Escena X

TERESA y ROQUE en la casa; FERNANDO fuera. ROQUE aparece en el umbral, donde se detiene, apoyándose en el marco de la puerta. Cada vez anda con más dificultad. Dará muestras de gran fatiga, postración sombría, más furor, pero más ciego, incoherente y de difícil expresión.

ROQUE.

¿Con quién hablabas?

TERESA.

Sola; con tus injurias.

ROQUE.

No te entiendo… no veo… Tengo aquí plomo (En la cabeza), y aquí cien perros de presa. (En el pie herido).

TERESA.

Déjame ver…

ROQUE.

¡No te acerques! ¿Qué buscaba yo? ¡Ah!… ¡No sé! (Furioso). ¡Sí sé! Buscaba… a ése; a ese con quien hablabas. ¡Era tu don Fernando! Luego no mentía el Chinto. Él le vio en la sombra; en el sendero de la Foz, dijo… venía aquí… ¡Mala mujer!, ¿dónde le escondes? Que salga ese cobarde, ese burgués maldito, que no cree, ¡como ninguno cree!, en la honra de los pobres. ¡Claro! Por eso se atreven con nuestras hijas, con nuestras mujeres. «¡Como tienen hambre, no tendrán vergüenza!». ¡Oh!, que salga el tuyo y verá si muere, si paga por todos. (TERESA habrá estado sacando del armario un vendaje). ¿Dónde estás? ¿No me oyes?

TERESA.

Sí; aquí…

ROQUE.

¡Contesta, discúlpate, miserable! ¡Pero no te acerques! Fuera pamemas, no quiero tus cuidados; que venga mi hermana; que me cure ella; a ti te aborrezco.

(TERESA insiste en acercarse inclinada para ver la herida de ROQUE. FERNANDO observa, por la ventana entreabierta, con ansiedad. Durante toda esta parte de la escena en que no habla, el actor suplirá con la sobria acción oportuna las palabras que serían inútiles, pues está solo en la calle. Al principio habrá intentado mantenerse en la puerta, para entrar en caso de apuro, pero notará que está cerrada por dentro; mostrará contrariedad, cólera, y se acercará a la ventana, desde la cual seguirá el diálogo de dentro con la expresión y gestos que el actor juzgue del caso).

TERESA.

¡Déjame curarte, Roque! ¡Sangras!

(TERESA se arrodilla con una pierna, y así, avanza hacia ROQUE como pretendiendo cogerle el pie herido. Procura ROQUE retirarlo, retrocediendo algo, y esquiva a TERESA y llega a amenazarla con la lámpara de minero).

ROQUE.

¡No te acerques, causa de mi desgracia, de mi esclavitud, de mi deshonra… servil… criada villana, beata hipócrita!… ¡No te acerques, o te mato!… ¡Quita!

(Rechaza a TERESA con la mano que empuña la lámpara, y hiere con ella en la frente a su mujer. Brota sangre de la herida. Grito de dolor y espanto de TERESA, que retrocede hacia la ventana, aturdida).

TERESA.

¡Ay de mí!

FERNANDO.

¡Cobarde! ¡Miserable!

(Desde fuera, metiendo los puños crispados entre las rejas de la ventana. TERESA, que había llevado las manos a la frente, encogida, se yergue, se lanza a la ventana y la cierra de golpe; se coloca de espaldas a ella como antes hizo en la puerta. FERNANDO mostrará la ansiedad de su situación, sin osar revelar su presencia; todas sus potencias, en adivinar lo que pasa dentro y no puede ver; pero sin distraer la atención del público, que debe concentrarse en la casa).

ROQUE.

(Cree que fue TERESA quien habló; esto ha de hacerlo más verosímil el actor por el modo de su acción, y mostrando el progreso del mal en ROQUE, próximo al colapso). ¡Gracias al diablo que contestas! Mas, quiero eso, eso… ¡Así aplastaré en tu persona las malditas ideas de servidumbre que te enseñó la tunanta de tu ama… la que me endosó esta pécora!… ¡Oh!, ¿qué es esto? ¡Me ahogo!… ¡Teresa!… ¡Ven, Teresa! ¡Yo estoy loco! ¡Aquí fuego… y plomo!… ¡Plomo! ¡Cómo pesan estos burgueses!, ¡pesan sobre mi honra… aquí… encima del cráneo!… ¡Teresa!… ¡Mi Palmira!… ¡Rita!… ¡Madre!… ¡Teresa!… (Se desploma y cae al suelo, de espaldas, en cruz).

TERESA.

¡Roque!… ¡Roque! (Se lanza a él; le sujeta la cabeza, que apoya en sus rodillas). ¡Ya acabó todo!… ¡Ya pasó la tormenta! Pero ¡cómo pasa!… ¡cómo acaba! Y hoy más feroz que nunca… Salió sin cenar, excitado; y allá, ese Chinto infame… ¡Ah! Pero no; no será nada. Será lo de siempre: el pasmo de siempre. ¡Triste veneno te dan esos malditos! ¡Pago yo, pagas tú, todos! ¡Santa madre de Dios!… ¡qué vida!… ¡qué vida! ¡Ah, miseria! ¡Mal haya! (Voz de lágrimas). ¡Todo es la miseria! (Inclina la frente sobre el pecho de ROQUE, cuya cabeza ha dejado suavemente en tierra). Pero ahora, ¿cómo le levanto de aquí?… ¿Cómo le llevo a la cama… yo sola? No puedo con él. ¡Despertar a Rita… no! Dios hace que duerman siempre como piedras. No saben nada de estas cosas… Rita sí. Algo sabe; pero calla: teme avergonzarme. Hoy no; hoy no ha oído nada. Hoy duerme ella como éste, como el hierro.

FERNANDO.

(Ha notado el silencio del interior; crece su impaciencia: procura violentar la puerta; llama suavemente, y dice). ¡Teresa!… ¡Teresa! ¡Por compasión!… ¿Qué sucede? ¡No puedo más! ¡Abre, o salto la puerta!

TERESA.

¡Ah! ¡Don Fernando! Infeliz; lo que habrá padecido… Sí; le abro… Ahora no importa. ¡Que me ayude primero… y después que marche y que en la vida vuelva! (Abre a FERNANDO).

FERNANDO.

¿Qué es esto? ¡Mi Teresa! ¿Ese hombre? (TERESA extiende una mano hacia ROQUE). ¡Ah!, sí. Ya veo. Al fin, como un leño. Sus vicios hacen justicia a sus crímenes.

TERESA.

¡Silencio! ¡Es mi marido!… ¡Y es un hambriento! (Se acerca a ROQUE como amparándole). Ahora, está así, porque el hambre, el despecho, el afán, el miedo a la miseria… y los que venden veneno a los pobres en aguardiente y en papeles… le echaron ahí como un saco. Pero otras veces estuvo igual, sin dar pie ni mano… porque el gas de la mina le arrojó contra una peña. Y siempre viene a ser lo mismo. ¡Todo es hambre! La suya y la nuestra, que se le sube a la cabeza con el engaño de la traidora bebida…

FERNANDO.

Pero tú, tú… ¿por qué has de sufrir?… Yo no lo sufro. Esto se acabó para siempre. ¡No me exijas más! He padecido en estos momentos, más que en toda mi vida. Por ti… he sido un miserable… ¡Tuve que hacer… lo que haría un cobarde! ¡Oh, rabia!

TERESA.

No. Tampoco ha de insultarse a sí propio. (Sombría). Nadie tiene la culpa de nada. Ahora, a lo que importa. Voy a sacar el jergón de este infeliz. Si le metiera en la cueva en que dormimos, se ahogaría. Hoy descansará aquí fuera. Me ayudará usted, señorito… Aguarde un momento. (TERESA entra por la puerta segunda de la derecha. En tanto FERNANDO se sienta lejos de ROQUE y oculta la cabeza entre las manos). ¡Señorito, ánimo, ea! (Sale arrastrando un jergón). Ayude, y van dos; usted por la cabeza… yo por los pies para que no se lastime. (Colocan a ROQUE sobre el jergón en la misma postura que tenía en tierra). No hay miedo, no; ahora no despierta. Mañana el pobre Roque no se acordará casi de nada. Algo le picará en la conciencia, pero eso se le quita poco a poco sudando en la mina. Si éstos son pecados, harto los purga allá dentro. (Se arrodilla para curar la herida a ROQUE).

FERNANDO.

(Acercándose por detrás a TERESA). Pero tú le perdonas… pero tú olvidas… ¡Oh!, ¡esta sangre! (Al ver que le resbala a TERESA por la frente al inclinarse).

TERESA.

Es la suya…

FERNANDO.

¡No! Es tuya…

TERESA.

Suya o mía… no importa; ¡es sangre nuestra!

FERNANDO.

¿Y no aborreces esta vida? ¿No desprecias y maldices al bárbaro y cruel que te maltrata? (TERESA se pone en pie).

TERESA.

¡Despreciar! ¡Aborrecer! ¿Con qué derecho? Como su pan; duermo en su cama. Él me ampara contra todos. Me aguanta, le aguanto; ésta es la vida. Lo que usted ve ahí… no es lo que yo veo. ¡Ay, señorito! Usted que es tan sabio, que ahora estudia a los pobres… nunca comprenderá lo que es el miserable. Yo lo sé, porque soy carne suya, y donde le duele, me duele. Como le ayudo a lavarse el cuerpo, que parece de diablo, cuando sale negro o encendido de la mina, con el pensamiento le lavo el alma, y se la veo limpia, con cara de domingo; enferma no más del hambre que taladra el cuerpo, y llega a los corazones. ¡Y basta! Y ahora váyase, que aunque duermen como piedras, por milagro podrían despertar Rita o Palmira, y oírle; y ya es tarde, muy tarde… ¡Oh, qué noche! (Se siente desfallecer, y cae sentada cerca de ROQUE).

FERNANDO.

(Se acerca por detrás; se inclina, y le dice al oído). De todos te acuerdas… menos de mí… y de ti…

TERESA.

¡Basta, don Fernando! ¡Que adiós le digo!

FERNANDO.

Y lo que yo he sufrido y sufro… ¿no es nada?

TERESA.

Dios se lo pague, pero hizo lo que debía.

FERNANDO.

Pero fue terrible sacrificio. No importa. Todo está bien. Pero págamelo. ¡Teresa, yo no puedo marchar así! Teresa… sígueme; ven conmigo. Haz algo tú por mí, ven… que yo no puedo dejarte en esta vida de infierno.

TERESA.

Ésta es vida de purgatorio; de infierno, sería esa otra.

FERNANDO.

Llevaremos a tu hija… duerme; sin despertarla. Tal vez podríamos llevar la…

TERESA.

Sí, eso. Robárselo todo. Pero por mucho que le robáramos, no le robaríamos lo que es suyo aquí, en mi corazón.

FERNANDO.

(Retrocede un paso). ¡Bien! ¡Basta! ¡Adiós! (Va hacia la puerta). Con eso lo dices todo. En fin, que a él le quieres, y a mí…

TERESA.

¡Ya lo creo que le quiero! Y a usted, don Fernando, ¿no le quiero? (Acercándosele, pero llevándole suavemente hacia la puerta). Lo que yo no quiero, es que mi señorito padezca solo… viva solo allá en el mundo; no quiero que cuando le dé el mal de sus angustias, de las ansias, no tenga un regazo en que apoyar la cabeza. ¡Y no lo tiene, no lo tiene! (Ya estará fuera FERNANDO, y TERESA en el umbral). ¡Búsquelo, señorito! ¡Cásese, cásese por Dios; que tenga quién le quiera, quién le acaricie y le consuele en sus angustias!… No, no esté solo; ¡yo no quiero que mi señorito esté solo!

FERNANDO.

(Enternecido). ¡Teresa! Pero… ¿y tú?

TERESA.

Yo no estoy sola… Y adiós, adiós; no más, no más estar aquí. ¡No vuelva, no vuelva!

FERNANDO.

Por ahora, no. Mi presencia, para ti es duelo, espanto, desgracia. Tu único bien, pobre mártir, es que yo marche. Adiós, adiós; mi dulce, mi pobre Teresa; hija del alma de mi madre…

TERESA.

¡Eso! ¡Eso! La santa madre nos bendiga. (Según FERNANDO se aleja lentamente, vuelve el rostro hacia la casa; TERESA, sacando el busto fuera como si quisiera seguirle sin moverse, va dando más expresión de ternura a sus palabras de despedida). Hasta… cuando Dios quiera… Buenas noches… (Ya no se ve a FERNANDO). Buenas noches, señorito.

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