II

El Jardín de los Frailes, geométrica ruina de cactus y laureles, gozaba la vista del mar: Por las mornas tapias corrían amarillos lagartos: En aquel paraje estaba el juego de la rana, ya crepuscular, recién pintado de verde. El Tirano, todas las tardes esparcía su tedio en este divertimiento: Pausado y prolijo, rumiando la coca, hacía sus tiradas, y en los yerros, su boca rasgábase toda verde, con una mueca: Se mostraba muy codicioso y atento a los lances del juego, sin ser parte a distraerle las descargas de fusilería que levantaban cirrus de humo a lo lejos, por la banda de la marina. Las sentencias de muerte se cumplimentaban al ponerse el sol, y cada tarde era pasada por las armas alguna cuerda de revolucionarios. Tirano Banderas, ajeno a la fusilería, cruel y vesánico, afinaba el punto apretando la boca. Los cirrus de humo volaban sobre el mar.

—¡Rana!

El Tirano, siempre austero, vuelto a la trinca de compadres, desplegaba el pañuelo de dómine, enjugándose el cráneo pelado:

—¡Aprendan, y no se distraigan del juego con macanas!

Un vaho pesado, calor y catinga, anunciaba la proximidad de la manigua, donde el crepúsculo enciende, con las estrellas, los ojos de los jaguares.

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