- IX -

Para ver cómo en este caso, es decir, aprobando o reprobando la opinión del emperador, no estoy obligado a sujetarme a él, es menester recordar lo que del mando imperial se ha dicho más arriba, en el cuarto capítulo de este Tratado; es decir, que la imperial autoridad fue inventada para perfección de la vida humana, y que ella es justa reguladora y gobernadora de todas nuestras obras, porque hasta donde nuestras obras se extienden tiene jurisdicción la majestad imperial, y fuera de estos límites no se extiende.

Mas como toda arte y humano ejercicio están por el imperial limitados a ciertos términos, así también el imperio está limitado a ciertos términos por Dios; y no es maravilla, porque el oficio y el arte de la Naturaleza vemos limitado en todas sus obras.

Porque si queremos tomar la Naturaleza universal por entero, tiene tanta jurisdicción cuanta es la extensión del mundo, es decir, del cielo y la tierra; y esto con cierto límite, como se demuestra en el tercero de la Física y en el primero de Cielo y Mundo. Conque la jurisdicción de la Naturaleza universal está confinada en ciertos límites, y, por consiguiente, la particular y es también limitador de ésta. Aquel que por nada está limitado, es decir, la primera Bondad, que es Dios, el cual es sólo en su infinita capacidad a comprender el infinito.

Y para ver los límites de nuestras obras, se ha de saber que nuestras obras son únicamente aquellas que obedecen a la razón y a la voluntad; porque si en nosotros existe la operación digestiva, ésta no es humana, sino natural. Y se ha de saber que nuestra razón está ordenada para obras en cuatro maneras, de diversa consideración; que no son operaciones que únicamente considera y no hace, ni puede hacer ninguna de ellas, como son las cosas naturales, las sobrenaturales y las matemáticas; operaciones que considera y hace en su propio acto, las cuales se llaman racionales, como son las artes de hablar, y hay operaciones que considera y hace materialmente fuera de sí misma, como son las artes mecánicas. Y todas estas operaciones, aunque al considerarlas obedecen a nuestra voluntad, por sí mismas no la obedecen. Porque, aun queriendo nosotros que las cosas pesadas se elevasen por su propia naturaleza, ne podrían subir, y aunque quisiéramos que el silogismo con falsos principios concluyese mostrando la verdad, no concluiría tal; y aunque quisiéramos que la casa se sostuviera lo mismo inclinada que derecha, no sería; porque de todas estas obras no somos los factores propiamente, sino los inventores, que las ordenó e hizo el mayor factor. Hay también operaciones que nuestra razón considera en el acto de la voluntad, como ofender y beneficiar, como permanecer firme y obedecer por entero a nuestra voluntad; y por eso, por ellas somos llamados buenos o malos, porque son completamente nuestras; por lo cual nuestras obras se extienden a donde nuestra voluntad puede alcanzar. Y como quiera que en todas estas obras voluntarias hay alguna equidad que conservar y alguna iniquidad que evitar, la cual equidad puede perderse por dos causas: por no saber cuál es la tal o por no querer seguirla, fue inventada la razón escrita para mostrarla y para ordenarla. Así, pues, dice Agustín: «Si los hombres la conocieran -es a saber: la equidad-, y, conocida, la conservasen, no sería menester la razón escrita». Y por eso está escrito al principio del antiguo Digesto: «La razón escrita es el arte del bien y de la equidad». Para escribir la cual, publicarla y ordenarla, está puesto este oficial de quien se habla, es, a saber: el emperador, al cual estamos sujetos en tanto cuanto se entienden nuestras propias obras que se han dicho, y más allá no. Por esta razón, en toda arte y en todo oficio, los artífices y aprendices están y deben estar sujetos al principal y al maestro de tales oficios y artes; fuera de ellos, la sujeción perece, puesto que perece el principado. Del mismo modo casi se puede decir del emperador, si se quiere representar su oficio con una imagen, que es caballero, sobre la humana voluntad.

Caballo éste que manifiesto es cuán frecuentemente va por el campo sin caballero, especialmente en la mísera Italia, que sin medio alguno se ve abandonada a su gobierno.

Y se ha de considerar que cuanto la cosa es más propia del arte y del magisterio, tanto mayor es en ella la sujeción; porque, multiplicada la causa, se multiplica el efecto.

Así, pues, se ha de saber que hay cosas que también son puras artes, que la Naturaleza es instrumento del arte: como bogar con el remo, donde el arte hace instrumento del impulso, que es movimiento natural; como en el trillar el trigo, en que el arte hace instrumento suyo el calor, que es cualidad natural. Y en esto principalmente se debe estar sujeto al jefe y maestro del arte. Y hay cosas en que el arte es instrumento de la Naturaleza; y éstas son menos artes, y en ellas están menos sujetos los artífices a su jefe, como el sembrar la tierra, en que se ha de esperar la voluntad de la Naturaleza; como salir del puerto, en que se ha de esperar la natural disposición del tiempo. Y por eso vemos en estas cosas muchas veces que disputan los artífices y pedir consejo el superior al inferior. Hay otras cosas que no pertenecen al arte y parecen tener con él algún parentesco; y de aquí que los hombres se engañen muchas veces; y en éstas no están sujetos los aprendices al artífice, o más bien maestro, ni están obligados a creerle en cuanto hace al arte; como la pesca, que parece tener parentesco con la navegación, y conocer la virtud de las hierbas, que parecen tener parentesco con la agricultura, y no tienen ninguna regla común, puesto que la pesca pertenece al arte venatoria y está a sus órdenes, y el conocer las hierbas pertenece a la Medicina, o sea a más noble doctrina.

Estas cosas, lo mismo que se han explicado con respecto a las demás artes, pueden verse en el arte imperial; porque en ella hay reglas que son puras artes, como son las leyes de matrimonios, de los siervos, de las milicias, de los sucesores en dignidades; y en todas ellas estamos sujetos al emperador sin duda alguna ni sospecha. Hay otras leyes, que son como continuadoras de Naturaleza, como constituir al hombre de edad suficiente para administrar, y en esto no estamos por entero sujetos. Hay otras muchas que parecen tener algún parentesco con el arte imperial, y aquí yerra quien crea que el mandato imperial es auténtico en este punto; como la juventud, sobre la cual no se ha de consentir ningún juicio imperial, en cuanto es emperador; por eso aquello que es de Dios, a Dios sea dado. Así, pues, no se le ha de creer ni consentir al emperador Nerón, que dijo que la juventud era hermosura y fortaleza de cuerpo, sino a quien dijera que la juventud es el colmo de la vida natural, que sería filósofo. Y por eso, manifiesto es que el definir la nobleza no compete al arte imperial; y si no le compete, al tratar de ella no hemos de estarle sujetos; y si no estamos a ella sujetos, no estamos obligados a reverenciarle en ese punto; y esto es lo que se iba buscando. Por lo cual, ora ya, con toda licencia, con toda libertad de ánimo, hay que herir en el pecho a las opiniones viciadas, derribándolas en tierra, a fin de que la verdadera por esta victoria mía tenga el campo de la mente de aquellos por quienes esta luz cobra vigor.

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