LISEO: No sé yo
de qué manera disponga
mi desventura. ¡Ay de mí!
TURÍN: ¿Quieres quitarte las botas?
LISEO: No, Turín; sino la vida.
¿Hay boba tan espantosa?
TURÍN: Lástima me ha dado a mí,
considerando que ponga
en un cuerpo tan hermoso
el cielo un alma tan loca.
LISEO: Aunque estuviera casado
por poder, en causa propia
me pudiera descasar.
La ley es llana y notoria;
pues concertando mujer
con sentido, me desposan
con una bestia del campo,
con una villana tosca.
TURÍN: Luego, ¿no te casarás?
LISEO: ¡Mal haya la hacienda toda
que con tal pensión se adquiere,
que con tal censo se toma!
Demás que aquesta mujer,
si bien es hermosa y moza,
¿qué puede parir de mí
sino tigres, leones y onzas?
TURÍN: Eso es engaño, que vemos
por experiencias y historias,
mil hijos de padres sabios,
que de necios los deshonran.
LISEO: Verdad es que Cicerón
tuvo a Marco Tulio en Roma,
que era un caballo, un camello.
TURÍN: De la misma suerte consta
que de necios padres suele
salir una fénix sola.
LISEO: Turín, por lo general,
y es consecuencia forzosa,
lo semejante se engendra.
Hoy la palabra se rompa;
rásguense cartas y firmas;
que ningún tesoro compra
la libertad. Aun si fuera
Nise...
TURÍN: ¡Oh, qué bien te reportas!
Dicen que si a un hombre airado,
que colérico se arroja,
le pusiesen un espejo,
en mirando en él la sombra
que representa su cara,
se tiempla y desapasiona;
así tú, como tu gusto
miraste en su hermana hermosa
-que el gusto es cara del alma,
pues su libertad se nombra-,
luego templaste la tuya.
LISEO: Bien dices, porque ella sola
el enojo de su padre,
que, como ves, me alborota,
me puede quitar, Turín.
TURÍN: ¿Que no hay que tratar de esotra?
LISEO: Pues, ¿he de dejar la vida
por la muerte temerosa,
y por la noche enlutada
el sol que los cielos dora,
por los áspides las aves,
por las espinas las rosas,
y por un demonio un ángel?
TURÍN: Digo que razón te sobra:
que no está el gusto en el oro;
que son el oro y las horas
muy diversas.
LISEO: Desde aquí
renuncio la dama boba.
FIN DEL PRIMER ACTO DE LA «DAMA BOBA»