Capítulo IV LA SATISFACCIÓN DE PALMIRANO ROSETA DA MUCHO QUE PENSAR

MI cometa!.» –fueron las últimas palabras que había pronunciado el profesor.

Luego miró a sus oyentes, arrugando el entrecejo como si alguno de ellos hubiera pensado en disputarle sus derechos de propiedad sobre Galia. Quizá se preguntaba con qué derecho se habían instalado en su domicilio los intrusos que le rodeaban.

El capitán Servadac, el conde Timascheff y el teniente Procopio guardaban silencio.

Sabían, al fin, la verdad a la que se habían aproximado tanto, como el lector recordará si tiene presentes las hipótesis sucesivamente admitidas después de maduras discusiones; al principio, cambio del eje de rotación de la Tierra y modificación de los dos puntos cardinales; luego, fragmento desprendido del esferoide terrestre y lanzado al espacio; y, por último, cometa desconocido que, después de rozar la Tierra, había desprendido de ella algunas partículas llevándolas consigo al mundo sideral.

Lo pasado ya se conocía; lo presente estaba viéndose. ¿Cómo sería lo porvenir? ¿Lo había presentido aquel sabio original? Héctor Servadac y sus compañeros no se atrevían a preguntárselo.

Palmirano Roseta, con el tono y los ademanes de profesor, parecía esperar que los oyentes, congregados en la sala común, le fueran presentados.

Héctor Servadac, para no herir la susceptibilidad del malhumorado astrónomo, procedió a este requisito.

–El señor conde Timascheff –dijo presentando a su compañero.

–Bien venido, señor conde –respondió Palmirano Roseta, con la amabilidad de un amo de casa, poseído de su importancia.

–Señor profesor –dijo el conde Timascheff–, no he venido a este cometa por voluntad propia; pero no por eso agradezco menos la generosa hospitalidad con que usted me recibe Héctor Servadac, para quien no pasó inadvertida la ironía de la respuesta, se sonrió diciendo:

–El teniente Procopio, comandante de la goleta Dobryna, en la que hemos dado la vuelta al mundo galiano.

–¿La vuelta? –exclamó vivamente el profesor.

–La vuelta exacta –respondió el capitán Servadac. Después agregó:

–Ben-Zuf, mi ordenanza…

–Edecán del gobernador general de Galia –se apresuró a rectificar Ben-Zuf, que no quería que le disputaran su empleo ni el de su capitán.

Y uno tras otro fueron igualmente presentados los marineros rusos, los españoles, el joven Pablo y la pequeña Nina, a quienes el profesor miró por debajo de sus formidables anteojos como hombre a quien no agradan los niños.

Isaac Hakhabut se presentó él mismo diciendo:

–Señor astrónomo, una pregunta, una sola, pero que tiene para mí suma importancia:

¿cuándo podremos volver a la Tierra?

–¡Eh! –respondió el profesor–. ¿Quién habla de volver cuando no hemos hecho más que salir de ella?

Terminadas las presentaciones oficiales, Héctor Servadac rogó a Palmirano Roseta que les refiera su historia, y el profesor, sorprendido quizás en un momento de buen humor, se prestó a ello.

He aquí, en resumen, lo que dijo: Deseando comprobar el Gobierno francés la medida del arco levantado sobre el meridiano de París, nombró para ello una comisión científica, de la que, a causa de su carácter insociable, fue excluido Palmirano Roseta. Furioso el profesor por este desaire, resolvió trabajar por su cuenta, v, pretendiendo que las primeras operaciones geodésicas contenían muchas inexactitudes, decidió medir nuevamente la red que había unido a Formentera con el litoral español por un triángulo, uno de cuyos lados era de cuarenta leguas. Tratábase pues, de ejecutar la misma operación que Arago y Biot habían practicado antes que él con notable exactitud.

»Con este propósito salió de París, se trasladó a las Baleares, instaló su observatorio en la cima más alta de la isla de Formentera y se dispuso a vivir como ermitaño con su criado José, mientras uno de sus antiguos ayudantes, a quien había llevado consigo, se ocupaba en colocar en uno de los montes de la costa de España un reverbero que pudiera verse con los anteojos desde Formentera. Algunos libros, instrumentos de observación y víveres para dos meses, componían todo su material, además del anteojo astronómico, de) que Palmirano Roseta no se separaba y que parecía formar parte de su persona.

»El antiguo profesor del Colegio Carlomagno tenía la pasión de contemplar las profundidades del cielo, con la esperanza de hacer algún descubrimiento que inmortalizara su nombre. Esta era su principal manía.

»El trabajo de Palmirano Roseta exigía, ante todo, gran paciencia, pero ésta era una virtud que él poseía en el más alto grado. Tenía que observar todas las noches el fanal que su ayudante encendía en el litoral del continente español, a fin de fijar el vértice de su triángulo, y no había olvidado que en estas condiciones habían transcurrido sesenta y un días antes que Arago y Biot hubieran logrado este objeto. Por desgracia, como hemos dicho, una espesa niebla, de extraordinaria intensidad, envolvía aquella parte de Europa y casi todo el globo. Precisamente en aquellos parajes de las islas Baleares, desgarróse varias veces la niebla, y Palmirano Roseta vigilaba por esto mismo con el mayor cuidado, lo que no era obstáculo para que mirase interrogativamente el firmamento, porque a la sazón se ocupaba en revisar con gran cuidado la carta de la parte del cielo en que brillaba la constelación de Géminis.

»Esta constelación, a simple vista, presenta a lo sumo seis estrellas; pero mirada por un telescopio de veintisiete centímetros de abertura, pueden verse en ella más de seis mil Como Palmirano Roseta carecía de un reflector de tanta potencia, se servía de un anteojo astronómico.

»Sin embargo, cierto día, examinando las profundidades celestes en la constelación de Géminis, creyó distinguir un punto brillante, no señalado en ninguna carta. Era, sin duda, una estrella, que no estaba incluida en el catálogo; pero observándola con atención durante

algunas noches, vio que el astro cambiaba rápidamente de sitio, con relación a las otras estrellas fijas. ¿Era un nuevo planeta que Dios le enviaba? ¿Había hecho él al fin un descubrimiento?

«Redoblada su atención, convencióse de que aquel astro era un cometa, a juzgar por la celeridad con que se movía. Poco tiempo después logró ver la nebulosidad y más tarde la cola, que se desarrolló cuando el cometa estuvo a treinta millones de leguas del Sol.

»Desde aquel momento no volvió a pensar Palmirano Roseta en el gran triángulo, y, aunque su ayudante encendía todas las noches el fanal en la península ibérica, no miraba ya en aquella dirección. Toda su atención estaba reconcentrada en el nuevo astro cabelludo, que deseaba estudiar y bautizar con algún nombre. Vivía únicamente en aquel rincón del cielo circunscrito por la constelación de Géminis.

»Para calcular los elementos de un cometa, se comienza siempre por suponerle una órbita parabólica. Es la mejor manera de proceder, porque los cometas se muestran generalmente en las inmediaciones de su perihelio o, lo que es lo mismo, en su más corta distancia del Sol, que ocupa uno de los focos de la órbita. Ahora bien, entre la elipse y la parábola, que tienen un foco común, la diferencia no es sensible en esta parte de las curvas, porque parábola no es sino una elipse de eje infinito.

«Palmirano Roseta fundamentó sus cálculos en la hipótesis de una curva parabólica, y estuvo acertado al hacerlo así, porque de igual manera que para determinar un círculo es necesario conocer tres puntos de su circunferencia, para determinar los elementos de un cometa se precisa observar sucesivamente tres posiciones diferentes. Entonces hay posibilidad de trazar el camino que el astro ha de seguir en el espacio y establecer lo que se llama sus efemérides.

»Palmirano Roseta no se limitó a observar tres posiciones, sino que, utilizando una abertura excepcional que hizo la niebla en su cenit, fijó diez, veinte, treinta en ascensión recta y en declinación, logrando obtener con toda exactitud los cinco elementos del nuevo cometa, que avanzaba con espeluznante rapidez, es decir:

»1.° La inclinación de la órbita cometaria sobre la eclíptica, o, lo que es lo mismo, sobre el plano que contiene la curva de traslación de la Tierra alrededor del Sol. El ángulo que por lo general forman estos planos entre sí, es bastante considerable, lo que, como se sabe, disminuye las probabilidades de un encuentro; pero, en el caso de que se trata, los dos planos coincidían.

»2.° La fijación del nudo ascendente del cometa, esto es, longitud sobre la eclíptica, o sea el punto en que la órbita terrestre era cortada por el astro cabelludo.

»Obtenidos estos dos primeros elementos, quedaba fijada la posición del plano de la órbita cometaria en el espacio.

»3.° La dirección del eje mayor de la órbita, que fue obtenida mediante el cálculo de la longitud del perihelio del cometa y, por consiguiente, de la situación de la curva parabólica en el plano ya determinado.

»4.° La distancia perihélica del cometa, o, lo que es lo mismo, la distancia que lo separa del Sol al pasar por su punto más próximo, cálculo que en último resultado le dio con toda exactitud la forma de la órbita parabólica, puesto que tenía necesariamente el Sol

en su foco.

»5.° Por último, la dirección del movimiento del cometa, movimiento que resultó retrógrado con relación al de los planetas, esto es, que se movía de Oriente a Occidente,

«Conocidos estos cinco elementos, determinó la fecha en que el cometa había de pasar por su perihelio y con grande regocijo adquirió la convicción de que era un cometa desconocido y le dio el nombre de Galio., aunque después de vacilar entre Palmira y Roseta, y empezó a redactar su informe.

«¿Había apreciado el profesor la posibilidad de que Galia chocara con la Tierra?

»Sí, y no sólo la posibilidad sino también la certeza.

«Decir que el alma del profesor se inundó de júbilo al adquirir esta certeza sería quedarnos a gran distancia de la verdad. Fue un verdadero delirio astronómico el que experimentó.

»–Sí –se dijo a sí mismo–, la Tierra chocará con el cometa en la noche del 31 de diciembre al 1.° de enero, y el choque será terrible, puesto que los dos astros marchan en sentido inverso.

«Cualquier otro se habría asustado y abandonado inmediatamente Formentera; pero Palmirano Roseta no solamente no abandonó la isla sino que no reveló a nadie su descubrimiento. Los periódicos le habían informado de que espesas brumas imposibilitaban toda clase de observaciones en ambos continentes; y, como ningún observatorio había señalado el nuevo cometa, creyó fundadamente que sólo él lo había descubierto en el espacio.

«Y así fue en realidad, circunstancia que evitó al resto de los habitantes de la Tierra el inmenso pánico que seguramente se habría apoderado de ellos si hubieran presentido el peligro que les amenazaba.

«Palmirano Roseta, por consiguiente, fue el único que supo que tenían que chocar la Tierra y el cometa que el cielo de las Baleares le había dejado ver, mientras que en todos los demás puntos del globo fue inadvertido por los astrónomos.

«Quedóse, pues, en Formentera para esperar allí que el astro cabelludo chocara con la tierra, lo que, según sus cálculos, debía ocurrir en el Sur de Argel, espectáculo curioso que él deseaba presenciar.

«Prodújose, en efecto, el choque, y Palmirano Roseta quedó instantáneamente separado de su criado José, de manera que, cuando volvió en si, después de un largo desmayo, encontróse solo en un islote que era cuanto quedaba del archipiélago de las Baleares.»

Esta fue la historia que refirió el profesor, lanzando muchas interjecciones y arrugando frecuentemente el entrecejo, a pesar de la actitud complaciente de su auditorio. Por último, dijo:

–Ha habido modificaciones importantes: variación de los puntos cardinales, disminución de la fuerza de gravedad y otras, pero, al advertirlas, no he pensado como ustedes que me encontraba aún en el esferoide terrestre. ¡No! La Tierra continúa

gravitando por el espacio acompañada de su Luna, que no la ha abandonado, y sigue su órbita normal sin que el choque la haya trastornado. No ha sufrido más que un leve rozamiento por parte del cometa y sólo ha perdido algunas partes insignificantes que son las que ustedes han encontrado. Todo ha pasado, pues, de la mejor manera posible y no tenemos de qué quejarnos, porque podríamos haber sido aplastados en el choque del cometa o éste haber quedado incrustado en la Tierra, en cuyo caso no tendríamos la suerte de peregrinar ahora a través del mundo solar.

Palmirano Roseta decía esto con júbilo tan manifiesto que no era posible tratar de contradecirle. Sólo el torpe Ben-Zuf se atrevió a emitir la opinión de que si el cometa en vez de chocar con un punto de África hubiera chocado con la montaña de Montmartre, esta montaña habría seguramente resistido, y entonces…

–¡Montmartre! –exclamó Palmirano Roseta–. El cerro de Montmartre habría quedado reducido a polvo como un hormiguero que es.

–¡Hormiguero! –exclamó a su vez Ben-Zuf herido en lo más vivo–. Mi montaña hubiera cogido al vuelo a este cometilla y se lo habría puesto por gorro como un quepis.

Héctor Servadac, para poner término a aquella inoportuna discusión, mandó callar a Ben-Zuf, explicando al profesor las ideas singulares que tenía el soldado respecto a la solidez del cerro de Montmartre.

Terminó este incidente por orden superior; pero el ordenanza no perdonó jamás a Palmirano Roseta el tono despreciativo con que había hablado del lugar de su nacimiento.

Palmirano Roseta después del choque de la Tierra con el cometa, había continuado haciendo observaciones astronómicas. ¿Y cuáles eran los resultados en lo relativo al porvenir del cometa? Esto era lo que importaba saber.

El teniente Procopio, con toda la prudencia y precaución que exigía el temperamento gruñón del profesor, preguntó al profesor si había calculado qué camino seguía Galia por el espacio y cuánto tardaría en efectuar su revolución alrededor del Sol.

–Sí, señor –dijo Palmirano Roseta–; había determinado el camino de mi cometa antes del choque; pero he tenido que comenzar de nuevo mis cálculos.

–¿Y por qué, señor profesor? –preguntó el teniente Procopio, asombrado de la respuesta.

–Porque si la órbita terrestre no ha sido modificada por el encuentro no ha ocurrido lo mismo a la órbita galiana.

–¿Ha sufrido algún cambio a causa del choque?

–Me atrevo a afirmarlo categóricamente –respondió Palmirano Roseta–, porque las observaciones que he hecho después de la colisión son de gran exactitud.

–¿Y no ha obtenido usted los elementos de la nueva órbita? –se apresuró a preguntar el teniente Procopio.

–Sí –respondió resueltamente Palmirano Roseta.

–¿Entonces sabe usted…?

–Diré a usted lo que sé: Sé que Galia ha chocado con la Tierra pasando en su nudo ascendente a las dos, cuarenta y siete minutos y cinco segundos y seis décimas de la mañana, en la noche del 31 de diciembre al 1.” de enero; que el 10 de enero cortó la órbita de Venus; que pasó por su perihelio el 15 de enero; que cortó nuevamente la órbita de Venus; que atravesó su nudo descendente en 1.” de febrero; que cruzó el 13 la órbita de Marte; que entró en la zona de los planetas telescópicos el 10 de marzo; que se apoderó de Nerina que se ha convertido en su satélite…

–Conocemos todas estas circunstancias, querido profesor –dijo Héctor Servadac–, porque hemos tenido la suerte de recoger las noticias que usted envió, porque creemos que eran de usted los documentos que hemos hallado, aunque carecían de firma y no expresaban lugar de origen.

–¡Eh! ¡Quién podía dudar que las noticias eran mías –exclamó con soberbia el profesor–, puesto que las he arrojado por centenares al mar! ¿Quién podía dudar que fueran de Palmirano Roseta?

–¡Imposible! –respondió con gravedad el conde Timascheff.

El astrónomo no había respondido a la pregunta que se le había hecho relativa al porvenir de Galia, y aún parecía que deseaba evitar el responder directamente. El teniente Procopio disponíase a repetir su pregunta más categóricamente cuando Héctor Servadac, creyendo que era preferible no estrechar demasiado a aquel ente original, le dijo:

–Y dígame usted, querido profesor, ¿quiere explicarme cómo nos hemos salvado después de un choque tan formidable?

–Eso es muy claro.

–¿Y cree usted que, exceptuando la pérdida de algunas leguas cuadradas de territorio, la Tierra no ha sufrido otros perjuicios y que su eje de rotación no ha variado de pronto?

–Así lo creo, capitán Servadac –respondió Palmirano Roseta–, y le explicaré las razones que tengo para opinar de este modo. La Tierra marchaba en aquel momento con una celeridad de veintiocho mil ochocientas leguas cuadradas, y Galia con una celeridad de cincuenta y siete mil leguas, o, lo que es lo mismo, como si un tren que corriera a una velocidad de ochenta y seis mil leguas, se precipitara contra un obstáculo. Lo que ha debido ser el choque, ustedes pueden juzgarlo. El cometa, cuyo núcleo está compuesto de una sustancia muy dura, ha hecho lo que haría una bala disparada de cerca al través de un cristal; ha atravesado la Tierra sin romperla ni rasgarla.

–Es cierto –respondió Héctor Servadac–; las cosas han ocurrido de esa manera sin duda alguna.

–Sí, así han ocurrido –repuso el profesor en tono afirmativo–, y tanto más, cuanto que el globo terrestre sólo ha sido tocado en sentido oblicuo. Si Galia hubiera caído de un modo normal sobre él, habría penetrado profundamente en su masa, ocasionando graves desastres y habría aplastado el cerro de Montmartre si ese cerro se hubiera encontrado a su paso.

–¡Señor profesor! –exclamó Ben-Zuf directamente atacado sin que hubiera mediado provocación.

–¡Silencio, Ben-Zuf! –ordenó el capitán Servadac.

En aquel momento Isaac Hakhabut, convencido quizá de la realidad de los hechos, aproximóse a Palmirano Roseta y, en tono que revelaba gran inquietud, le preguntó:

–Señor profesor, ¿volveremos a la Tierra? En caso afirmativo, ¿cuándo volveremos?

–¿Tiene usted mucha prisa? –preguntó Palmirano Roseta.

–La pregunta que este judío ha dirigido a usted, señor profesor –dijo el teniente Procopio–, deseo yo formularla más científicamente.

–Pues formúlela.

–¿Dice usted que se ha modificado la antigua órbita de Galia?

–Sin duda alguna.

–La nueva órbita, la nueva curva que sigue el cometa, ¿es hiperbólica? Porque esto lo llevaría a distancias infinitas por el mundo sideral sin esperanza de vuelta.

–No –respondió Palmirano Roseta.

–¿Es, entonces, elíptica?

–Elíptica.

–¿Y coincide todavía su plano con el de la órbita terrestre?

–En absoluto.

–Galia, ¿es, pues, un cometa periódico?

–Sí, y de corto período, porque sólo emplea dos años en efectuar su revolución alrededor del Sol, teniendo en cuenta las perturbaciones que puedan causarle Júpiter, Saturno y Marte.

–En ese caso –exclamó el teniente Procopio–, según todas las probabilidades, dos años después del choque, el cometa volverá a encontrar a la Tierra en el punto mismo en que la ha encontrado ya.

–Es de temer que ocurra eso.

–¿De temer? –exclamó el capitán Servadac.

–Sí, señores –respondió Roseta golpeando el suelo con los pies–; es de temer, porque nos encontramos bien donde estamos, y no hace falta alguna que Galia vuelva jamás a la Tierra.

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