XIV

Tras esta porfía de tan diversos pensamientos, acaeció que mi gentilísima amada acudió a un lugar en que estaban reunidas muchas mujeres hermosas y adonde yo fui llevado por un amigo que creía hacerme un gran obsequio conduciéndome a sitio donde tantas mujeres mostraban su hermosura. Pero yo, ignorando a qué había sido conducido y confiándome a la persona que me había llevado a las postrimerías de la vida, le dije: «¿Para qué hemos venido junto a estas damas?» A lo que me contestó: «Para que sean más dignamente servidas.»Lo cierto era que se habían congregado allí para acompañar a una bella señora que aquel día habíase desposado y a quien, con arreglo a usanza de la supradicha ciudad, habían de acompañar asimismo la primera vez que se sentara a la mesa en la morada de su esposo. Por complacer a mi amigo decidí permanecer con él al servicio de aquellas damas; pero, seguidamente, parecióme sentir un pasmoso temblor que, comenzando en el lado izquierdo de mi pecho, extendíase súbitamente por todo mi ser. Hube de apoyarme disimuladamente en un pintado friso que rodeaba toda la estancia. Entonces, temeroso de que los, demás reparasen en mi temblor, alcé la vista y, mirando a las damas, vi entre ellas a la gentilísima Beatriz. Y fueron de tal modo aniquilados mis espíritus por la fuerza que Amor adquirió viéndome tan próximo a mi bellísima dama, que sólo quedaron con vida los de la vista, si bien parecían fuera de su sitio, como si Amor quisiera ocupar su lugar nobilísimo para ver a la admirable señora. Y aunque yo me hallaba demudado, mucho dolíanme estos traviesos espíritus de la vista, que, lamentándose fuertemente, decían: «Si Amor no nos lazara fuera de nuestro sitio, podríamos estar mirando a esa maravillosa mujer como están mirándola los ojos de los demás.»

A todo esto, muchas de aquellas damas, advirtiendo mi transfiguración, dieron en asombrarse y empezaron a burlarse de mí, hablando con mi amada, por lo cual mi equivocado amigo cogióme de la mano, me sacó fuera de la presencia de dichas señoras y me preguntó qué me 18

pasaba. Yo, más tranquilo ya, resucitados los espíritus muertos, repuestos los lanzados, respondí a mi amigo de este modo: «Puse los pies en esa parte de la vida más allá de la cual no se puede pasar con propósito de volver.»

Y, separándome de él, tornéme a la estancia de los llantos, en la cual, llorando avergonzado, me decía: «Si mi amada conociera, mi estado, no creo que se mofara así de mi persona, sino que sentiría gran compasión.» Y, mientras lloraba, decidí escribir unas palabras en que, dirigiéndome a ella, significara la causa de mi transfiguración y le manifestara que yo sabía perfectamente que ella la ignoraba, así como que, de haberla conocido, se hubiera compadecido de mí. Naturalmente, decidí escribirlas con el deseo de que por ventura llegasen a sus oídos. Y compuse, por ende, este soneto, que empieza: «¡Oh mujer que mil burlas aderezas!»

¡Oh mujer que mil burlas aderezas

con tus amigas viendo mi figura!

¿Sabes que vengo a ser nueva criatura en la contemplación de tus bellezas?

Si lo supieras, toda gentilezas

fuese quizá la mofa que me apura,

que Amor, pues tu visión me, transfigura cobra tantos arrestos y fierezas,

que ataca aciagamente mis sentidos

ora parecen muertos, ora heridos,

dejándome tan sólo que te vea.

Cariz, por consiguiente, muestro ajeno, si bien en mi persona es donde peno

el mal que en mi dolor se regodea.

No divido en partes este soneto, porque la división se hace solamente para aclarar el sentido de la cosa dividida, y como es sobrado evidente por su motivada causa, no necesita división. No obstante, entre las palabras donde se manifiesta la materia de este soneto, hay las dudosas, como cuando digo que Amor mata todos mis espíritus, menos los de la vista, que permanecen con vida, si bien desplazados de sus funciones; pero esta duda, imposible de resolver por quien no sea tan devoto de Amor como yo, no lo es para quienes lo son, ya que éstos ven claramente lo que resolvería lo dudoso de esas palabras. Por lo demás, no me toca resolver dicha duda, ya que mi lenguaje resultaría entonces inútil o verdaderamente superfluo.

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