XIII

Tras la susomentada visión, y una vez pronunciadas las palabras que Amor me obligó a decir, muchos y diversos pensamientos comenzaron a asaltarme y combatirme en forma tal, que contra algunos de ellos no podría defenderme. Cuatro consideraciones, sobre todo, inquietaban mi vida; una de ellas era ésta: bueno es el dominio de Amor, ya que aparta el entendimiento de sus siervos de todas las cosas viles.

Otra era ésta: nada bueno es el dominio de Amor, pues cuanta más fe se tiene, más graves y dolorosos extremos hace pasar. Otra era ésta: tan dulce al oído es el nombre de Amor, que imposible me parece que su influencia no sea dulce en todo, comoquiera que los nombres respondan a las cosas denominadas: Nomina sunt cosequientia rerum. Y la cuarta era ésta: la mujer por quien Amor así te asedia no es como las demás mujeres, cuyo corazón fácilmente se puede ganar. Y cada una de tales consideraciones me acuciaba tanto, que estaba yo como quien quiere irse y no sabe por dónde. Si intentaba buscar un camino en el que todas las consideraciones coincidiesen, tal camino era también muy desfavorable para mí, pues tenía que invocar a la Piedad y arrojarme en brazos de ella. Y en tal situación viniéronme deseos de rimar y compuse este soneto, que empieza: «Hablan de Amor mis muchos pensamientos.»

Hablan de Amor mis muchos pensamientos, pero con varia y múltiple tendencia, pues mientras uno alega su potencia, otro halla en la virtud sus argumentos; ni oculta la esperanza sus contentos, ni dejo de llorar con gran frecuencia.

Sólo al pedir piedad tienen tangencia dentro del corazón tantos acentos.

Puesto en el trance de escoger, me pierdo; cuando pretendo hablar, no sé qué diga; y con ello me encuentro siempre en duda.

Por eso, si deseo algún acuerdo,

conviéneme apelar a mi enemiga,

la Piedad, gran señora, por mi ayuda.

Este soneto puede dividirse en cuatro partes. En la primera digo y expongo que todos mis pensamientos son de amor; en la segunda afirmo que son diversos, y muestro diversidad; en la tercera digo en qué parece que anden todos los acordes, y en la cuarta digo que, deseando hablar de Amor, no sé por qué pensamiento decidirme, y si quiero abarcarlos todos necesito llamar a mi señora la Piedad, enemiga mía. Y

digo «señora» casi irónicamente. La segunda parte empieza en «Pero con varia»; la tercera, en «Sólo al pedir», y la cuarta, en «Puesto en trance».

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