XII

Mas, volviendo a mi propósito, debo decir que, al negarme tal felicidad, fue tanto mi dolor que, partiéndome de la gente, retiréme a solitario paraje donde bañar el suelo con muy amargas lágrimas. Y una vez hubo remitido este llanto, encerréme en mi estancia, donde podía lamentarme sin ser oído. Allí, implorando misericordia a la dama de las cortesías y exclamando: «Ayuda, Amor, a tu siervo», me dormí como un niño entrelloroso luego del castigo.

En medio de mi sueño parecióme ver en mi estancia, y sentado junto a mí, a un joven puesto de blanquísimo indumento, que, muy preocupado al parecer, me contemplaba en el lecho. Y, cuando me hubo mirado algún tiempo, parecióme que me llamaba suspirando para decirme estas palabras: Fili mihi, tempus est ut proetermitantur simulacra nostra. Y entonces me pareció conocerle, pues llamábame cual 13

muchas veces me había llamado ya en mis sueños. Mirándole, parecióme asimismo que lloraba lastimeramente y que esperaba de mí alguna palabra, por lo cual, convencido de ello, comencé a hablarle de esta manera: «¿Por qué lloras, noble señor?» A lo que respondióme: Ego tanquan centrum, circuli cui simili modo se habent circunferentiae partes; tu autem non sic. Entonces, meditando sus palabras, hallé que me había hablado con gran oscuridad, por lo cual procuré decirle lo siguiente: «¿Por qué, señor, me hablas tan oscuramente?» Y me repuso, ya en lengua vulgar: «No preguntes sino cosas útiles.» Comencé, pues, a hablar con él del saludo que se me negó y le pregunté la causa de esta negativa, a lo cual respondióme del siguiente modo: «Nuestra Beatriz oyó, hablando de ti con algunas personas, que la dama que te indiqué en el camino de los suspiros había sido enojada por ti, lo cual motivó que la gentilísima Beatriz, contraria a que se causen molestias de este linaje, no se dignara saludarte, creyendo que habías molestado. Por esto, aunque realmente ha tiempo que conoce tu secreto, quiero que le rimes unas palabras diciéndole el señorío que sobre ti ejerzo gracias a ella, y cómo a ella te consagraste desde tu más tierna infancia. Invoca por testimonio a quien lo sabe, y yo, que soy éste, gustosamente daré fe, con lo cual advertiré tus verdaderas intenciones y consiguientemente se percatará de que estaban engañados quienes le hablaron. Haz que tales versos sean indirectos para no hablarle directamente, como si no fueras digno de ello. Cuida, en fin, de mandárselos a donde yo me encuentre y pueda dárselos a entender, así como de revestirlos con suave armonía, en la que intervendré cuando fuere menester.»

Pronunciadas estas palabras, desvanecióse y se truncó mi sueño.

Luego, rememorando, inferí que la visión había acaecido en la novena hora del día. Y antes de salir de mi estancia me propuse componer una balada en la que cumpliría lo que mi señor habíame impuesto. Así, escribí esta balada, que empieza: «Balada, corre, que al Amor te envío.»

Balada, corre, que al Amor te envío; con él junto a mi dama te adelantas, y de mi afecto, que en tus versos cantas, 14

hable después con ella el dueño mío.

Balada mía: irás tan cortésmente

que, aunque sin compañero,

podrías presentarte do quisieras;

mas si deseas ir seguramente

a Amor busca primero

porque no es bueno que sin él te fueras.

Pues la dama que manda en mi albedrío contra mis ansias hállase enojada,

y si no vas de Amor acompañada

temo que te reciba con desvío.

Con dulce son, cuando estés junto a ella comienza de este modo,

si su permiso concederte quiere:

“El que me envía a vos, señora bella, anhela que ante todo

sus disculpas oigáis si las tuviere...

Amor, el grato acompañante mío,

quizá le hizo mirar otras doncellas

pensando en vos; mas al mirar en ellas no desertó de vuestro señorío.”

Dile: “Su corazón, señora, tuvo

en vos fe tan entera

que a daros gloria fue siempre inclinado.

Muy temprano fue vuestro y se mantuvo.”

Y si no te creyera,

pregúntelo al Amor, que está enterado.

Cuando te vayas, con acento pío,

suplicando perdón, por si la enojas, di que morir me mande, y sin congojas satisfará mi vida su albedrío.

Y a quien de toda compasión es clave le dices que argumente,

quedándose, en favor de mi persona.

15

Siquiera dile por mi tono suave

accede, complaciente,

y por tu siervo con favor razona.

Y si ella, por tu oficio, le perdona, anúnciele por la paz gayo semblante.”

Gentil balada mía, tú, constante,

haz que el triunfo te ciña su corona.

Esta balada se divide en tres partes. En la primera le digo dónde ha de ir, la animo para que vaya más tranquila y le aviso qué compañía ha de tomar si quiere ir con seguridad y sin peligro alguno; en la segunda le digo lo que le cumple dar a entender, y en la tercera le doy venia para partir cuando quiera y encomiendo su gestión en brazos de la fortuna. La segunda parte empieza en «Con dulce son», y la tercera, en «Gentil balada».

Alguien podría objetarme que no acierta a quién hablo en segunda persona, pues la balada no contiene más palabras que las citadas; pero creo que esta duda la resuelvo en parte todavía más dudosa de esta obrita; entonces, pues, comprenderá quien aquí dudare y quisiere controvertirme.

Share on Twitter Share on Facebook