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Este era el primer golpe, pero estaba rudamente asestado. Y, sin embargo, debía ir seguido de otros más fuertes todavía. Pero no anticipemos los sucesos, y sometámonos a los decretos de la Providencia, como dicen los curas de nuestro país desde lo alto de su púlpito.

La guerra, pues, se había declarado a Francia, y yo, francés, me encontraba en país enemigo. Si los prusianos ignoraban que yo era soldado, esto me creaba, para conmigo mismo, una situación extremadamente penosa.

Mi deber me ordenaba dejar secreta o pública-mente a Belzingen, no importa por qué medio, y reunirme lo más pronto posible a mi regimiento, para ocupar mi puesto en las filas. Ya, no se trataba de mi licencia, ni de las seis semanas que de ella me 118

E L C A M I N O D E F R A N C I A quedaban todavía. El Real de Picardía ocupaba a Charleville, a algunas leguas solamente de la frontera francesa. Seguramente tomarla parte en los primeros encuentros. Era preciso estar allí.

Pero ¿qué sería de mi hermana, de M. de Lauranay y de Mlle. Marta? ¿No les causaría su nacionalidad dificultades y disgustos?

Los alemanes son de una raza dura, que no conoce los arreglos y las conveniencias cuándo sus pasiones se desencadenan. Por consiguiente, mi terror hubiera sido grande si hubiese visto a Irma, a Mlle. Marta y a su abuelo lanzarse solos por los caminos de la Alta y Baja Sajonia, en el momento en que los recorrían los ejércitos prusianos.

No había más que una cosa que hacer; y era que saliesen el mismo tiempo que yo; que aprovecharan mi viaje para volver a Francia en seguida y en el menor tiempo posible. Podían contar seguramente con mi fidelidad y con mi afecto.

Si M. Juan, llevando consigo a su madre, se unía a nosotros, me aprecia que hallaríamos. medio de pasar la frontera a pesar de todo.

Sin embargo, ¿tomarían este partido Mad. Keller y su hijo? a mi me parecía cosa muy sencilla. ¿No era Mad. Keller francesa de origen? ¿No lo era por 119

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ella a medias M. Juan? No podían, pues, temer que se les hiciese una mala acogida. del otro lado del Rhin cuando se les conociera. Mi opinión era, pues, que no había que dudar un Instante. Estábamos en el día 26; el matrimonio debía verificarse el 29: no había, pues, entonces ningún motivo para permanecer en Prusia, y el día siguiente podíamos ya haber abandonado el territorio. Es verdad que esperar tres días todavía era como esperar tres siglos, durante los cuales me vería precisado a pisar el freno. i Ah ¡¿Por qué M. Juan y Mlle. Marta no se habían casado ya?

Sí, sin duda, esto sería lo más conveniente; pero este matrimonio, que todos deseábamos tanto, que yo esperaba con ansiedad; este matrimonio entre un alemán y una francesa, ¿sería posible, ahora que la guerra estaba declarada entre los dos países?

Á decir verdad, yo no me atrevía a contemplar de frente la situación, y no era yo solo en comprender todo lo que tenía de grave. Por aquellos días evitábase hablar de ello entre las dos familias. Se sentía como un peso que nos agobiaba a todos. ¿Qué es lo que Iba a suceder? Ni yo ni nadie podía imaginar qué curso iban

120

E L C A M I N O D E F R A N C I A A tomar los sucesos pues no dependía de nosotros el alterar su marcha.

El 26 y el 27 no sobrevino ningún

acontecimiento nuevo. Las tropas continuaban pasando siempre. Sin embargo, yo creí notar que la policía hacía vigilar más activamente la casa de Mad.

Keller. Varias veces encontré al agente de Kallkreuth, a patas de banco. Me miraba de una manera que seguramente le hubiera valido una soberbia bofetada si esto no hubiese venido a complicar las cosas. Esta vigilancia no dejaba de inquietarme bastante. Yo era particularmente el objeto de ella, por consiguiente, no podía vivir tranquilo, y la familia Keller se hallaba en el mismo angustioso trance que yo.

Para todos era demasiado visible que Mlle..

Marta derramaba abundantes lágrimas. En cuanto a M. Juan, por lo mismo que trataba de contenerse, sufría Indudablemente mucho más. Yo le observaba con cuidado, y la veía estar de día en dio más sombrío. En nuestra presencia se callaba, y se mantenía como retirado de nosotros. Durante su visita a M. de Lauranay, parecía que se hallaba agobiado por un pensamiento que no osaba 121

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explicar, y cuando se creía que iba a decir algo, sus labios se cerraban en seguida.

El 28, por la noche, nos hallábamos reunidos, en el salón de M. de Lauranay.

M. Juan nos había rogado que asistiéramos todos. Quería, según nos dijo, hacernos una comunicación que no podía ser aplazada.

Se había comenzado por hablar de varias cosas Insignificantes; pero la conversación languidecía. Se desprendía de todos un sentimiento muy penoso, que todos también sentíamos, según lo que he podido observar, desde que supimos la declaración de guerra. En efecto: la diferencia de raza entre franceses y alemanes venía a quedar más acentuada por .aquella declaración. En el fondo, todos lo comprendíamos perfectamente; pero M. Juan se sentía más directamente herido por esta complicación deplorable.

Á pesar de que ya nos hallábamos en la víspera del matrimonio, nadie hablaba de él; y, sin embargo, si no hubiese ocurrido ningún acontecimiento, al día siguiente M. Juan Keller y Mlle. Marta hubieran debido ir al templo, entrar en él como prometidos y salir como esposos, ligados para toda la vida. Y de todo esto.... ni una palabra.

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E L C A M I N O D E F R A N C I A Entonces Mlle. Marta se levantó; se aproximó a M. Juan, que se hallaba en un rincón de la sala, y con una voz cuya emoción trataba eu. vano de ocultar, le preguntó:

-¿Qué hay?

- ¿Que, qué hay Marta? - exclamó M. Juan, con un acento tan doloroso, que me penetró hasta el corazón.

- Hablad, Juan (replicó Marta). Hablad, por penoso que sea de escuchar lo que, tengáis que decirme.

M. Juan levantó la cabeza. Parece que se sentía comprendido de antemano.

No, no olvidaré jamás los detalles de esta es.

cena, aun cuando viviese cien años.

M. Juan estaba de pie delante de Mlle. de Lauranay, una de cuyas manos tenia entre las de él; y en tal actitud, haciéndose violencia, dijo:

- Marta : en tanto que la guerra no estaba declarada entre Alemania y Francia, yo podía pensar en hacer de vos mi mujer. Hoy mi país y el vuestro van a batirse, y ahora, al solo pensamiento de arrancaros de vuestra patria, de robaros vuestra cualidad de francesa casándome con vos ...., no me atrevo. Comprendo que no tengo el derecho de 123

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hacerlo; toda mi vida seria un eterno remordimiento; vos me comprendéis bien; no, no puedo ....

¡Si se le comprendía ¡.... ¡Pobre M. Juan?.... No encontraba palabras para expresar lo que sentía; pero ¿tenia necesidad de hablar para hacerse comprender! ....

- Marta (replicó): de hoy en adelante va a haber sangre entre nosotros; sangre francesa, de la cual sois vos.

Mad. Keller, como clavada en su asiento, con los ojos bajos, no se atrevía a mirar a su hijo. Un ligero temblor de labios, la contracción de sus dedos, todo indicaba que su corazón estaba próximo a romperse.

M. de Lauranay había dejado caer su cabeza entre sus manos. Las lágrimas corrían en abun-dancia de los ojos de mi hermana.

-Aquellos, de los cuales yo soy (continuó M.

Juan), van a marchar contra Francia, contra ese país que yo amo tanto. Y ¡quién sabe si bien pronto no me verá yo obligado a reunirme! ....

No pudo acabar la frase. Su pecho estallaba, ahogado por los sollozos, que no podía contener 124

E L C A M I N O D E F R A N C I A sino con un esfuerzo sobrehumano, pues no parece bien que un hombre llore.

- Hablad, Juan (dijo Mlle. de Lauranay): hablad ahora, que todavía tengo fuerza para seguir escuchándoos.

- Marta (respondió): bien sabéis cuánto os amo; pero sois francesa, y yo no tengo el derecho da hacer de vos una alemana, una enemiga de...

- Juan (respondió Mlle. Marta) - yo también os amo, bien lo sabéis. Nada de lo que suceda en el porvenir cambiará mis sentimientos. Yo os amo, y os amaré siempre.

- ¡Marta! (exclamó Juan, que había caído a sus pies) ¡Querida Marta ¡.... Oiros hablar así, y no poder deciros: “ Si; mañana iremos al templo, mañana seréis mi mujer, y nada ni nadie nos separara ya “ .... ¡No!.... ¡es imposible! ....

- Juan (dijo M. de Lauranay): lo que parece imposible ahora ....

- No lo será más tarde (exclamó M. Juan). Si, Mlle. de Lauranay; esta guerra odiosa, acabará.

Entonces...., Marta, Yo os encontraré .... Yo podré sin remordimientos llamarme vuestro esposo. iOh, Dios mío! ¡qué desdichado soy!

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J U L I O V E R N E

Y el desgraciado, que había vuelto a ponerse en pie, se tambaleaba, casi hasta el punto de caer.

Mlle. Marta se aproximó a él, y a su lado, con una voz dulce y llena de ternura.

- Juan (añadió) : no tengo más que una cosa que deciros. En.... no importa qué tiempo; vos me volveréis a encontrar tal como hoy soy para vos. Yo comprendo el sentimiento que os inspira el deber de obrar así. Si, lo veo; hay en este momento un abismo entre nosotros; pero yo os juro ante Dios, que, si no soy vuestra, no seré tampoco de nadie jamás.

Con un movimiento irresistible, Mad. Keller había atraído hacia sí a Mlle.. Marta, y la estrechaba entre sus brazos.

- ¡Marta!.... ( le dijo.) Lo que mi hijo acaba de hacer, le coloca más alto y más digno de ti. Sí, más tarde, no en este país, de donde yo quisiera haber salido ya, sino en Francia, nos volveremos a ver, tú serás mi hija, mi verdadera hija y tú misma me perdonarás por mi hijo el que es alemán.

Mad. Keller pronunció estas palabras con una entonación tan desesperada, que M. Juan la interrumpió, precipitándose hacia ella: 126

E L C A M I N O D E F R A N C I A

- ¡Madre mía! ¡querida madre! .... (exclamó.) ¡Yo hacerte un reproche!.... ¿Soy acaso tan desnaturalizado?

- Juan (dijo entonces Mlle.. Marta) : vuestra madre, la mía.

Mad . Keller había abierto sus brazos, y los dos jóvenes se reunieron sobre su corazón. Si el matrimonio no estaba hecho para ante los hombres, puesto que las circunstancias actuales lo hacían imposible, al menos estaba hecho delante de Dios.

No había mas que tomar las últimas disposiciones para partir.

Y, en efecto, aquella misma noche quedó definitivamente decidido que saldríamos de Belzingen, de Prusia y de Alemania, donde la declaración de guerra ponía a los franceses en una situación Intolerable.

La cuestión del pleito no podía ya retener a la familia Keller. Por otra parte, no había duda alguna de que su resolución sería indefinidamente retardada, y, por consiguiente, no se podía aguardar.

Por último, re decidió en definitiva lo siguiente.

del. y Mlle. de Lauranay, mi hermana y yo, nos volveríamos a Francia. Respecto a este punto no 127

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había duda ninguna, puesto que nosotros éramos franceses.

En cuanto a Mad. Keller y su hijo, las conveniencias exigían que permaneciesen en el extranjero todo el tiempo que durase esta guerra abominable. En Francia, hubieran podido encontrar prusianos, en el caso de que nuestro país hubiera sido invadido por los ejércitos aliados. Resolvieron, pues, refugiarse en los Países Bajos, y esperarían allí el término de los acontecimientos. En lo referente a partir juntos, esto no habia que decirlo, iríamos en compañía, y no nos separaríamos hasta la frontera francesa.

Convenidos en todo esto, y necesitando hacer algunos preparativos para la marcha, fue fijado ésta para el día 2 de Julio.

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E L C A M I N O D E F R A N C I A XI

A partir de. este momento, se hizo en la situación de las dos familias una especie de punto de espera. Bocado comido no tiene gusto, romo decimos en Picardía. M. Juan y Mlle.. Marta estaban en la situación de dos esposos que se ven obligados a separarse temporalmente. La parte más peligrosa del viaje, es decir, la travesía de la Alemania, la harían juntos.

Después se separarían hasta el fin de la guerra.

No se proveía entonces que aquel fuese el principio de una larga lucha con toda la Europa, lucha prolongada por el Imperio durante una serie de años gloriosos, y que debía terminar con el triunfo y el provecho de los potencias coligadas contra Francia.

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En cuanto a mi, yo Iba en fin A. poderme reunir con mi regimiento, y esperaba llegar A tiempo para que el sargento Natalis Delpierre estuviese en su puesto cuando fuera preciso disparar los fusiles contra los soldados de Prusia o de Austria.

Los preparativos de nuestra marcha debían ser todo lo secretos posible. Importaba mucho no llamar ], atención de nadie, sobre todo de los agentes de policía.

Más valía salir de Belzingen sin que nadie se apercibiera, para evitar acaso que entorpeciesen nuestra partida, llevándonos de Herodes a Pilatos.

Yo me las prometía muy felices, pensando que ningún obstáculo vendría a entorpecer nuestra marcha. Pero contaba sin la huéspeda. Vino la huéspeda, y, sin embargo, yo no hubiera querido hospedarla, ni aun por dos florines cada noche, pues se trataba del teniente Frantz.

Ya he dicho anteriormente que la noticia del matrimonio de M. Juan Keller y de Mlle. Marta de Lauranay habia sido divulgada, a pesar de todas las precauciones que para evitarlo se tomaron. Sin embargo, no se sabia que, desde la víspera, había sido aplazado para una época más o menos lejana.

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E L C A M I N O D E F R A N C I A De aquí se dedujo que era natural que el teniente pensase que dicho matrimonio iba a ser celebrado muy próximamente, y, en consecuencia, era muy de temer que quisiese llevar a ejecución sus amenazas.

En realidad, Frantz von Grawert no tenla más que una manera de impedir o de retardar este matrimonio. Esta era provocar a M. Juan, conducirlo a un duelo, y herirle o matarle.

Pero ¿sería su odio bastante fuerte para hacerle olvidar su posición y su nacimiento, hasta el punto de condescender a batirse con M. Juan Keller?

Pues bien: en esto podía estar tranquilo, porque, si se decidía a ello, seguramente encontraría la horma de su zapato. Solamente que, en las circunstancias en que nosotros nos hallábamos, en el momento mismo de dejar el territorio prusiano, era preciso temer las consecuencias de un duelo.

Yo no podía menos de estar intranquilo cuando pensaba en esto. Se me había dicho que el teniente no se había calmado lo más minino; así es que continuamente temía de su parta un acto de violencia.

¡Qué desgracia que el regimiento de Lieb no hubiese recibido todavía la orden de salir de Belzingen! El Coronel y su hijo estarían ya lejos, del 131

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lado de Coblentza o de Magdeburgo; yo hubiera estado menos inquieto, y mi hermana también, pues ella participaba de mis temores. Diez veces lo menos por día pasaba yo por cerca del cuartel, a fin de ver si en él se preparaba algún movimiento. Al menor indicio hubiera saltado instantáneamente a mi vista. Pero hasta entonces nada indicaba una próxima partida.

Así pasó el día 19, y lo mismo el 30, sin que ocurriera nada de extraordinario.

Yo me conceptuaba feliz de pensar que ya no nos quedaban más quo veinticuatro horas de permanencia en aquel lado de la frontera.

Ya he dicho que debíamos viajar todos juntos.

Sin embargo, para no despertar sospechas, se convino en que Mad. Keller y su hijo no partirían al mismo tiempo que nosotros, sino que nos alcanzarían algunas leguas más allá de Belzingen.

Una vez fuera de las provincias prusianas, tendríamos mucho menos que temer de las maniobras de Kallkreuth y sus sabuesos.

Durante aquel día, el teniente pasó varias veces por delante de la casa de Mad. Keller. Una de ellas, hasta se detuvo, como si hubiera querido entrar a arreglar sus diferencias con alguien. a través de la 132

E L C A M I N O D E F R A N C I A celosía la vi yo sin que él se apercibiese, con los labios apretados, los puños que se abrían y cerraban como mecánicamente; en fin, todos los signos de una irritación llevada hasta el extremo. A decir verdad, abierta tenía la puerta; si hubiese entrado y preguntado por M. Juan Keller, yo no me hubiera quedado sorprendido en manera alguna.

Afortunadamente, la habitación de M. Juan tenia sus vistas por la fachada lateral, y no vio nada de estas idas y venidas.

Pero lo que aquel día no hizo el teniente, otros lo hicieron por él.

Hacia las cuatro de la tarda, un soldado del regimiento de Lieb llego a preguntar por M. Juan Keller.

Éste se encontraba solo conmigo en ¡A casa, y recibió y leyó una carta que el soldado le ¡levaba.

¡Cuál no fue su cólera cuando acabó de leerla!

¡Aquella carta era lo más insolente y provocativa que podía ser para M. Juan, é injuriosa también para M. de Lauranay! . ¡Sí el oficial von Grawert se había rebajado hasta insultar a un hombre de aquella edad!

.... Al mismo tiempo, ponía en duda el valor de Juan Keller, un semi-francés, que no debía tener más que una semi-bravura. Añadía que, si su rival no era un 133

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cobarde, se vería bien pronto en el modo de recibir a dos de los camaradas del teniente, que vendrían a visitarle aquella misma noche.

Para mí, no había duda alguna de que el teniente Frantz no ignoraba ya que M. de Lauranay se preparaba a dejar la ciudad de Belzingen, que Juan Keller debía seguirla, y sacrificaría su orgullo a su pasión, quería impedir esta partida.

Ante una injuria que se dirigía, no solamente a él, sino también a la familia de Lauranay, yo creí que no lograría tranquilizar a M. Juan.

- Natalis (me dijo con voz alterada por la có-

lera): no partiré sin haber castigado antes a este insolente. No, no saldré de aquí con esta mancha.

Es indigno el venir a insultarme en aquello que me es más querido. Yo la haré ver a ese oficial que un semi-francés, como él me llama, no retrocede ante un alemán.

Yo intenté calmar a del. Keller, haciéndola comprender las consecuencias fatales que para todos podría traer un encuentro con el teniente. Si él lo hería, seguramente habrían de sobrevenir represalias, que nos suscitarían mil embarazos ¿Y si era él el herido? ¿cómo efectuar nuestro viaje?

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E L C A M I N O D E F R A N C I A M. Juan no quiso escuchar nada. En el fondo, yo lo comprendía. La carta del teniente pasaba todos los limites de la insolencia. No; no está permitido entre caballeros escribir semejantes cosas.

¡Ah! ¡Si yo hubiese podido tomar el negocio por mi cuenta! .... ¡Qué satisfacción¡ ¡Encontrar a aquel insolente, provocarle, ponerme enfrente de él, con la espada, con el florete, con la pistola de cañón, con todo lo que él hubiera querido, y batirse hasta que uno de los dos hubiese rodado por el suelo¡Y si hubiese sido él, aseguro que yo no hubiera tenido necesidad de un pañuelo de seis cuartos para llorarle.

En fin: puesto que los dos compañeros del teniente estaban anunciados, no había más remedio que esperarlos.

Los dos vinieron a eso de las ocho de la noche.

Muy felizmente, Mad . Keller se encontraba en aquel momento de visita en casa de Y. de Lauranay.

Más valía que la pobre no supiese nada de lo que iba a pasar.

Por su porte, mi hermana Irma había salido para arreglar algunas cuentas en casa de varios comerciantes. El hecho, pues, quedaría entre M.

Juan y yo.

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Los oficiales, que eran dos tenientes, se pre-sentaron con su arrogancia natural y lo cual no me admiró. Quisieron hacer valer el hecho de que un noble, un oficial, cuando consentía en batirse con un simple comerciante ....; pero M. Juan les cortó la palabra coa su actitud, y se limitó a decir que estaba a las órdenes de M. Frantz von Grawert. Inútil era añadir nuevos insultos a los que ya contenía la carta de provocación. Ésta lo fue devuelta. a M. Juan, y bien devuelta.

Los oficiales se vieron, pues, obligados a guardarse su jactancia en el bolsillo.

Uno de ellos hizo entonces observar que convenía arreglar sin tardanza las condiciones del duelo, pues el tiempo urgía.

M. Juan respondió que aceptaba por adelantado todas las condiciones. Solamente pedía que no se mezclase ningún nombre extraño a este asunto, y que el encuentro fuese tenido todo lo más en secreto posible.

Á esto, los dos oficiales no hicieron ninguna objeción. Verdaderamente, no tenían lo mas mínimo que objetar, puesto que M. Juan les dejaba toda la libertad para elegir las condiciones.

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E L C A M I N O D E F R A N C I A Estábamos ya a 30 de Junio. El duelo fue fijado para el día siguiente, a ¡as nueva de la mañana.

Había de tener lugar en un bosquecillo que se encuentra a la izquierda, según se suba por el camino de Belzingen a Magdeburgo. Respecto a este punto, no hubo dificultad alguna.

Los dos adversarios habían de batirse a sable, y no terminaría el lance hasta que uno de ellos quedara fuera de combate.

Todo fue admitido. A todas estas proposiciones, M. Juan no respondió más que coa un signo de cabeza afirmativo.

Uno de los oficiales dijo entonces ( dando una nueva muestra de insolencia), que sin duda M. Juan se encontraría a las nueve en punto en el sitio convenido.

A lo cual M. Juan respondió quo al M. von Grawert no se hacía esperar más que él, todo podría quedar terminado a las nuevo y cuarto.

Con esta respuesta, los dos oficiales se levan-taron, saludaron bastante cortésmente, y salieron de la casa.

- ¿Conocéis el manejo del sable? - pregunté yo inmediatamente a M. Juan.

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- Sí, Natalis. Ahora ocupémonos de los testigos.

Os Supongo que seréis uno de ellos.

- Estoy a vuestras órdenes, y me siento orgulloso del honor que me hacéis. En cuanto al otro, no dejaréis de tener en Belzingen algún amigo que no rehusará prestaros este servicio.

- Sí; pero prefiero dirigirme a M. de Lauranay, el cual estoy seguro que no rehusará.

- Ciertamente que no.

- Lo que es preciso evitar, sobre todo, Natalis, es que mi madre, Marta y vuestra hermana tengan ninguna noticia de esto. Es inútil añadir nuevas inquietudes a las muchas que ya les agobian.

- Irma y vuestra madre volverán bien pronto, M.

Juan, y como ya no volverán a salir de la casa hasta mañana, me parece imposible que sepan nada.

- Cuento con ello, Natalis; y como no tenemos tiempo que perder, vamos enseguida a casa de M.

de Lauranay.

- Vamos, M. Juan: vuestro honor no podría estar en mejores manos.

Precisamente Irma y Mad. Keller, acompañadas de Mlle. de Lauranay, entraban en casa en el momento en que nosotros nos disponíamos a salir.

M. Juan dijo a su madre que un asunto nos 138

E L C A M I N O D E F R A N C I A detendría fuera de casa una hora poco más o menos, añadiendo que se trataba de terminar el ajuste de los caballos necesarios para el viaje, y que la rogaba que acompañase luego a su casa a Mlle.

Marta, en el caso de que nosotros tardáramos en volver.

Mad. Keller y mi hermana no sospecharon absolutamente nada; pero Mlle. de Lauranay había arrojado una mirada inquieta. sobre M. Juan.

Diez minutos más tarde llegábamos a casa de M.

de Lauranay. Estaba solo; por consiguiente le podíamos hablar con entera libertad.

M. Juan lo puso al corriente de todo y le enseñó la carta del teniente von Grawert. M. de Lauranay se llenó de indignación al leerla. ¡No! Juan no debía quedar bajo el golpe de semejante insulto; seguramente podía contar con él.

M. de Lauranay quiso entonces ir en casa de Mad. Keller para traerse a su nieta a su usa.

Salimos los tres juntos. Conforme bajábamos por la calle, el agente de Kallkreuth se cruzó con nosotros, y lanzó sobre mí una mirada que me.

pareció muy singular. Como venía del lado de la casa de Mad. Keller, tuve como un presentimiento 139

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de que el bribón se regocijaba de habernos hecho alguna mala partida.

Mad. Keller, Mlle. Marta y mi hermana estaban sentadas en la sala del piso bajo. Cuando entramos, parecía que se hallaban sobresaltadas. ¿Sabrían quizá alguna cosa?

- Juan (dijo Mad. Keller; toma esta carta que el agente de Kallkreuth acaba de traer para ti.

Aquella carta llevaba el sello de Ia Administración militar.

Contenía lo siguiente.

"Todos los jóvenes de origen prusiano son llamados al servicio de las armas. El nombrado Juan Keller es incorporado al regimiento de Lieb, de guarnición en Belzingen, al cual deberá incorporarse el 1º de Julio, antes de las once de la mañana".

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E L C A M I N O D E F R A N C I A XII

¡Qué golpe¡ ¡Una medida general de incorporación, tomada por el gobierno prusiano!

Juan Keller, que todavía no había cumplido veinticinco años, estaba comprendido en la inscripción, viéndose obligado a partir, a marchar, con los enemigos de Francia, sin que hubiese ningún medio de sustraerse a tal obligación.

Por otra parte, ¿no hubiera faltado a su deber?

Él era prusiano, y pensar en desertar .... ¡Eso no; jamás! Pensar en semejante cesa era imposible.

Además, para colmo de desgracias, M. Juan iba precisamente a servir en el regimiento de Lieb, mandado por el coronel von Grawert, padre del teniente Frantz, su rival, y desde aquel día su superior.

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¿Qué más hubiera podido hacer la mala suerte para agobiará la familia Keller, y con ella a todos los que lo tocaban de cerca?

Verdaderamente, era una fortuna que el matrimonio no se hubiese verificado. ¡Qué desgracia tan grande hubiera sido para M. Juan, casado de la víspera, el verse obligado a reunirse con su regimiento para ir a combatir contra los compatriotas de su mujer. Todos quedamos agobiados y silenciosos. Abundantes lágrimas corrían de los ojos de Mlle.. Mar la y de mi hermana Irma. Mad. Keller no lloraba. Su excitación era tan grande, que no hubiera podido. Su inmovilidad era la de una muerta M. Juan, con los brazos cruzados, volvía la vista enrededor suyo, irguiéndose contra su mala suerte. Yo estaba fuera de mí, y pensaba:

- Pero estas gentes que nos hacen tanto daño

¿no lo pagarán un día ú otro?

Entonces M. Juan dijo:

- Amigos míos: no modifiquéis en nada vuestros proyectos. Mañana debíais partir para Francia -, partid; no os detengáis; no permanezcáis una hora más en este país, Mi madre y yo pensábamos retirarnos a cualquier rincón de Europa, fuera de 142

E L C A M I N O D E F R A N C I A Alemania; pero hoy ya no es posible. Natalis, vos conduciréis a vuestra hermana a vuestro país.

- Juan, yo continuaré en Belzingen (respondió Irma). No abandonará a vuestra madre.

- No podéis hacer eso.

- Nosotros nos quedaremos también, - exclamó Mlle. Marta.

- No (dijo Mad. Keller, que acababa de levantarse); partid todos. Que me quede yo, bien, puesto que no tengo nada que temer de los prusianos. ¿No soy yo alemana, por ventura?

Y al decir esto, se dirigió hacia la puerta como si su contacto hubiera podido mancharnos.

- ¡Madre mía! - exclamó M. Juan, lanzándose hacia ella.

-¿Qué quieres, hijo mío?

- ¡Quiero (respondió Juan), quiero que tú también partas, quiero que los sigas a Francia, a tú país! Yo ...., yo soy soldado; mi regimiento pueda ser destinado a otro punto cualquier día; entonces te quedarías aquí sola, completamente sola, y no quiero que esto suceda.

- Me quedaré, hijo mío; me quedaré, puesto que tú no puedes acompañarme.

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- ¿Y cuando yo salga de Belzingen? - replicó M.

Juan, que había cogido a su madre por el brazo.

- Entonces te seguiré, Juan.

Esta respuesta fue dada con un tono tan resuelto, que M. Juan la miró en silencio. No era aquel el instante de discutir con Mad. Keller. Más tarde, acaso mañana, podría hablar con ella y podría conducirla a una apreciación más justa de las circunstancias. ¿Es que una mujer podía acompañar a un ejército en marcha? ¿Á qué peligros no se vería expuesta? Pero, lo repito, era preciso no contradecirla en aquel momento; ella reflexionaría y se dejaría persuadir.

Después, bajo el golpe de una emoción tan violenta, nos separamos todos.

Mad. Keller, ni siquiera había abrazado a Mlle.

Marta, a la cual una hora antes llamaba su hija.

Yo me fui triste a mi pequeña habitación, pero no me acosté : ¿cómo hubiera podido dormirme?

No pensaba en el momento de nuestra partida, y, sin embargo, era preciso que se afectuase en la fecha convenida. Todos mis pensamientos eran para Juan Keller incorporado al regimiento de Lieb, y acaso bajo las órdenes del teniente Frantz. ¡Qué escenas tan violentas se presentaban a mi imaginación!

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E L C A M I N O D E F R A N C I A

¿Cómo podría soportarlas M. Juan de parte de aquel oficial? Y, sin embargo, no tendría más remedio; seria un soldado, y no podría decir una palabra ni hacer un gesto. La terrible disciplina prusiana pasaría sobre él; esto era horrible.

-¿Soldado? No; todavía no lo es (me decía yo a mi mismo); no lo será hasta mañana, hasta que haya ocupado su puesto en las filas; hasta entonces se pertenece a si mismo.

De esta manera razonaba yo; mejor dicho, di-vagaba. Ideas como estas pasaban en tropel por mi cerebro, me veía obligado a pensar sin querer en todas estas cosas.

- Si (me repetía sin cesar); mañana a las once, cuando haya ingresado en su regimiento, será soldado; hasta entonces tiene el derecho de batirse con el teniente Frantz. Y le matará; es preciso que le mate; de lo contrario, más tarde este oficial encontrará demasiadas ocasiones para vengarse.

¡Qué noche pasé! No, no se la deseo semejante a mi peor enemigo.

Hacia las tres de la madrugada me arrojó completamente vestido en el lecho. A las cinco estaba ya levantado, y me dirigí sin hacer ruido a observar cerca de la puerta de la habitación de M.

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Juan. También él estaba levantado. Entonces contuve mi respiración y apliqué el oído.

Creí escuchar que M. Juan escribía sin duda algunas últimas disposiciones para el caso ha que el encuentro lo fuese fatal. De vez en cuando daba dos o tres paseos por la habitación; después volvía a sentirse, y la pluma volvía a arañar sobre el papel.

No se oía ningún otro ruido en b casa.

No quise incomodar a M. Juan, y me retiré mi habitación, y hacia las seis salí a la calle.

La noticia del alistamiento se había esparcido por todas partes, produciendo un efecto extraordinario. Esta medido alcanzaba a casi todos los jóvenes de la población, y, debo decirlo, según yo observó, la medida fue recibida con gran disgusto por todo el mundo. En realidad era muy dura; pues las familias no estaban preparados para ella de ninguna manera. Nadie la esperaba. En el término de algunas horas era preciso partir con la mochila a la espalda y el fusil sobre el hombro.

Yo di mil vueltas alrededor de la casa. Se había convenido que M. Juan y yo iríamos a buscar a M.

de Lauranay a las ocho, para dirigimos el punto de cita. Si M. de Lauranay hubiese venido a buscarnos, acaso hubiese podido despertar sospechas.

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E L C A M I N O D E F R A N C I A Yo esperé hasta las siete y media. M. Juan no había bajado todavía.

Por su parte, Mad. Keller no había parecido por el salón de la planta baja.

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En este momento vino Irma a buscarme - ¿Qué hace M. Juan? - la pregunté.

- No lo he visto (me respondió); y, sin embargo, no debe de haber salido. Tal ves no haréis mal en averiguar algo.

- Es inútil, Irma -, lo he oído ir y venir por su habitación.

Entonces hablamos, no de duelo, pues mi hermana debía ignorarlo también, sino de la situación tan grave que la medida de Incorporación venía a crear a M. Juan Keller. Irma estaba desesperada; y el pensar que tenía que separarse de su señora en tales circunstancias lo oprimía el corazón.

En aquel momento se sintió un ligero ruido en el piso superior. Mi hermana entró, y volvió a decirme que M. Juan estaba al lado de su madre. Yo me figuré que habría querido darle un beso, como todas las mañanas.

En su interior, era acaso el último adiós, un último beso que quería darlo.

Hacia las ocho se lo sintió bajar por la escalera.'

M. Juan se dejó ver en el umbral de la puerta.

Irma acababa de salir.

M. Juan se llegó hasta mi y me tendió la mano.

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E L C A M I N O D E F R A N C I A

- M. Juan ( le dije); ya son las ocho, y debemos estar a las nueve ....

No hizo más que un signo de cabeza, como si la hubiera costado trabajo responder.

Ya era tiempo de ir a buscar a M. de Lauranay.

Echamos la calle arriba, y apenas habíamos andado trescientos pasos, cuando un soldado del regimiento de Lieb se paró enfrente de M. Juan.

- ¿Sois vos Juan Keller?- dijo.

- ¡Sí!

- Tened, para vos.

Y la presentó una carta. ¿Quién os envía? -

pregunté.

- El teniente von Melhis.

Éste era uno de los testigos del teniente Frantz.

Sin saber por qué, un temblor recorrió todo mi cuerpo. M. Juan abrió la carta.

Decía lo siguiente:

“ Por consecuencia de nuevas circunstancias, un duelo es ya imposible entre el teniente Frantz von Grawert y el soldado Juan Keller.

R.G. von Melhis

Toda mi sangre se agolpó a mi cabeza. Un oficial no podía batirse con un soldado; ¡sea! Pero 149

J U L I O V E R N E

Juan Keller no era soldado todavía. Aún se pertenecía por algunas horas.

¡Dios de Dios!.... a mí me parece que un oficial francés no se hubiera conducido de esta suerte, Hubiera dado una satisfacción al hombre que había ofendido o insultado mortalmente. Con toda seguridad hubiera acudido al terreno.

Pero.... no quiero hablar más de esto, porque ....

diría más de lo que debo. Y, sin embargo, reflexionándolo bien, este duelo, ¿era posible?

M. Juan había desgarrado la carta, y la había arrojado al suelo con un gesto de desprecio, y de sus labios no se escapó más que esta palabra.

- ¡Miserable ¡....

Después me hizo un signo de que la siguiera, y nos volvimos lentamente a nuestra casa.

La cólera me ahogaba hasta tal punto, que me vi obligado a permanecer fuera. Hasta me marché lejos, sin saber de qué lado me dirigía. Estas complicaciones que nos reservaba el porvenir eran una obsesión de mi cerebro. De lo único de que me acordaba era de que debía ir a prevenir a M. de Lauranay que el duelo no se verificaría.

Preciso es creer que yo había perdido la noción del tiempo, pues me parecía que acababa de 150

E L C A M I N O D E F R A N C I A separarme de M. Juan, cuando, a eso de las diez me encontré enfrente de la casa de madame Keller.

M. y Mlle. de Lauranay se encontraban allí. M.

Juan se preparaba a dejarlos.

Paso por alto la escena que siguió. Yo no tendría la pluma que se necesita para contar estos detalles.-

Me contentaré con decir que Mad. Keller procuró mostrarse muy enérgica, no queriendo dar a su hijo el ejemplo de la debilidad.

Por su parte, M. Juan fue bastante dueño de si mismo para no abandonarse a la desesperación en presencia de su madre y de Mlle.. de Lauranay.

En el momento de separarse, Mlle. Marta y él se arrojaron por última vez en los brazos de Mad.

Keller. Después...., la puerta de la casa se cerró.

M. Juan había partido, convertido en soldado prusiano. ¿Llegaríamos algún día a volverle a ver?

Aquella misma noche, el regimiento de Lieb recibía orden de dirigirse a Borna, pequeña población a pocas leguas dé Belzingen, casi en la frontera del distrito de Postdam.

Yo dirá ahora que, a pesar de todas las razones que pudiese hacer valer M. de Lauranay, a pesar de todas nuestras instancias, Mad. Keller persistió en la idea de seguir a su hijo. El regimiento iba a Borna; 151

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pues ella iría a Borna también. Acerca de esto, ni el mismo M. Juan había podido obtener nada de ella.

En cuanto a nosotros, nuestra partida debía efectuarse al dio siguiente. ¡Qué escena tan des-garradora me esperaba cuando llegase el momento de que mi hermana tuviese que decir adiós a Mad.

Keller! Irma hubiera querido permanecer en Belzingen y acompañar a su señora por todas partes por donde ésta. se encontrase obligada a ir.

Y yo...., yo no hubiera tenido la fuerza suficiente para llevármela conmigo. a pesar suyo. Pero Mad.

Keller rehusó tenazmente, y mi hermana debió someterse.

Al llegar la tarda, nuestros preparativos habían terminado, y todos nos hallábamos dispuestos.

Hacía las cinco, poco más o menos, M. de Lauranay recibió la visita de Kallkreuth en persona.

El director de policía de Belzingen la notificó que sus proyectos de partida eran conocidos, y que se veía en la necesidad de darle orden de suspenderlos por el momento al menos. Era preciso esperar las medidas que el gobierno creyese conveniente tomar con relación a los franceses" que actualmente residían en Prusia. Hasta entonces, 152

E L C A M I N O D E F R A N C I A Kallkreuth no podía expedir pasaportes, sin cuyo documento todo viaje era por completo imposible.

En cuanto al nombrado Natalis Delpierre, éste ya era otra cosa. Yo...., como si dijéramos, cogido en la red. Parece que el hermano de Irma había sido denunciado, presentándole culpable del delito de espionaje, y Kallkreuth, que, por otra parte, no deseaba otra cosa que considerarle como espía, se preparaba a tratarle en consecuencia. Después de todo, ¿se habría sabido quizá que pertenecía al regimiento Real de Picardía? Para asegurar el triunfo de los imperiales, importaba mucho, sin duda, que hubiese un soldado menos en el ejército francés. En tiempo de guerra, cuanto más se disminuyen las fuerzas del enemigo, tanto mejor.

En consecuencia, aquel día fui reducido a prisión a pesar de las súplicas de mi hermana y de Mad. Keller, y .después conducido de jornada en jornada hasta Postdam, y allí, finalmente, encerrado en la ciudadela.

La rabia que se apoderó de mi no tengo necesidad de decirlo. ¡Separado de todas los personas a quienes yo quería! ¡No poder escaparme para ocupar mi puesto en la frontera en el momento en que iban a dispararse los primeros tiros!

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Pero, en fin, ¿a qué conduce extenderse mucho acerca de esto? Haré observar solamente que no se me interrogó, que se me declaró incomunicado, que no pude hablar con nadie, que durante seis semanas no tuve ninguna noticia del exterior. Pero el relato de mi cautividad me llevaría demasiado lejos. Mis amigos de Grattepanche esperarán con más gusto a que en otro ocasión se los cuente con más detalles.

Que se contenten, por el momento, con sabor que el tiempo me pareció muy largo, y que las horas transcurrían lentas como el humo en Mayo. Sin embargo, según parece, yo debía darme por muy satisfecho con que no se me juzgara, pues “mi asunto era muy claro”, según había dicho Kallkreuth. . Pero con tales augurios, ya me iba temiendo que había de estar prisionero hasta el fin de la campaña.

No ocurrió así, sin embargo. Mes y medio después, el 15 de Agosto, el comandante de la ciudadela me ponía en libertad, y se me conducía de nuevo a Belzingen, sin haber tenido quiera la atención de indicarme cuáles eran los hechos que habían motivado mi prisión.

La felicidad que experimenté cuando volví a ver a Mad. Keller, a mi hermana y a monsieur y Mlle. de 154

E L C A M I N O D E F R A N C I A Lauranay, que no habían podido salir de Belzingen, se comprenderá perfectamente, para que yo tenga necesidad de explicarla.

Como el regimiento de Lieb no había salido todavía de Borna, Mad. Keller había permanecido en Belzingen. M. Juan escribía algunas veces, indudablemente todas las que podía; y a pesar de la reserva de sus cartas, se comprendía perfectamente todo lo horrible de su situación.

Sin embargo: si bien se me había devuelto la libertad, no se me dejaba libre para permanecer en Prusia, de lo cual podéis creer con toda certeza que no pensé en quejarme.

En efecto: el gobierno había dado un decreto expulsando a los franceses del territorio prusiano.

En lo que a nosotros concernía, teníamos veinticuatro horas para salir de Belzingen y veinte días para abandonar la Alemania.

Quince días antes había aparecido el manifiesto de Brunswick, que amenazaba a Francia con la invasión de los coligados.

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