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Cuando después sigue: Con que vendrá como de negro el pérsico, procede el texto a la definición que de Nobleza se busca; y por lo cual se verá qué es esta nobleza de que tanta gente habla erróneamente. Dice, pues, deduciendo de lo que antes se ha dicho, conque toda virtud, o sea su generación, es decir, el hábito electivo consistente en el medio, vendrá de ésta, es decir, la nobleza. Y pone por ejemplo los colores, diciendo: del mismo modo que el pérsico procede del negro, así ésta, es decir, la virtud, procede de la nobleza. El pérsico es un color mixto de purpúreo y negro; mas vence el negro, y por él se denomina; y así la virtud es una cosa mixta de nobleza y de pasión: mas como la nobleza la vence, la virtud por ella se denomina y se llama Bondad.

Luego después argumenta, por lo que se ha dicho, que nadie, porque pueda decir: Yo soy de tal estirpe, debe creer que pertenece a ella si no se muestran, en él sus frutos. Y al punto da la razón de ello diciendo que los que tal gracia, es decir, esta divina cosa, poseen, son casi como Dioses, sin mácula de vicio. Y eso no lo puede dar sino Dios tan sólo, después del cual no hay elección de persona, como las Divinas Escrituras manifiestan. Y no le parezca a nadie que es hablar demasiado alto el decir: Que son casi Dioses; porque, como más arriba, en el séptimo capítulo del tercer Tratado, se argumenta, así como hay hombres vilísimos y bestiales, así también hay hombres nobilísimos y divinos. Y tal demuestra Aristóteles en el séptimo de la Ética por el texto del poeta Homero. Así, pues, no diga aquel de los Uberti de Florencia, ni aquel de los Visconti de Milán: «Pues que soy de tal estirpe, soy noble»; porque la divina semilla no cae en la estirpe, sino en los individuos, y como más adelante se demostrará, la estirpe no ennoblece a los individuos, sino que los individuos ennoblecen la estirpe.

Luego, cuando dice: Que sólo Dios el alma le otorga, se hace referencia al susceptivo, es decir, al sujeto en que el divino don desciende, que don es divino, según el dicho del Apóstol: «Todo óptimo obsequio y todo don perfecto, de arriba procede, pues que desciende del padre de las luces». Dice, pues, que Dios sólo concede esta gracia al alma de aquel a quien se ve perfectamente dispuesto en su persona para recibir este divino acto. Porque, según dice el filósofo en el segundo del Alma, «las cosas han de estar dispuestas por sus agentes para recibir sus actos». Por lo que si el alma está imperfectamente colocada, no está dispuesta para recibir esta bendita y divina infusión; como si una piedra margarita está mal dispuesta o es imperfecta, no puede recibir la virtud celestial, como dijo el noble Guido Guinizelli en una canción suya que comienza: En cor gentil repara siempre Amor. Puede, pues, no estar bien colocada el alma de la persona por defecto de complexión, y tal vez por falta de tiempo; y entonces no resplandece en ella el divino rayo. Y pueden decir estos tales cuya alma está privada de luz, que son como valles que miran al aquilón, o como subterráneos adonde nunca desciende la luz del sol, sino reflejada de otra parte iluminada por aquélla.

Por último, concluye y dice que por lo que antes se ha dicho, esto es, que la virtudes son fruto de nobleza y que Dios las pone en el alma bien asentada, en algunos -es decir, a los que tienen intelecto, que son pocos-, prende la semilla de felicidad. Y manifiesto es que nobleza humana no es otra cosa que simiente de felicidad puesta por Dios en el alma bien dotada; es decir, aquella cuyo cuerpo está perfectamente dispuesto en todas sus partes. Porque si las virtudes son fruto de nobleza y la felicidad es dulzura comparada, manifiesto es ser la nobleza simiente de felicidad, como se ha dicho. Y si bien se considera, esta definición comprende las cuatro causas: la material, en cuanto dice: en el alma bien dotada, que es materia y sujeto de nobleza; la formal, en cuanto dice: que es simiente; la eficiente, en cuanto dice: Puesta por Dios en el alma; la final, en cuanto dice: de felicidad. Y así se define nuestra bondad, la cual a nosotros desciende de suma y espiritual virtud, como la virtud a la piedra de nobilísimo cuerpo celestial.

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