. Por el locutorio, adonde entraron todos, cruzó la momia siempre fisgando, y pasó a la celda donde solía tratar con sus agentes secretos. En la puerta saludó con una cortesía de viejo cuáquero: —Ilustre Don Celes, dispénseme no más un instante. Señor Inspector, pase a recibir órdenes.