El Señor Inspector atravesó la estancia cambiando con unos y otros guiños, mamolas y leperadas en voz baja. El General Banderas había entrado en la recámara, estaba entrando, se hallaba de espaldas, podía volverse, y todos se advertían presos en la acción de una guiñolada dramática. El Coronel-Licenciado López de Salamanca, Inspector de Policía, pasaba poco de los treinta años: Era hombre agudo, con letras universitarias y jocoso platicar: Nieto de encomenderos españoles, arrastraba una herencia sentimental y absurda de orgullo y premáticas de casta. De este heredado desprecio por el indio se nutre el mestizo criollaje dueño de la tierra, cuerpo de nobleza llamado en aquellas Repúblicas Patriciado. El Coronel Inspector entró, recobrado en su máscara de personaje:
—A la orden, mi General.
Tirano Banderas con un gesto le ordenó que dejase abierta la puerta. Luego quedó en silencio. Luego habló con escandido temoso de cada palabra:
—Diga no más. ¿Se ha celebrado el mitote de las Juventudes? ¿Qué loros hablaron?
—Abrió los discursos el Licenciado Sánchez Ocaña. Muy revolucionario.
—¿Con qué tópicos? Abrevie.
—Redención del Indio. Comunismo precolombiano. Marsellesa del mar Pacífico. Fraternidad de las razas amarillas. ¡Macanas!
—¿Qué otros loros?
—No hubo espacio para más. Sobrevino la consecuente boluca de gachupines y nacionales, dando lugar a la intervención de los gendarmes.
—¿Se han hecho arrestos?
—A Don Roque, y algún otro, los he mandado conducir a mi despacho, para tenerlos asegurados de las iras populares.
—Muy conveniente. Aun cuando antagonistas en ideas, son sujetos ameritados y vidas que deben salvaguardarse. Si arreciase la ira popular, déles alojamiento en Santa Mónica. No tema excederse. Mañana, si conviniese, pasaría yo en persona a sacarlos de la prisión y a satisfacerles con excusas personales y oficiales. Repito que no tema excederse. ¿Y qué tenemos del Honorable Cuerpo Diplomático? ¿Rememora el asunto que le tengo platicado, referente al Señor Ministro de España? Muy conviene que nos aseguremos con prendas.
—Esta misma tarde se ha realizado algún trabajo.
—Obró diligente y le felicito. Expóngame la situación.
—Se le ha dado luneta de sombra al guarango andaluz, entre buja y torero, al que dicen Currito Mi-Alma.
—Qué filiación tiene ese personaje?
—Es el niño bonito que entra y sale como perro faldero en la Legación de España. La Prensa tiene hablado con cierto choteo.
El Tirano se recogió con un gesto austero:
—Esas murmuraciones no me son plato favorecido. Adelante.
—Pues no más que a ese niño torero lo han detenido esta tarde por hallarle culpado de escándalo público. Ofrecieron alguna duda sus manifestaciones, y se procedió a un registro domiciliario.
—Sobreentendido. Adelante. ¿Resultado del registro?
—Tengo hecho inventario en esta hoja.
—Acérquese al candil y lea.
El Coronel-Licenciado comenzó a leer un poco gangoso, iniciando someramente el tono de las viejas beatas:
—Un paquete de cartas. Dos retratos con dedicatoria. Un bastón con puño de oro y cifras. Una cigarrera con cifras y corona. Un collar, dos brazaletes. Una peluca con rizos rubios, otra morena. Una caja de lunares. Dos trajes de señora. Alguna ropa interior de seda, con lazadas.
Tirano Banderas, recogido en un gesto cuáquero, fulminó su excomunión:
—¡Aberraciones repugnantes!