- XV -

Luego que, por su mismo sentido, la canción ha demostrado que no se requiere tiempo para la nobleza, de seguida se propone confundir la susodicha opinión, para que de tan falsas razones nada quede en la mente que esté preparada, para la verdad; y hace esto cuando dice: Síguese, pues, de cuanto llevo dicho.

Donde se ha de saber que si el hombre no puede convertirse de villano en noble, o de padre villano no puede nacer hijo noble, como antes se ha supuesto, en opinión de aquéllas, de los dos inconvenientes es menester seguir uno; es el uno que no hay ninguna nobleza; el otro, que en el mundo siempre ha habido muchos hombres, de modo que el género humano no ha descendido de uno sólo. Y esto se puede demostrar.

Si la nobleza no se engendra de nuevo, como muchas veces se ha dicho que tal opinión pretende, no engendrándola el hombre villano en sí mismo, ni el padre villano en su hijo, el hombre es siempre tal cual nace; y nace tal cual es el padre; y así el proceso de su condición se origina en el primer padre; por lo cual, tal como fue el primer genitor, es decir, Adán, ha de ser todo el género humano, con lo que desde él hasta los modernos no puede haber transformación alguna, por esa razón. Con que si Adán fue noble, todos somos nobles; y si fue villano, todos somos villanos; lo cual no es otra cosa que borrar la diferencia de estas condiciones, y así borrar las conclusiones mismas. Y esto dice lo que sigue a lo que antes se expuso: Que todos somos nobles o villanos. Y si no es así, a alguna gente se ha de decir noble, y otra villana necesariamente. Pues que la transformación de villanía en nobleza se ha borrado, es menester que el género humano descienda de diversos principios, es decir, de uno noble y otro villano; y tal dice la canción cuando dice: O que no tuvo el hombre principio; y esto es de todo punto falso, según el filósofo, conforme a nuestra fe, que no puede mentir, y según la ley y creencia antigua de los gentiles; que aunque el filósofo no suponga el proceso desde un primer hombre, con todo quiere que haya en todos los hombres, una misma esencia, la cual no puede tener diversos principios. Y Platón quiere que todos los hombres dependan de una idea tan sólo no más; lo cual es darles; un único principio. Y, sin duda, mucho se había de reír Aristóteles oyendo hacer dos especies del género humano, como de caballos y asnos; que -Aristóteles me perdone- asnos se pueden llamar los que así piensan. Porque, según nuestra fe -la cual ha de guardarse por entero-, es lo más falso, y por Salomón lo manifiesta, que allí donde hace distinción entre hombres y animales brutos, llama a todos aquéllos hijos de Adán; y hace tal cuando dice: «¿Quién sabe si los espíritus de los hijos de Adán van arriba y los de bestias abajo?» Y de que entre los gentiles era falso, he aquí el testimonio de Ovidio en el primero de su Metamorfoseos, donde trata de la constitución mundial según la creencia pagana, o de los gentiles, diciendo: «Nacido es el hombre -no digo los hombres-, nacido es el hombre, ya que le hiciera el artífice de las cosas con divina simiente, ya porque la reciente tierra, poco antes separada del noble éter, conservase las simientes del acuñado cielo, mezclando la cual con el agua del río el hijo de Japeto, es, a saber: Prometeo compuso a imagen de los dioses que todo lo gobiernan. Donde manifiestamente supone que el primer hombre fue un solo ser; y por eso dice la canción: Mas yo a tal no consiento; es decir, que el hombre no tuviese principio; y añade la canción: Ni ellos tampoco, no, si son cristianos; y no dice filósofos o sea gentiles, cuyas opiniones están también en contra; por lo que la cristiana opinión tiene mayor vigor y deshace toda calumnia, merced a la suma luz del cielo que la ilumina.

Luego, cuando digo que al intelecto sano manifiesto es cuán son sus dichos vanos, deduzco que su error ha sido confundido; y digo que es tiempo de abrir los ojos a la verdad. Y digo tal cuando digo: Y decir ora quiero, cual lo siento. Digo, pues, que por lo que se ha dicho es manifiesto a los intelectos sanos, que los dichos de éstos son vanos, es decir, sin meollo de verdad. Y digo sanos no sin motivo. Pues se ha de saber que nuestro intelecto puede decirse sano y enfermo; y por intelecto digo esa parte noble de nuestra alma, que con vocablo común suele llamarse mente. Se puede decir sano, cuando por maldad de alma o de cuerpo no está en su ejercicio, que es conocer lo que las cosas son, cormo quiere Aristóteles en el tercero del Alma.

Que, conforme a la maldad del alma, he visto tres horribles enfermedades en la mente de los hombres. Es la una causada por natural jactancia, porque son muchos los presuntuosos que creen saberlo todo; y de aquí las cosas inciertas como ciertas las afirman; lo cual abomina Tulio, más que nada, en el primero de los Offici, y Tomás en su Contra gentiles, diciendo: Hay muchos tan presuntuosos de su ingenio, que creen poder medir todas las cosas con su opinión, estimando verdad cuanto a ellos les parece tal, y falso lo que no creen». Y de aquí acaece que nunca logran doctrina, creyéndose suficientemente adoctrinados por sí mismos, nunca preguntan, no escuchan, desean ser preguntados, y, una vez que se les ha hecho la pregunta, contestan mal. Y de éstos dice Salomón en los Proverbios: ¿Visteis al hombre rápido en responder? De él se ha de esperar más bien estulticia que discreción. La otra tiene por causa la natural pusilanimidad, que hay muchos tan vilmente obstinados, que no pueden creer que ni ellos ni otros puedan saber las cosas; y estos tales nunca investigan por sí, ni razonan, ni se curan de lo que otro dice. Y contra éstos habla Aristóteles en el primero de la Ética, diciendo que «hay pocos atentos a la filosofía moral». Éstos viven siempre groseramente, como bestias, desesperados de toda doctrina. La tercera tiene por causa la liviandad de naturaleza; porque hay muchos de tan liviana fantasía, que en todas sus argumentaciones se dejan llevar, y antes de silogizar ya han deducido, y de una conclusión van trasvolando a otra, y les parece que argumentan muy sutilmente, y no se mueven de ningún principio, y así ninguna cosa ven verdadera en su fantasear. Y de éstos dice el filósofo que no hemos de cuidarnos ni tener trato con ellos, diciendo en el primero de la Filosofía que contra el que niega los principios «no se debe discutir». Y de estos tales hay muchos idiotas que no saben el abecé, y querrían discutir de Geometría, de Astrología y de Física.

Y conforme a la maldad, o defecto de cuerpo, puede no estar sana la mente, ya por defecto de algún principio de nacimiento, como los mentecatos; ya por alteración del cerebro, como los frenéticos. Y de esta enfermedad de la mente trata la ley cuando el Inforziato dice: «En el que hace testamento se requiere en el tiempo en que el testamento hace sanidad de cuerpo, no de mente». Por lo que es manifiesto a aquellos intelectos sanos que no están enfermos por maldad de ánimo o de cuerpo, sino libres y expeditos para la luz de la verdad, que la opinión de la gente que se ha dicho es vana, es decir, sin valor.

Después añade que yo también los juzgo falsos y vanos, y así pues, los repruebo; y esto hago cuando digo: Y yo también por falsos los repruebo. Y después digo que se ha de mostrar la verdad; y digo que hay que demostrar qué es nobleza y cómo se puede conocer al hombre en que reside; y digo esto en: Y decir ora quiero, cual lo siento.

Share on Twitter Share on Facebook