- XIX -

Pues que en la parte precedente se han tratado tres cosas determinadas, que eran necesarias para ver cómo se puede definir esta cosa de que se habla, hay que proceder a la segunda parte, que comienza: Hay nobleza donde quiera que hay virtud. Y ésta hay que dividirla en dos partes. En la primera se demuestra alguna cosa que antes se ha señalado y no probado; en la segunda, concluyendo, se halla la definición que se va buscando, y comienza esta segunda parte: Conque vendrá como del negro el pérsico.

Para evidencia de la primera parte se ha de recordar lo que más arriba se dice, que si la nobleza vale y se extiende más que la virtud, la virtud procederá más bien de ella.

Cosa que ora en esta parte prueba, es decir, que la nobleza se extiende más y pone por ejemplo al cielo, diciendo que allí donde hay virtud hay nobleza. Y aquí se ha de saber que -como está escrito en la razón y por regla de razón se tiene- para aquellas cosas que son de por sí manifiestas, no es menester demostración, y nada hay tan manifiesto como que está la nobleza allí donde está la virtud, y vemos llamar noble a toda cosa de su naturaleza. Dice, pues: Como es cielo, por doquier hay estrellas; y esto no es verdad, sino viceversa; así, hay nobleza donde hay virtud y no virtud donde hay nobleza. Y con hermoso y adecuado ejemplo. Porque verdaderamente es cielo donde relucen muchas y diversas estrellas; relucen en ella las virtudes intelectuales y morales; relucen en ella las buenas disposiciones conferidas por la naturaleza, a saber: la Piedad y la Religión, y las pasiones laudables, es decir, Vergüenza, Misericordia y otras muchas; relucen en ella las bondades corporales, es decir, la Belleza, la Fortaleza, y casi perpetúa la Validez. Y tantas son las estrellas que en su cielo se extienden, que ciertamente no es de maravillar que den muchos y diversos frutos en la humana nobleza: tantas son las naturalezas y potencias de aquéllas, reunidas y comprendidas bajo una simple substancia, en las cuales, como en diversas ramas, fructifica por modo diverso. Ciertamente, casi me atrevo a decir que la humana Naturaleza, en cuanto hace a sus muchos frutos, sobrepuja a la del ángel, aunque la angélica en su unidad sea más divina. De esta nuestra nobleza, que en tantos y tales frutos fructificaba, se dio cuenta el salmista, cuando hizo aquel salmo que comienza: «Señor Dios nuestro: cuán admirable es tu nombre en toda la tierra»; allí donde alaba al hombre, como maravillándose del divino afecto a la humana criatura, diciendo: «¿Qué es el hombre, que tú Dios lo visitas? Le has hecho poco menor que los ángeles, de gloria y honor lo has coronado y puesto en él la obra de tus manos».

En verdad, pues, hermosa y adecuada fue tal comparación del cielo a la humana nobleza.

Luego, cuando dice: En las damas y en la edad juvenil, prueba lo que digo, demostrando que la nobleza se extiende hasta allí donde no alcanza la virtud, y dice: vemos esta salud -señalando a la nobleza, que es el bien y la salud verdadera- allí donde hay vergüenza, es decir, ocasión de deshonor, como en las damas y en las jóvenes, donde la vergüenza es buena y laudable; la cual vergüenza no es virtud, sino cierta pasión buena. Y dice: En las damas y en la edad juvenil, es decir en los jóvenes; porque, según la opinión del filósofo en el cuarto de la Ética, «la vergüenza no es de alabar ni está bien en los viejos y en los hombres estudiosos», porque ellos han de guardarse de aquellas cosas que a la vergüenza les inducen. A los jóvenes y a las damas no se les pide tanto de obra tal, y por eso en ellas es de alabar el recibir por la culpa el miedo del deshonor; lo cual de naturaleza procede. Y se puede creer que su temor es de nobleza, como la desfachatez, vileza e ignominia. Por lo que es óptima señal en los párvulos e imperfectos de edad, el que después de la falta se pinte la vergüenza en su rostro; lo que es fruto de verdadera nobleza.

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