- XVII -

Luego que se han visto las dos cosas que parecía conveniente ver antes de proceder con el texto, hemos de seguir con éste; y dice y comienza así: Digo que toda virtud principalmente procede de una raíz, virtud entiendo, que hace al hombre feliz en su ejercicio; y añade: Es éste (según la Ética dice) un hábito de elección; exponiendo la definición de la virtud moral, según la define el filósofo en el segundo de la Ética. En lo cual se entienden dos cosas: una, es que toda virtud proceda de un principio; la otra, es que estas virtudes todas sean las virtudes morales de que se habla, y esto se manifiesta al decir: Es ésta, según la Ética dice. Donde se ha de saber que nuestros frutos más propios son las virtudes morales, porque están por doquier en nuestro poder, y son diversamente distinguidas y enumeradas por los filósofos. Mas como quiera que allí donde abrió la boca la divina opinión de Aristóteles me pareció que debía dejarse a un lado toda otra, siendo mi intención decir brevemente cuáles son éstas, según su opinión, seguiré hablando de ellas. Once son las virtudes enumeradas por el filósofo.

La primera se llama Fortaleza, la cual es arma y freno para moderar nuestra audacia y temeridad en las cosas que son corrupción de nuestra vida.

La segunda es Templanza, la cual es regla y freno de nuestra gala y de nuestra excesiva abstinencia en las cosas que nuestra vida conservan.

La tercera es Liberalidad, la cual es moderadora de nuestro dar y recibir las cosas temporales.

La cuarta es Magnificencia, la cual es moderadora de los grandes dispendios, haciéndolos y conteniéndolos en ciertos límites.

La quinta es Magnanimidad, la cual es moderadora y conquistadora de los grandes honores y fama.

La sexta es Amante de las honras, la cual nos modera y regula en cuanto a los honores de este mundo.

La séptima es Mansedumbre, la cual modera nuestra ira y nuestra excesiva paciencia contra nuestros males exteriores.

La octava es Afabilidad, la cual nos hace convivir buenamente con los demás.

La novena se llama Verdad, la cual nos modera en el envanecernos más de lo que somos y en el rebajarnos en nuestro discurso.

La décima llaman Eutrapelia, la cual nos modera en el solaz, haciéndonos usar de él debidamente.

La undécima es Justicia, la cual nos dispone a amar y a obrar a derechas en todas las cosas.

Cada una de estas virtudes tiene dos enemigos colaterales, es decir, vicios: uno por exceso y otro por defecto. Y están aquéllas en el medio de éstos, y nacen todas de un solo principio, a saber: del hábito de nuestra buena elección. Por lo que, generalmente, se puede decir de todas que son Hábito electivo consistente en el medio. Y éstas son las que hacen al hombre bienaventurado, o sea feliz, en su ejercicio, como dice el filósofo en el primero de la Ética, cuando define la Felicidad diciendo que la Felicidad es obrar con forme a la virtud en vida perfecta. Muchos ponen la Prudencia, es decir el Sentido, entre las virtudes morales; mas Aristóteles la enumera entre las intelectuales, no obstante sea conductora de las virtudes morales y muestre el camino por el cual se logran y sin el cual no puede existir.

Verdaderamente, se ha de saber que podemos tener en esta vida dos felicidades, según los dos diversos caminos, bueno y óptimo, que a tal nos llevan: una es la vida activa; la otra, la contemplativa, la cual -no obstante por la activa se llegue, cormo se ha dicho, a buena felicidad- lleva a óptima felicidad y bienaventuranza, según prueba el filósofo en el décimo de la Ética. Y Cristo lo afirma por su boca en el Evangelio de Lucas, al hablar a Marta, respondiéndole: «Marta, Marta, eres muy solícita y te afanas por muchas cosas; en verdad, una sola cosa es necesaria», es decir, lo que haces; y añade: «María ha elegido óptima parte y no le será arrebatada». Y María, según está escrito anteriormente a estas palabras del Evangelio, sentada a los pies de Cristo, ningún cuidado mostraba por el ministerio de la casa; mas sólo oía las palabras del Salvador.

Así, pues, si tal queremos explicar moralmente, quiso Nuestro Señor mostrar con esto que la vida contemplativa era óptima, por más que fuese buena la activa; lo cual es manifiesto a quien quiere poner atención en las palabras evangélicas. Podría, sin embargo, decir alguien, argumentando en contra mía: pues que la felicidad de la vida contemplativa es más excelente que la de la activa, y una y otra puedan ser y sean fruto y fin de la nobleza, ¿por qué no se procedió más bien por el camino de las virtudes intelectuales que por el de las morales? A lo cual se puede responder brevemente que en toda doctrina se ha de respetar la facultad del discípulo y llevarlo por el camino que le sea más leve. Por lo que, dado que las virtudes morales parecen ser y son más comunes, más conocidas y requeridas que las demás y están unidas en su aspecto exterior, útil y conveniente fue proceder más bien por ese camino que por el otro; que igualmente se viene a conocimiento de las abejas, razonando por el fruto de la cera, cormo por el fruto de la miel, puesto que uno y otro de ellas proceden.

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