Tirano Banderas, terminado el despacho, salió por la arcada del claustro bajo al Jardín de los Frailes. Le seguían compadritos y edecanes:
—¡Se acabó la obligación! ¡Ahora, si les parece bien, mis amigos, vamos a divertir honestamente este rabo de tarde, en el jueguito de la rana!
Rancio y cumplimentero, invitaba para la trinca, sin perder el rostro sus vinagres, y se pasaba por la calavera el pañuelo de hierbas, propio de dómine o donado.