Capítulo XVI

 

Pocos días después se le permitió a la señorita Celia caminar un corto trecho, y aunque tenía un brazo en cabestrillo y andaba algo tiesa estaba mucho mejor de lo que hubiera podido esperarse, razón por la cual todos estuvieron de acuerdo y afirmaron que el señor Paine había estado en lo cierto al asegurar que el doctor Mills «era un experto en arreglar huesos rotos». Dos devotas enfermeras la atendían y dos pajes estaban siempre prontos para cumplir sus órdenes; vecinos afectuosos enviaban, de continuo, ricos presentes y la gente joven, gracias a ello, estaba siempre muy ocupada.

Todas las tardes colocaban en el jardín una silla de reposo, y la interesante inválida era llevada hasta allí por la robusta Randa, que era su «nurse» de cabecera, mientras la seguían chales, almohadones, banquitos y libros que eran transportados por lo que parecía un enjambre de abejas que iba zumbando en por de su reina. Cuando todo quedaba en orden, las pequeñas enfermeras se ponían a coser y los dos pajes leían en alta voz. La lectura era amenizada con abundantes comentarios, porque se había establecido que todos debían atender y que si alguno no entendía debía pedir inmediatamente una explicación. Cualquiera podía dar la explicación pedida, y al final de la lectura, la señorita Celia podía hacer preguntas o agregar los comentarios que creyese oportuno. De ese modo podía sacarse gran provecho de las lecturas que hacían Ben y Thorny, cada uno podía hacer gala de sus conocimientos, y, como si esto fuera poco, crecía la pila de toallas finalmente vainilladas, trabajo por el que Bab y Betty eran remuneradas como cualquier costurera.

De esta manera, las vacaciones no eran sólo una continua diversión, y, después de aquella hora tranquila y de trabajo transcurrida en compañía de la señorita Celia, las niñas encontraban sus excursiones y sus juegos con las muñecas más divertidas. Thorny también había mejorado notablemente y se advertía más energía en él, especialmente después del accidente de su hermana; pues mientras ella tuvo que guardar cama, él se convirtió en el jefe de la casa y gozó mucho con esa nueva posición. Pero Ben no se mostraba contento como antes. La pérdida de Sancho lo llenaba de tristeza v el deseo de ir en busca de su perro se hacía cada día más imperioso y difícilmente lograba resistirlo. Poco hablaba de eso, pero después, en cuanto alguna palabra se le escapaba, descubría su estado de ánimo y cuál era la idea que lo obsesionaba. Pero, por ese entonces; poca atención le prestaban, de modo que él sólo rumiaba su pena día tras día, en silencio y en medio de una forzosa quietud. Pues los paseos se habían suspendido. Thorny sólo se ocupaba de su hermana a quien quería demostrar que no olvidaba lo buena que había sido con él cuando estuviera enfermo, y las niñas, por su parte, se entregaban a sus juegos.

La señorita Celia fue la primera en advertir el estado de ánimo de Ben, va que no tenía otra cosa que hacer sino mirar a los que trabajaban o se divertían a su alrededor. Ben demostraba interés por las lecturas porque con ellas olvidaba su dolor, pero cuando aquellas concluían y sus distintas tareas habían sido realizadas, buscaba refugio en su cuarto o junto a Lita que, mansa y tranquila como de costumbre, parecía comprenderlo muy bien.

—Thorny, ¿qué le ocurre a Ben? —preguntó la señorita Celia cierto día en que se encontré, a solas con su hermano en el «locutorio verde», como ellos llamaban a la avenida de las lilas.

—Supongo que rehuirá lamentando la pérdida de Sancho. Te aseguró que a veces deseo que ese perro no hubiese nacido nunca. Su pérdida ha dañado a Ben. Ni rastro de alearía queda va en él y no quiere aceptar nada de lo que le ofrezco para consolarlo.

Thorny hablaba, con impaciencia v fruncía las cejas mientras se inclinaba sobre las flores que delicadamente pegaba en su herbario.

—¿No estará tramando algo? Actúa como si quisiera disimular una inquietud de la que no se atreve a hablar.

—¿No has conversado con él respecto a esto? —preguntó la señorita Celia como si fuera ella la que sufría.

—¡Oh, sí!… He tratado de interrogarlo, de hacerlo hablar, pero ha mostrado tal disgusto que he tenido que abandonar toda intención de ayudarlo. Tal vez extraña su vida en el circo. No sería raro que fuese así.

—No, no creo. Ben jamás huiría como un ladrón. Por eso lo quiero.

—¿No has observado en él ningún signo de deslealtad o villanía? —inquirió la señorita Celia bajando la voz.

—No. Ben es el mismo de siempre: sincero y honesto. Sólo demuestra estar muy abatido, pero lucha contra su abatimiento como un verdadero hombre. Naturalmente, como no ha vivido antes con nadie como nosotros; todo esto es nuevo para él. Yo conseguiré que mejore en poco tiempo.

—Me parece, Thorny, que por aquí hay tres pavos reales, y tú eres el más grande de los tres —rio la señorita Celia mientras su hermano, que había hablado con un tono de gran suficiencia, levantaba las cejas en un gesto verdaderamente cómico y digno de verse.

—Y hay también dos burritos… Y Ben es uno de ellos… Porque no se da cuenta donde está bien y puede ser feliz —replicó el caballerito pegando un ejemplar seco en una de las hojas del álbum con un fuerte golpe que sin duda habría querido destinar a Ben por descontento.

—Ven para aquí y déjame contarte algo que me tiene inquieta. No te hablaría de ello si no fuera que me siento impotente ahora. Creo que tú podrás hacer algo y resolver el asunto mejor que yo.

Thorny, quien mostró gran desconcierto, buscó un banquito y se sentó a los pies de su hermana para que ésta pudiera susurrarle confidencialmente al oído:

—He extraviado dinero que tenía guardado en un cajón y temo que Ben lo haya tomado.

—Pero ¿acaso no tienes siempre guardadas las llaves de tus cajones y cerrada tu habitación?

—Sí, mas el dinero falta, aunque no haya abandonado en ningún momento mis llaves.

—¿Y por qué sospechas de él y no de Randa, de Kitty o de mí?

—Porque confío en ustedes tres como en mí misma. Hace años que conozco a las muchachas y tú no tendrías por qué apoderarte así de In que, de todos modos, es tuvo, querido.

—Por supuesto, así como todo lo mío es tuyo. Pero Celia ¿cómo habría podido apoderarse del dinero? Sé que él no lograra abrir la cerradura sin la llave porque una vez fue incapaz de hacerlo con la del cajón de mi escritorio que al final tuvimos que hacer saltar.

—Tampoco yo lo hubiera creído capaz; hasta hoy, cuando lo vi jugar a la pelota. Recuerda que ésta cayó en una de las ventanas altas y Ben trepó por el «porch» para ir a buscarla. Recuerda que tú le dijiste: «Si se te hubiera caído en uno de los caños de la bohardilla no la habrías alcanzado». Y él contestó: «Por qué no? No hay caño por el que yo no pueda trepar ni lugar de estos techos que no haya recorrido».

—Es verdad. Eso dijo. Pero junto a la ventana del cuarto no hay ningún caño. Hay un árbol, y un niño tan ágil como Ben podría descolgarse de él dentro de mi habitación y luego volver a saltar hasta una rama. Pero entiéndeme, Thorny: me cuesta creer que sea él, mas como ya he notado dos veces que falta dinero quiero poner fin a esto. Lo hago por su propio bien. Si él ha planeado escapar, el dinero le será necesario. Y él puede pensar que el dinero es suyo, porque todo lo que gana me lo da para que se lo guarde en el banco. Tal vez no se atreva a pedírmelo porque no halla razones para explicar ese pedido. No sé qué pensar ni qué hacer. Estoy muy preocupada y confundida.

Y parecía en realidad tan confundida que Thorny la estrechó entre sus brazos como si así quisiera defenderla de toda angustia o preocupación.

—No te inquietes, Celita querida. Deja este asunto en mis manos. Yo arreglare a ese bribón desagradecido…

—No es así como debes hacer las cosas. No lo disgustes, de lo contrario no podremos conseguir nada de él.

—¿Disgustarlo? Le diré sencillamente y con toda calma: «¡Vamos, acércate, Ben, y devuélveme el dinero que has sacado del cajón de la cómoda de mi hermana; yo te dejaré en libertad!». O algo por el estilo.

—No, así no, Thorny. Su reacción podría ser terrible. Quizá huiría antes de que pudiéramos saber si es culpable o no. ¡Ay!… ¿Cómo resolver este problema?

—Déjame pensar… —Y Thorny apoyó el mentón sobre el brazo del sillón y miró fijamente el llamador como si esperara que la boca del león se abriera para aconsejarlo.

—¡Por Júpiter!… No dudo ya de que Ben lo ha robado —exclamó el muchacho de repente—. Porque cuando subía esta mañana a su habitación para saber por que no había bajado aún a limpiar mis botas, oí que cerraba de golpe el cajón de su cómoda y vi que se ponía rojo al mismo tiempo que preguntaba por qué no había llamado antes de entrar.

—No creo que guarde allí el dinero. Ben es demasiado inteligente como para cometer semejante imprudencia.

—Tal vez lo esconda temporariamente en ese sitio. Después de ese encuentro apenas si me ha dirigido la palabra y cuando le pregunté por qué estaba su bandera a media asta, se negó a responderme. Además, tú misma has advertido que apenas si presta atención a las lecturas y cuando esta tarde le preguntaste en qué estaba pensando, enrojeció y balbuceó algo acerca de Sancho. Te aseguro, Celia, que esto no me gusta nada, nada…

—Y Thorny movió la cabeza con aire severo.

—Puede ser como tú dices, pero también puede ser que estemos equivocados. Esperemos un poco más y démosle oportunidad de que él mismo confiese antes de que le hablemos. Prefiero perder el dinero antes que acusarlo falsamente de ladrón.

—¿Cuánto dinero tenía guardado?

—Once dólares. Primero desapareció un billete, y yo supuse entonces que había hecho mal los cálculos, pero cuando desaparecieron los diez restantes, ya no tuve dudas.

—Pues bien, hermana. Has puesto el asunto en mis manos, déjame proceder. No diré nada a Ben hasta que tú me lo indiques, pero lo vigilare, y ahora que estoy sobre aviso no logrará engañarme.

A Thorny le agradaba su papel de detective y quería demostrar que sabría desempeñarlo. Pero cuando la señorita Celia le preguntó que haría, se limitó a responder confuso:

—Dame las llaves. Yo dejare unos billetes dentro del cajón y puede que así lo descubra.

Tomó, pues, posesión del llavero y el pequeño tocador donde la señorita Celia guardara su dinero fue cuidadosamente vigilado uno o dos días. Ben se mostró algo más alegre, como si adivinara que lo estaban vigilando y la señorita Celia, sintiéndose algo culpable por abrigar sospechas en contra de él, trató de ser bondadosa y complaciente con el muchacho.

Thorny quedaba muy cómico con ese aire misterioso y el innecesario alboroto que desplegaba. Con afectada indiferencia seguía los pasos de Ben y procuraba no perder ninguno de sus movimientos. Se escabullía arriba y abajo por las escaleras haciendo ostentación de las llaves y tendía trampas cuidadosamente preparadas para atrapar al ladrón, tales como arrojar la pelota por la ventana de la habitación de su hermana y enviar luego a Ben a que fuera a buscarla trepando por el árbol, con lo que salía de dudas respecto a las habilidades del muchacho ara llegar así hasta la habitación. Otro descubrimiento que hizo fue hallar la cerradura del cajón tan vieja y gastada que cualquiera podría abrirla con sólo introducir la punta de un cuchillo a través de sus dientes.

—Ahora todo está claro como la luz del día y es mejor que me permitas hablar —pidió Thorny lleno de orgullo aunque también apenado por el éxito de su primera labor como detective.

—Aún no, y te ruego que no hagas nada más. Creo que he cometido un error al inducirte a hacer esta investigación. Me entristecería que se cortaran tus relaciones con Ben, porque yo no puedo creerlo culpable —respondió la señorita Celia.

—¿Por qué no? —y Thorny mostró un poco de fastidio.

—Porque también yo he hecho investigaciones por mi propia cuenta y he observado que Ben no es falso ni hipócrita. Hoy le pregunté si necesitaba dinero o si prefería que se lo guardara con el resto y mirándome a la cara con ojos honestos y agradecido dijo con un tono que desvanecía mis dudas: «Guárdamelo, por favor. Yo no necesito nada más, aquí. Son todos ustedes tan buenos y espléndidos conmigo…»

—¡Vamos, Celia!… No seas niña. Él es astuto y sabe que lo observo. Cuando le pregunté qué vio sobre tu cómoda al ir a buscar le pelota, al observar que yo lo estaba mirando fijamente, sonrió y contestó: «Un ratoncito desvergonzado que se paseaba por allí».

—¡Oh!… Hay que poner una trampa. Anoche una laucha que roía no sé qué no me dejó dormir. Debemos buscar un gato, de lo contrario los ratones invadirán la casa.

—Bien ya arreglaremos eso. ¿Regañaré yo a Ben o lo harás tú? —preguntó Thorny, quien desdeñaba ese pequeño botín que era cazar a un ratón resuelto a probar que él tenía razón en lo que afirmara.

—Mañana te comunicare lo que haya decidido. Mientras tanto, sé bondadoso con Ben o me arrepentiré de haberte pedido que lo vigilaras.

El asunto fue así postergado para el día siguiente y la señorita Celia resolvió hablar ella misma a Ben. Bajaba a desayunarse cuando el sonido de fuertes voces la obligó a detenerse a escuchar. Provenía de la habitación de Ben donde parecía que los niños estaban discutiendo.

—Espero que Thorny haya cumplido su promesa —pensó y rápidamente cruzó por la puerta de atrás para investigar.

La pieza de Ben estaba al final del corredor y pudo ver y oír lo que estaba sucediendo antes de estar lo suficientemente cerca como para intervenir. Ben, de pie junto a la puerta de su armario se hallaba rojo de furor; Thorny, frente de él, severo y amenazador, decía:

—Tienes escondido algo allí; no puedes negarlo.

—No lo niego.

—Mejor entonces. Pero yo debo ver qué es.

—No, no lo veras.

—¿Qué es lo que ocultas? ¿Algo robado?

—Yo no he robado nada. Es algo mío y lo traje aquí cuando lo creí oportuno.

—Sé a qué te refieres. Pero es mejor que lo devuelvas antes de que yo obligue a ello.

—¡Quieto!… —gritó una tercera voz al mismo tiempo que Thorny alargaba un brazo para empujar a Ben, quien parecía dispuesto a defenderse hasta el último aliento.

—¡Niños!… Yo arreglaré este asunto. ¿Tienes algo escondido en ese armario, Ben? —y la señorita Celia se interpuso entre los dos contrincantes separándolos con la mano.

Thorny se apartó al instante avergonzado de su arrebato y Ben contestó brevemente, y no se podía saber si era rabia o timidez lo que quitaba firmeza a su acento.

—Sí, señorita.

—¿Es tuyo lo que guardas?

—Sí, señorita: es mío.

—¿De dónde sacaste eso?

—De un sitio próximo a la casa del alcalde,

—Es mentira… —murmuró para sí Thorny.

Ben lo oyó. Sus ojos echaron chispas y su puño se levantó amenazador, pero se contuvo por respeto a la señorita Celia, quien parecía muy confundida y sin saber cómo proseguir el interrogatorio. Hizo una nueva pregunta:

—¿Es dinero lo que guardas, Ben?

—No, señorita. No es dinero.

—Entonces, ¿qué es?

—¡Miau!… —contestó una cuarta voz desde el interior del armario, y como Ben abriera de par en par las puertas de éste apareció un gatito pardo ronroneando de placer al verse en libertad.

La señorita Celia se dejó caer sobre una silla y rio hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas. Thorny parecía atontado y Ben, con los brazos cruzados y con la nariz levantada, miraba a su acusador con gesto de sereno desafío mientras el gatito se sentaba a lavarse la carita como si deseara continuar el interrumpido aseo matinal.

—Todo esto está muy bien, pero las cosas no quedan por ello definitivamente aclaradas para que te eches a reír tan tranquila, Celia… —empezó a decir Thorny recobrándose y resuelto a investigar y aclarar el asunto desde el principio.

—No hay nada de particular y yo habría aclarado todo sin necesidad de este interrogatorio. La señorita Celia dijo que quería un gato; por eso fui a buscar el que me regalaron cuando estuve en la casa del señor alcalde. Salí esta mañana temprano y me lo traje sin pedirlo, pues era mío —explicó Ben muy disgustado de que hubiesen desbaratado la sorpresa que pensaba darles.

—Eres muy amable, Ben, y el gatito me gusta mucho. Lo encerraremos en mi dormitorio para que cace los ratones que lo están invadiendo —dije la señorita Celia alzando el gatito al mismo tiempo que pensaba cómo haría para que los dos muchachos se reconciliaran y bajaran en paz a desayunarse.

—Tú conoces el camino de su dormitorio, ¿verdad? Y no necesitas llave para entrar —agregó Thorny con acento tan sarcástico que Ben comprendió que sus palabras tenían una segunda intención y se consideró terriblemente ofendido.

—No me pidas nunca que trepe en busca de las pelotas que pierdes ni esperes que mi gato cace tus lauchas.

—Lo que necesito es alguien que cace ladrones, y de eso no se ocupan los gatos. Yo ando detrás de uno…

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ben furioso.

—A Celia le han sacado dinero del cajón de su cómoda y como tú no quieres dejarme ver qué guardas dentro de tu armario yo, lógicamente, puedo sospechar que tú lo has tomado —gritó Thorny, sin consideración alguna hacia su amigo, completamente trastornado e imposibilitado por su mismo enojo para encontrar palabras más suaves.

Durante un instante pareció que Ben no acababa de comprenderlo, no obstante la claridad de las palabras de Thorny, pero luego se puso intensamente colorado y dirigiendo una mirada de reproche a la señorita Celia abrió de un tirón el pequeño cajón de su guardarropa para que ambos pudieran ver todo lo que guardaba allí dentro.

—No hay nada que valga algo, pero es cuanto yo tengo… Temí que se burlaran de mí, por eso lo escondía… Los otros días fue el cumpleaños de papá, y yo estaba tan triste recordando que lo había perdido a él y a Sancho…

La voz indignada de Ben fue haciéndose más débil a medida que hablaba y tembló cuando pronunció las últimas palabras.

Sin embargo, no lloró, pero arrojó sus pequeños tesoros como si éstos hubieran perdido su valor. En seguida, haciendo un supremo esfuerzo para dominarse, miró a su alrededor y por último preguntó a la señorita Celia con dolorido acento:

—¿Creyó usted que yo podría robarle algo?

—No quería creerlo, Ben, pero las circunstancias condenaban. Han desaparecido varios dólares y tú eres el único extraño en la casa.

—¿Y no había otro a quien echarle la culpa? —preguntó Ben tan desconsoladamente que la señorita Celia quedó convencida de que él era inocente como el gatito que en ese momento le mordía los botones del vestido a falta de otra cosa para comer.

—No. Conozco muy bien a las muchachas. En fin, que los once dólares se han perdido y yo no sé dónde ni cuándo pudo ocurrir eso, pues tanto mi cómoda como mi dormitorio están siempre cerrados con llave, ya que guardo allí mis papeles y documentos de valor.

—¡Qué fastidio!… Pero ¿cómo podía entrar yo si tiene todo cerrado con llave? —y Ben hizo la pregunta como si estuviera seguro de que no iba a obtener contestación.

—Quienes trepan árboles y saltan ventanas y techos en busca de una pelota pueden hacer lo mismo para apoderarse de un poco de dinero, sobre todo cuando sólo tienen que hacer saltar una cerradura vieja…

La mirada y el tono de voz de Thorny demostraba bien a las claras qué era lo que ellos sospechaban, y Ben, sabiéndose inocente, perplejo y dolorido no atinó a defenderse. Sus ojos fueron de uno a otro rostro, y viendo duda en ambos sintió que su pobre corazón de niño se rompía dentro de su pecho. Su primer impulso fue huir de inmediato, pues bien comprendía él que no podría probar su inocencia.

—Sólo puedo asegurarles que yo no tomé ese dinero. Pero ustedes no me creerán, de modo que es mejor que vuelva al sitio de donde vine. Allá no eran muy buenos conmigo, pero me tenían confianza y estaban seguros de que yo jamás les tocaría ni un céntimo. Ustedes pueden quedarse con mi dinero y también con el gatito. Yo no quiero llevarme nada —y tomando el sombrero, Ben hizo ademán de irse. Y habría partido si Thorny no se hubiese interpuesto en su camino.

—¡Vamos!… No seas tonto… Discutamos el asunto, y si me pruebas que estoy equivocado retiraré mis acusaciones y te pediré disculpas —dijo Thorny con tono amistoso y un poco asustado de las consecuencias que podrían tener sus palabras, aunque continuaba creyendo que él estaba en lo cierto.

—Me destrozarías el corazón si te fueses de ese modo, Ben. Quédate por lo menos hasta que se pruebe tu inocencia…

—Ignoro cómo podrá demostrarse eso —respondió Ben algo más tranquilo al notar que la señorita Celia deseaba confiar en él.

—Nosotros te ayudaremos, y para eso, lo primero que haremos será revolver de arriba abajo mi vieja cómoda. Yo lo hice una vez, pero pudo haber ocurrido que los billetes se deslizaran hasta donde no pudiese verlos. Vamos a ver ahora mismo, que no podré estar tranquila hasta que se haya disipado tu tristeza y hayamos convencido a Thorny de su error.

La señorita Celia echó a andar y encabezando la marcha entró en su habitación. Turbado y aún con el sombrero entre las manos Ben la siguió, en tanto que Thorny iba detrás decidido a vigilar al «pequeño bribón» hasta que los hechos se aclararan satisfactoriamente. La señorita Celia había decidido realizar esa pesquisa con el propósito de aquietar los sentimientos lastimados de uno y dar una salida a la energía del otro, ya que no abrigaba ninguna esperanza de que esa investigación arrojara alguna luz sobre la misteriosa desaparición.

La había impresionado la reacción de Ben y estaba muy arrepentida de haber permitido que su hermano interviniese en el asunto.

—Henos aquí —dijo abriendo la puerta con la llave que Thorny le entregara de muy mala gana—; ésta es la habitación y allí, a la derecha, está la cómoda. Los cajones de abajo casi no han sido abiertos y no guardan más que libros viejos de papá. Los de arriba pueden abrirlos y tomarse todo el tiempo que quieran para buscar… ¡Dios bendito!… ¡Ha caído un ratón en tu trampa, Thorny!… —y la señorita Celia dio un salto, pues estuvo a punto de pisarle la larga cola Gris que colgaba por la trampa.

Pero su hermano no le prestó mayor atención, pues estaba absorto en su tarea. De un tirón había sacado el cajón, que cayó al suelo, por donde se desparramó todo su contenido.

—¡Diablos!… Estaba tan duro que tuve que hacer mucha fuerza para abrirlo y las cosas se han caído —exclamó Thorny confundido por su torpeza.

—No te aflijas. Nada de lo que guardaba allí podía romperse. Ben, busca en el fondo a ver si algún papel se ha escurrido por allí. Debe haber una hendidura en la empuñadura. Vi ese látigo en la talabartería por ese lado, pero el cajón no está nunca tan lleno como para que las cosas disparen por allí.

La señorita Celia se dirigía a Ben quien, de rodillas sobre el piso, recogía los papeles esparcidos entre los que encontró dos dólares marcados: el anzuelo que Thorny había dejado al ladrón.

Ben metió la mano en el agujero que había tras el cajón y dijo:

—Aquí no hay más que un trozo de tela roja.

—Mi viejo limpiaplumas. Pero… ¿qué sucede ahora? —preguntó la señorita Celia al ver que Ben dejaba caer un montón de basura.

—Algo tibio se mueve dentro de esto —respondió Ben inclinándose para examinar el contenido del montoncito de desperdicios—. ¡Ratoncitos!… ¡Qué lindos!… ¡Tan pequeñitos!… Habrá que matarlos para que sigan el camino de la pobre madre que cayó en la trampa —exclamó Ben, olvidándose por un momento de sus tribulaciones y lleno de infantil curiosidad por aquel «descubrimiento».

La señorita Celia se agachó y levantó con toda suavidad la cuna roja, dentro de la cual y en medio de un montón de hilachas chillaban alarmados los pequeños ratoncitos. De pronto gritó:

—¡Niños!… ¡Niños!… ¡Encontré al ladrón!… Vengan y reúnan estos trozos de papel. Con ellos formarán los billetes perdidos.

Dejaron a los pequeños huérfanos sobre el piso y cuatro manos ansiosas deshicieron el confortable nido, y entre los fragmentos desmenuzados fueron apareciendo trozos de papel verde: los billetes perdidos. Un trozo mostraba un número bien grande y parte de un grabado, y eso bastaba para explicar el destino que habían seguido los dólares.

—¿Soy un ladrón y un embustero? —preguntó imperiosamente Ben, señalando satisfecho los trozos reveladores extendidos sobre la mesa.

—No, y te ruego me perdones. Te aseguro que lamento mucho no haber investigado más antes de hablar. De esa manera todos nos habríamos ahorrado este mal rato.

—Bien, muchachos. Olviden esto y perdonen. Yo no volveré a desconfiar nunca de ti, Ben. Te doy mi palabra de honor.

Después de pronunciar esas palabras, la señorita Celia y su hermano extendieron a Ben sus manos con toda franqueza y cordialidad. Ben apretó ambas, aunque poniendo una ligera diferencia en los apretones. Tomó la más suave con gratitud, recordando que su dueña había sido siempre bondadosa con él, mientras que a la morena la apretó con tal fuerza que obligó a Thorny a retirarla apresuradamente al mismo tiempo que le hacía exclamar desconcertado:

—¡Vamos, Ben!… No me guardes rencor. Tú has quedado mejor que yo. Yo he hecho el ridículo, ya que después de todas mis investigaciones lo único que he cazado ha sido un ratón.

—Y su familia… Pero yo estoy tan contenta de que haya sido así, que casi siento pena por la pobre mamá rata. Ella y sus hijos debían vivir muy cómodos y felices dentro del viejo limpiaplumas… —dijo la señorita Ceda atropelladamente y simulando alegría, deseosa de distraer a Ben, cuya indignación no había desaparecido del todo aún, cosa que lamentaba la joven.

—Sin duda, la casa es bonita pero un poco cara —agregó Thorny que se puso a buscar a los huérfanos que habían abandonado mientras examinaban los papeles.

Pero ya no tenían por qué preocuparse por ellos. El gatito había hecho su aparición en la escena y, haciendo de juez y jurado, dio buena cuenta de los pequeños culpables. Apenas si alcanzaron a ver cómo desaparecía la última y rosada lonchita por la boca de Kitty.

—A esto le llamaría Yo justicia sumaria. Toda la familia ejecutada en el lugar del hecho. Ahora que todo el mal entendido ha desaparecido vuelvo a tener apetito —dijo la señorita Celia riendo, y su risa era tan contagiosa que Ben se unió a ella a despecho del mal humor que lo embargaba momentos antes. Por eso, tampoco pudo resistirse a la muda súplica que le dirigían los ojos de la joven que parecían volver a pedir perdón.

—Hay demasiada alegría en este funeral… —comentó Thorny que los seguía con la trampa en la mano y con el gatito pegado a sus talones, y agregó como para consolar su vejado orgullo de detective—: Bien, aseguré que daría caza al ladrón, y lo he logrado, aunque los ladrones estos hayan resultado, al final, tan pequeños…

 

 

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