- XII -

En el primer capítulo de este Tratado se ha razonado tan cumplidamente la causa que me movió a hacer esta canción, que no es menester explicarla más; porque asaz fácilmente puede reducirse a la exposición hecha. Y así, conforme a las divisiones hechas, recorreré con ésta el sentido literal, cambiando el sentido de la letra allí donde sea menester.

Digo: Amor que en la mente me habla. Entiendo por amor el estudio que yo ponía para conquistar el amor de esta dama. Donde es preciso saber que estudio se puede considerar aquí de dos maneras. Es un estudio el que lleva al hombre al hábito del arte y de la ciencia; y otro estudio el que emplea en el hábito adquirido al ejercitar aquél; y el primero, es el que yo llamo aquí amor, el cual infundía en mi mente continuas, nuevas y altísimas consideraciones acerca de esta dama que arriba se ha explicado; del mismo modo que suele hacer el estudio que se emplea en conquistar una amistad, que deseándola, primero considera muchas cosas de ella. Es éste el estudio y la afición que suele preceder en los hombres al nacimiento de la amistad, cuando ya ha nacido por una parte el amor y se desea y procura que lo haya en la otra; porque, como más arriba se dice, hay filosofía cuando el alma y la sabiduría se han hecho amigas, de modo que la una sea amada por entero de la otra, del modo que más arriba se ha dicho. Y no es menester razonarlo por la presente exposición, que a modo de proemio fue explicado en la exposición literal; porque por su primera razón fácilmente puede lograrse la comprensión de esta segunda.

Por lo cual hay que proceder con el segundo verso, en el cual comienza el Tratado, donde digo: No ve ese sol que en torno al mundo gira. Aquí se ha de saber que del mismo modo que al tratar de cosa sensible es menester explicar insensible, así es menester tratar de cosa inteligible por medio de cosa no inteligible. Y luego, del mismo modo que en la exposición literal se habla comenzando por el sol corporal y sensible, así ora se ha de explicar por el sol espiritual e inteligible, que es Dios. Nada sensible hay en el mundo más digno de ser tomado como ejemplo de Dios que el sol, el cual ilumina con luz sensible primero a sí mismo y luego a todos los demás cuerpos celestiales y elementales; así Dios iluminase Él primero con luz intelectual y luego a los celestiales y demás inteligibles. El sol, con su calor, todas las cosas vivifica, y si alguna corrompe con ello, no es intención de la causa, sino accidental efecto; así Dios todas las cosas vivifica en bondad, y si alguna es mala, no se debe a la intención divina, mas porque así es menester que sea, por cualquier accidente en el proceso del efecto propuesto. Porque si Dios hizo los ángeles buenos y los malos, no hizo lo uno y lo otro intencionadamente, sino sólo los buenos; se siguió luego, ajena a su intención, la malicia de los malos; mas no tan ajena a su intención que Dios no supiese de antemano su malicia. Pero tanta fue la afición a producir la criatura espiritual, que la presciencia de algunos que habían de venir a mal fin, no debía ni podía retraer a Dios de tal producción; que no sería de alabar la naturaleza, si sabiendo que las flores de un árbol habían de perderse en parte no produjese flores en él, y por los estériles abandonase la producción de los fructíferos. Digo, por lo tanto, que Dios, que todo lo entiende -pues que su girar es entender- no ve cosa tan gentil cuanto ve al mirar do está la filosofía; que aunque Dios, mirándose a sí mismo; véalo todo en conjunto, en cuanto en él reside la distinción de las cosas del mismo modo que el efecto en la causa, las ve distintas. Ve pues a ésta la más noble de todas en absoluto, en cuanto la ve perfectísimamente, en Sí y en su Esencia. Porque si se trae a la memoria cuanto se ha dicho más arriba, filosofía es amoroso ejercicio de sabiduría, el cual está principalmente en Dios, porque en Él hay suma sabiduría, sumo amor y acto sumo, que no puede haber en parte alguna sino en cuanto de Él procedan. Es, por lo tanto, la divina filosofía esencia divina, puesto que en Él no puede haber cosa añadida a su esencia; y es la más noble, porque nobilísima es la esencia divina y existe en él por modo perfecto y verdadero, como por eterno matrimonio. En las demás inteligencias la hay por modo inferior, a manera de concubina, en la que ningún amante se complace cumplidamente, sino que en su semblante contenta sus ansias, por lo cual puede decirse que Dios no ve, es decir, no entiende cosa alguna tan gentil como ésta; digo cosa alguna en cuanto ve y distingue las demás cosas, como se ha dicho, viéndose causa de todo. ¡Oh, nobilísimo y excelentísimo corazón que se entiende en la esposa del Emperador del Cielo! Y no solamente esposa, sino hermana e hija dilectísima.

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